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Viaje A La Semilla


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2014  •  462 Palabras (2 Páginas)  •  276 Visitas

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Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo gestos extraños,

volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas.

Los cuadrados de mármol, blancos y negros volaron a los pisos, vistiendo la

tierra. Las piedras con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las

murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los

tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus hoyos, con rápida rotación.

En los canteros muertos, levantadas por el esfuerzo de las flores, las tejas

juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino de barro, para caer en

lluvia sobre la armadura del techo. La casa creció, traída nuevamente a sus

proporciones habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo

más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas.

El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta principal, y comenzó a

abrir ventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando encendió los velones,

un estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los retratos de familia, y

gentes vestidas de negro murmuraron en todas las galerías, al compás de

cucharas movidas en jícaras de chocolate.

Don Marcial, el Marqués de Capellanías, yacía en su lecho de muerte, el pecho

acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas de cera

derretida

III

Los cirios crecieron lentamente, perdiendo sudores. Cuando recobraron su

tamaño, los apagó la monja apartando una lumbre. Las mechas blanquearon,

arrojando el pabilo. La casa se vació de visitantes y los carruajes partieron en

la noche. Don Marcial pulsó un teclado invisible y abrió los ojos.

Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los

pomos de medicina, las borlas de damasco, el escapulario de la cabecera, los

daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas. Cuando el médico

movió la cabeza con desconsuelo profesional, el enfermo se sintió mejor.

Durmió algunas horas y despertó bajo la mirada negra y cejuda del Padre

Anastasio. De franca, detallada, poblada de pecados, la confesión se hizo

reticente, penosa, llena de escondrijos. ¿Y qué derecho tenía, en el fondo,

aquel carmelita, a entrometerse en su vida? Don Marcial se encontró, de

pronto, tirado en medio del aposento. Aligerado de un peso en las sienes, se

levantó con sorprendente celeridad. La mujer desnuda que se desperezaba

sobre el brocado del lecho buscó enaguas y corpiños, llevándose, poco

después, sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en el coche

cerrado, cubriendo tachuelas del asiento, había un sobre con monedas de oro.

Don Marcial no se sentía bien.

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