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X. GALBRAITH Y LA TEORÍA DEL NUEVO ESTADO INDUSTRIAL


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2015  •  Resumen  •  2.269 Palabras (10 Páginas)  •  419 Visitas

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X. GALBRAITH Y LA TEORÍA DEL NUEVO ESTADO INDUSTRIAL

John Kenneth Galbraith se ha esforzado por repensar los problemas fundamentales de las sociedades contemporáneas: los de las relaciones entre la economía y el poder económico, social y político, y los del despegue de los países llamados subdesarrollados.

Inspirado en un espíritu liberal, pero viviendo en la época de capitalismo monopolista en el más poderoso Estado monopolista imperialista del mundo, Galbraith ha tenido conciencia de cierto número de contradicciones y se ha encontrado prisionero de otras tantas que no ha podido sobrepasar.

En 1958 publica The Affluent Society y propone la teoría de lo que hoy aún se llama la sociedad del consumo.

 En 1967 produce su obra maestra, The New Industrial State, en la cual nos propone un análisis económico-social.

EL CAPITAL Y EL PODER

La teoría del nuevo Estado industrial se apoya sobre cierta coyuntura, la de los años sesentas, que Galbraith definió por la extensión y el predominio de las sociedades anónimas, por el cambio de las relaciones entre el Estado y la economía y, en fin, por una superación, al menos aparente, de las crisis cíclicas de la sobreproducción. A ello se añadirán tres cambios complementarios: la importancia considerable de la “publicidad”, el principio de la decadencia de los sindicatos, interpretado como el principio del fin de la lucha de clases, y el aumento masivo de los efectivos de la enseñanza superior, es decir, de la formación y de la creación de cuadros.

Todas esas reflexiones forman parte de un estado de espíritu corriente entre los economistas y los sociólogos de ese periodo. Según ellos, el capitalismo desorganizado y competitivo del siglo XIX, amenazado cíclicamente por crisis de sobreproducción y, permanente, por la lucha revolucionaria del proletariado, habría cedido el lugar, bajo el empuje del progreso técnico y de las exigencias tecnológicas, a una economía organizada y en vías de planificación y a una sociedad a punto de superar los antagonismos de clase en razón, sobre todo, del papel regulador del Estado.

El capitalismo, habiendo obtenido de Keynes las enseñanzas relativas al pleno empleo, habría llegado a un estado superior de su historia gracias a la organización sistemática de la producción y, más aun, a la estimulación deliberada del consumo. De la “sociedad del consumo” nacería el nuevo Estado industrial, cuyos beneficios habría que extender al mundo entero, sin dejar de limitar los inconvenientes masificadores para los individuos.

Esta enorme incitación al consumo, tan visible durante los sesentas, es una tentativa de respuesta del capitalismo a la baja tendencial de las tasas de ganancia que lo obliga a intensificar, a extender y a acelerar el consumo para tratar de mantener lo mejor posible de esa tasa.

En 1916, Kautsky podía creer en las virtudes organizativas del capitalismo de los monopolios y en 1967 Galbraith prueba una asombrosa ceguera económica y sociológica al considerar ese mismo capitalismo como un “sistema” en el sentido estructuro-funcionalista, es decir, como una totalidad coherente y armoniosa.

Según él, la tecnología avanzada entraña la especialización, y ésta determina la organización en forma de la programación y planificación que solo el sistema industrial, es decir el capitalismo monopolista, estaría en situación de asegurar y que, efectivamente aseguraría.

Así la función del concepto de “sistema industrial” consiste en disimular la realidad de la economía de la sociedad y del Estado bajo el capitalismo monopolista, como la función del concepto de “sociedad industrial” había sido, de Spencer a Raymond Aron, la de camuflar la realidad del modo de producción capitalista.

Ocupando sus sitio en la corriente tecnocrática que, desde hace más de 30 años, anuncia que el porvenir de la humanidad no será ni capitalista ni socialista, que no pertenecerá ni a la burguesía ni al proletariado, que estará hecho de regímenes directoriales dominados por los tecnócratas erigidos en una nueva clase dirigente, Galbraith cree innovar en la materia con la presentación de una teoría del poder presa y en el Estado: la de la tecnoestructura, de la que debemos ocuparnos ahora.

LA TEORIA DE LA TECNOESTRUCTURA

Que un día de producción y la vida social estén enteramente dominados por “hombres dotados de conocimiento y de capacidades diferentes” y, añadiremos, liberados de toda explotación de su fuerza de trabajo, no es más que un aspecto de la previsión socialista.

En el pasado la dirección de la empresa se identificaba con el empresario, es decir, con el individuo que aunaba al control capital, la capacidad de organizar a los otros agentes de la producción, poseyendo, en la mayor parte de los casos una aptitud para la innovación. Ahora en la nueva firma industrial evolucionada, el empresario ya no existe como persona individual sino que es una entidad colectiva e imperfectamente definida.

Existen tres agrupamientos sociales: los trabajadores de “cuello blanco y de cuello azul” (los empleados y los obreros), condenados a las tareas de ejecución; los propietarios del capital de los que Galbraith pretende que se han convertido en “reyes holgazanes”, en personajes que se han apropiado de las utilidades, pero que ya no ejercen el poder de tomar decisiones; entre los dos, los grandes y los pequeños managers, que constituyen un cerebro colectivo, la tecnoestructura.

Galbraith no ha sabido distinguir el poder de clase, que es un poder económico, social y político, y la toma de decisiones técnicas que se ejerce bajo el dominio del poder de clase. Lo que él llama la decisión no es, en realidad, mas que la elección de modalidades de una política global que es la del capital.

En suma, la cuestión de las clases, de la lucha de clases y del poder de clase estaría superada o en vías de superación. Los progresos de la tecnología nos arrastrarían hacia las organizaciones económicas, sociales y políticas mandadas esencialmente por las exigencias de la información de su circulación, a lo cual respondería por doquier la tecnoestructura, en la URSS como en los Estados Unidos, en el Este como en el Oeste.

Marx no pretendió nunca que el capitalista individual era el amo absoluto de una identidad cerrada sobre si misma que habría sido su empresa. Por lo contrario el mostró, que el poder económico no era el de un hombre sobre otros hombres, sino el de una clase sobre otra.

Las modalidades de la formación y de la toma de decisiones técnicas han cambiado: la informática responde esencialmente a esas nuevas exigencias. Pero el capital, como relación social fundamental, generador de dos principales clases antagónicas –la burguesía y el proletariado-, sigue en pie. El fin del poder de la clase capitalista implica siempre la destrucción del Estado burgués, la socialización de los medios de producción y la construcción del Estado obrero. Todas esas cosas son totalmente ajenas al pensamiento de Galbraith.

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