Besos Vampiro
Enviado por alexandra1820 • 6 de Diciembre de 2013 • 960 Palabras (4 Páginas) • 236 Visitas
Capitulo 1 Pequeño Monstruo
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urrió por primera vez cuando tenía cinco años. Acababa de colorear en Mi libro de jardín de infancia. Estaba lleno de dibujos picasianos de mamá y papá, un collage Elmer1 hecho con pañuelos de papel pegados entre sí y las respuestas a preguntas (color favorito, mascotas, mejor amigo, etc.) anotadas por nuestra centenaria profesora, la señora Peevish. Mis compañeros de clase y yo estábamos sentados en la zona de lectura formando un semicírculo.
—Bradley, ¿qué quieres ser de mayor? —preguntó la señora Peevish, una vez contestadas las otras preguntas.
— ¡Bombero! —gritó él.
— ¿Cindi?
—Pues… enfermera —susurró Cindi Warren dócilmente.
La señora Peevish preguntó lo mismo al resto de la clase. Oficiales de policía. Astronautas. Futbolistas. Finalmente me tocó a mí.
—Raven, ¿qué quieres ser de mayor? —dijo la señora Peevish mirándome fijamente con sus ojos verdes. No contesté.
— ¿Actriz? Negué con la cabeza.
— ¿Médico?
—Nuh-uh —dije.
— ¿Azafata?
— ¡Puaj! —respondí.
— ¿Entonces qué? —preguntó irritada. Lo pensé por un instante.
—Quiero ser…
— ¿Sí?
—Quiero ser… ¡vampiro! —grité, para el asombro de la señora Peevish y de mis compañeros de clase. Por un momento creí que empezaba a reírse y quizá sí lo hizo. Los niños que se sentaban a mi lado empezaron a apartarse de mí lentamente. Pasé la mayor parte de mi infancia viendo a los demás apartarse lentamente de mí. Me concibieron en la cama de agua de mi padre o en el tejado del colegio mayor de mi madre, bajo un cielo estrellado. Todo depende de quién de los dos cuente la historia. Mis padres eran dos almas gemelas que no podían dejar atrás los setenta: amor verdadero mezclado con drogas, incienso con olor a frambuesa y música de los Grateful Dead. Imagino a una chica descalza con vaqueros recortados, un top escotado y collares de cuentas abrazada a un chico bronceado de pelo largo, sin afeitar, con gafas a lo Elton John, chaleco de cuero, pantalones de campana y sandalias. Creo que tuvieron suerte de que no saliera más excéntrica. ¡Podría haber querido ser un hombre lobo hippie con abalorios en el pelo! Pero de algún modo acabé por obsesionarme con los vampiros. Tras mi llegada al mundo, Sarah y Paul Madison dejaron de estar tan perdidos. O dicho de otro modo, mis padres dejaron de tener «la mirada tan perdida». Vendieron la floreada furgoneta Volkswagen en la que vivían e incluso alquilaron una propiedad. Nuestro apartamento hippie estaba decorado con pósters florales en 3D que brillaban en la oscuridad y con tubos naranjas que contenían una sustancia viscosa que se movía sola: lámparas de lava, de las que era imposible apartar la vista. Los tres nos reíamos y jugábamos a «Rampas y escaleras» mientras nos atiborrábamos de pastelitos Twinkies. Nos quedábamos despiertos hasta tarde viendo películas de Drácula, Batman y episodios
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