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De los besos con lengua


Enviado por   •  19 de Agosto de 2011  •  Informe  •  5.082 Palabras (21 Páginas)  •  686 Visitas

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No había sido una niña precoz. Loli, la de la tienda de ultramarinos, con trece años ya había besado con lengua; y Fina, “la rubia”, con doce. Ella, con catorce, seguía sin saber cómo debía poner los dientes en un beso con lengua. Era muy aplicada, atenta: espiaba a las parejas de enamorados del parque que se daban el lote en un banco al atardecer. Lo hacía sin que ellos la vieran; no le hacía falta esmerarse en esconderse mucho, pues los observados estaban muy ocupados en meterse mano. En ocasiones, hubiera querido coger apuntes de cómo se sentaba uno encima del otro o de por dónde se perdían las manos entre las ropas, pero tampoco estaba muy segura de que sus notas fueran correctas. ¿Se puede respirar sin dificultad manteniendo tanto rato las bocas juntas? Y ¿si uno de los dos está constipado? La saliva, ¿se tragaba? ¿Sabía él dónde tocar? O, lo que le daba más miedo, ¿sabría ella tocarle a él?

Sus amigas, a parte de los besos con lengua, poca cosa más habían hecho: dejarse tocar las tetas y el culo. Ellas no tocaban, decían que eso era de putas. Claudia no entendía este punto. Si la cosa iba de proporcionarse placer mutuo, ellas también deberían tocarles a ellos, es más, debería apetecerles.

- Tú eres una salida, Claudia. ¿Cómo les vas a tocar allí? – gritaban la de la tienda y la rubia, poniendo caras de asco.

Poco podía argumentarles pues era la que menos experiencia tenía. Además, estaba convencida de ser la menos guapa de las tres. Loli, morena y delgada, atraía mucho a los chicos. Claudia suponía que su forma de vestir tenía mucho que ver en ello. Sus padres le daban todo lo que quería como hija única, aunque no aprobara ni una. Se compraba la ropa en tiendas caras y vanguardistas como “Graffiti”. Claudia entraba pocas veces en esas boutiques y, cuando lograba que su madre le comprara algo, eran las prendas más baratas y las menos modernas. Fina era la más guapa: rubia de ojos azules, la más bajita, y la más dulce. Encantadora, no le hacían falta adornos. Claudia, llena de complejos adolescentes, se avergonzaba de sus pechos que irrumpían siempre sin permiso, pero sabía que su culo enfundado en unos pantalones pitillo tenía bastante éxito. Menos rubia que Fina, menos alta que Loli, se sentía en medio de dos bellezas, sin grandes posibilidades de destacar. Así que callaba y esperaba que llegara el momento en el que algún chico la encontrara atractiva y quisiera besarla.

II

Como más tarde averiguaría Claudia, todo llega en esta vida. Un aburrido y caluroso domingo de verano, comiendo pipas en la plaza Zaragoza, se les acercó un grupo de chavales. A la legua se les veía que no eran de la ciudad, el acento les delataba. Habían venido durante un mes a la Politécnica para un intercambio.

- ¡Ozú, estah huescanah qué guapah zon ¡ ¿Noh invitáih a unah pipah?

El que le hizo tilín a Claudia era un chico alto y delgado, moreno con ojos tristes que se llamaba Fernando. Pero el que se le acercó fue Manuel, alto y un poquito regordete, muy simpático y gracioso, con un ceceo contagioso propio de su ciudad, Málaga. Fernando se mantuvo toda la tarde alejado de ellos dos, mirándolos, sin atreverse a decir nada. Manuel no paraba de hablar y de piropearla: “Tú zí que erez linda, quilla”. Quedaron todos los días del mes de julio que los profesores les dieron permiso. Iban al parque y comían pipas; si tenían dinero, compraban tabaco mentolado y se lo fumaban del tirón. Fernando dejó de ir a los encuentros, según Manuel, echaba mucho de menos su tierra. La ilusión secreta de Claudia era pensar que Fernando, sacrificándose por un buen amigo, había dejado pista libre a Manuel para salir con ella. No lo vio más.

El último viernes del mes fue la despedida, se iban al día siguiente muy temprano. Llegó el momento de subirse en el autobús que los llevaba a la Politécnica. Sin esperarlo, porque Manuel nunca había intentado besarla, cogió su cara entre las manos y metió, casi a la fuerza, la lengua entre los labios apretados de Claudia. Sabor salado y labios cortados. Al reaccionar, dejó que la lengua de Manuel se moviera libremente y se rozara con la suya. La encontró demasiado húmeda, no era desagradable, pero tampoco le entusiasmó. Cuando el autobús se alejaba y ella se despedía con la mano, pensó qué hubiera sentido si ese beso se lo hubiera dado Fernando. Volvió llorando de emoción a contárselo a sus amigas que no habían tenido tanto éxito con el resto de chavales del grupo. Evidentemente, no les dijo que le había decepcionado.

III

Tenían unas ganas locas de cumplir los dieciséis: era la edad en la que se permitía entrar en los pubs. El primer invierno en el que las tres reunieron la exigencia legal, pasaron todos los fines de semana, hasta las diez de la noche, en la zona de los pubs. Empezaron a tomar cubatas: Loli y Fina, güisqui con Coca-cola y Claudia, vodka con limón. En eso no respetaban la normativa, pero los dueños de los establecimientos no eran rígidos con los grupitos de chicas jóvenes que atraían clientela. La paga no daba para mucho, así que debían distribuirla entre el sábado y el domingo o dejarse invitar. En los pubs la gente era diferente que en los bares del Tubo: chicos de los pueblos, con dinero, con coche y sin hora en el reloj. En el “Luces de Bohemia” conoció a Alejandro. Tenía veinte años, eso era lo que más le atraía de él. Era moreno, más bajito que ella; detrás de las gafas, asomaban unos ojos marrones inteligentes y chispeantes. Cuando Alejandro le hablaba al oído, porque la música sonaba alta, Claudia no entendía nada de lo que le decía pero le encantaba sentir su aliento en la oreja. Le llamaba “asquerosa”, lo que a ella le sonaba a gloria. Tardó varios fines de semana, pero al final la besó. Fue un beso largo en un abrazo profundo. No hizo falta que Alejandro se abriera paso hasta su boca, ella se la entregó deseosa. Supo, sin saber, cómo tocarle la lengua con la suya. Su cuerpo se estremeció, deseaba que aquel beso no acabara nunca. Se derritió cuando él apresó con los dientes su labio inferior. Nunca había sentido nada igual. Al separar sus bocas, quedó unos instantes con los ojos cerrados, abrazada a él que acariciaba su cara. Siempre había pensado que las actrices exageraban las escenas románticas, y más tras su primera e inocua experiencia. Le encantó descubrir que lo que ocurría en las películas podía ser verdad. Pero, como averiguaría más tarde, los finales felices sólo tienen cabida en el cine. Alejandro resolvió, a la semana siguiente, demostrando su madurez nunca entendida por Claudia, que era demasiado joven para él, que no podía seguir por ese camino. Lloró, lloró amargamente, se hubiera entregado sin dudar.

IV

...

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