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Riquete El Del Copete Resumen


Enviado por   •  30 de Marzo de 2015  •  2.347 Palabras (10 Páginas)  •  647 Visitas

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Riquete el del Copete

Charles Perrault (1628 - 1703)

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Érase una vez una Reina que dio a luz un hijo tan feo y contrahecho, que durante mucho tiempo se dudó si tenía forma humana. Un hada que estuvo presente en su nacimiento aseguró que no dejaría de ser agradable, pues tendría una gran inteligencia; añadió incluso que podría, en virtud del don que ella acababa de concederle, dar tanta inteligencia como él tuviese a la persona a quien más quisiera. Todo esto consoló un poco a la pobre Reina , que estaba muy afligida por haber traído al mundo tan feo monigote. También es verdad que, en cuanto empezó a hablar, el niño dijo mil cosas bonitas y tenía en todos sus gestos un no sé qué de ingenioso, que estaban todos encantados con él.

Me olvidaba decir que vino al mundo con un pequeño copete de pelos en la cabeza, por lo que lo llamaron Riquete el del Copete, pues Riquete era el apellido de la familia.

Al cabo de siete u ocho años, la Reina de un reino vecino dio a luz dos niñas. La primera que vino al mundo era más hermosa que el día: la Reina se puso tan contenta, que se temió que una alegría tan grande la perjudicara. La misma hada que había asistido al nacimiento del pequeño Riquete el del Copete estaba presente y, para moderar la alegría de la Reina, le declaró que la Princesita no tendría nada de inteligencia y que sería tan estúpida como hermosa. Aquello disgustó mucho a la Reina; pero unos instantes después sintió una pena mucho mayor, pues resultó que la segunda hija que dio a luz era extremadamente fea.

-No os aflijáis tanto, señora -le dijo el hada-, vuestra hija será compensada de otro modo y tendrá tanta inteligencia que apenas se darán cuenta de que carece de belleza.

-Dios lo quiera -respondió la Reina-. ¿Pero no habría manera de poder dar un poco de inteligencia a la mayor, que es tan hermosa?

-No puedo hacer nada por ella, señora, en lo que concierne a la inteligencia -dijo el hada-, pero lo puedo todo en lo tocante a la belleza; y como no hay nada que no quiera hacer para satisfaceros, voy a otorgarle el don de poder hacer hermosa a la persona que le guste.

A medida que fueron creciendo las dos princesas, sus perfecciones crecieron también con ellas, y en todas partes no se hablaba más que de la belleza de la mayor y de la inteligencia de la menor.

También es verdad que sus defectos aumentaron mucho con la edad. La menor se volvía cada vez más fea y la mayor, cada día más estúpida. Y así, o no contestaba a lo que le preguntaban o decía una tontería. Además era tan torpe que no hubiera podido colocar cuatro porcelanas en el saliente de una chimenea sin romper alguna, ni beber un vaso de agua sin echarse la mitad en el vestido.

Aunque la belleza es una gran ventaja para una joven, sin embargo la menor casi siempre tenía superioridad sobre la mayor en sociedad. Al principio se dirigían al lado de la más hermosa para verla y admirarla, pero al poco rato se dirigían a la que tenía más inteligencia para oírla decir mil cosas agradables; y era sorprendente ver cómo, en menos de un cuarto de hora, no quedaba nadie junto a la mayor, y todo el mundo se arremolinaba alrededor de la menor. La mayor, a pesar de ser tan estúpida, lo notaba perfectamente y hubiera dado sin dudar toda su belleza por tener la mitad de la inteligencia de su hermana.

La Reina, por muy prudente que fuera, no dejó de reprocharle un día varias veces su sandez, con lo que la pobre Princesa creyó morir de pena.

Un día en que se había retirado a un bosque para llorar su desgracia, vio que se le acercaba un hombrecillo muy feo y muy desagradable, pero magníficamente vestido. Era el joven príncipe Riquete el del Copete, que, habiéndose enamorado de ella por los retratos que circulaban por todo el mundo, había abandonado el reino de su padre para tener el placer de verla y de hablar con ella.

Encantado de encontrarla tan sola, la abordó con todo el respeto y toda la cortesía imaginables. Habiendo observado, después de hacerle los cumplidos de rigor, que estaba muy deprimida, le dijo:

-No comprendo, señora, cómo una persona tan hermosa como vos pueda estar tan triste como aparentais; porque, aunque puedo vanagloriarme de haber visto infinidad de personas hermosas, puedo deciros que jamás he contemplado a nadie cuya belleza se iguale a la vuestra.

-Eso lo diréis vos, señor -le respondió la Princesa, que se quedó cortada.

-La belleza -prosiguió Riquete el del Copete- es una ventaja tan grande que compensa cualquier otra cosa. Y, cuando se la posee, no veo nada que os pueda preocupar en demasía.

-Preferiría -dijo la Princesa- ser tan fea como vos y tener inteligencia, que poseer mi belleza, y ser tan tonta.

-Señora, no hay nada que demuestre tanto que se tiene inteligencia como creer no tenerla, y pertenece a la naturaleza de este don que, cuanto más tiene uno, más cree carecer de él.

-Eso no lo sé -dijo la Princesa-; lo que sí sé es que soy muy tonta, y de ahí viene la tristeza que me aflige.

-Señora, si lo que os aflige no es más que eso, puedo fácilmente poner fin a vuestro dolor.

-¿Y cómo lo haréis? -dijo la Princesa.

-Señora -dijo Riquete el del Copete-, tengo el poder de dar tanta inteligencia como se pueda tener a la persona a quien más ame, y como sois vos, señora, esa persona, no depende más que de vos el tener tanta inteligencia como se pueda tener, con tal que queráis casaros conmigo.

La Princesase quedó cortada y no respondió nada.

-Veo -prosiguió Riquete el del Copete- que la proposición os desagrada, y no me extraña; pero os doy un año entero para decidiros.

La Princesatenía tan poca inteligencia y al mismo tiempo tantas ganas de tenerla, que pensó que el fin de ese año no llegaría nunca; de modo que aceptó la proposición que se le hacía. Apenas hubo prometido a Riquete el del Copete que se casaría con él al cabo de un año, tal día como aquél, cuando se sintió completamente distinta de lo que era antes; notó que tenía una facilidad increíble para decir todo lo que le apetecía y para decirlo de una manera fina, suelta y natural. Desde aquel momento entabló una conversación elegante y sostenida con Riquete el del Copete, donde brilló con tal fuerza, que Riquete el del Copete pensó que le había dado mucha más inteligencia de la que se había reservado para sí mismo.

Cuando regresó al palacio, en la Corte no sabían qué pensar de ese cambio tan súbito y tan extraordinario, porque lo mismo que antes la habían oído decir sandeces, ahora la oían decir cosas muy sensatas e increiblemente ingeniosas.

Toda la Corte sintió una alegría como nadie se puede imaginar; sólo la menor no se alegró de ello, porque, al no tener ya sobre su hermana

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