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Enviado por lamerte • 25 de Noviembre de 2014 • 1.657 Palabras (7 Páginas) • 198 Visitas
2 ESTUDIOS PUBLICOS
iversidad” ha llegado a ser una de las palabras más usadas en
nuestro tiempo y, a la vez, un término que casi nunca se define. La diversidad
es invocada en discusiones sobre una amplia variedad de cosas, desde
los programas de empleo hasta las reformas de los currículos educacionales;
desde la entretención hasta la política. Tampoco es meramente una palabra
que describe el consabido hecho de que la población norteamericana está
integrada por personas que provienen de muchas naciones, razas e historias
culturales. Todo eso era suficientemente conocido antes que la palabra
“diversidad” se convirtiera en una parte insistentemente reiterada del vocabulario
norteamericano, en una invocación, un imperativo y, todavía más,
en un arma coercitiva a la hora de los conflictos ideológicos.
El propio lema nacional de los Estados Unidos —E Pluribus Unum—
da cuenta de la diversidad del pueblo estadounidense. Tal diversidad había
sido celebrada durante generaciones, ya fuese en comedias como Abie’s
Irish Rose (la famosa obra teatral protagonizada por un muchacho judío y
una jovencita irlandesa), ya en los discursos patrióticos del 4 de Julio. Sin
embargo, es algo muy distinto lo que se percibe en las actuales cruzadas en
favor de la “diversidad”: ciertamente no una celebración patriótica de los
Estados Unidos sino, a menudo, una honda crítica contra Norteamérica,
cuando no una condena general a la civilización occidental en su conjunto.
Al menos, en lo mínimo, es preciso separar la importancia general de
la diversidad cultural —no sólo en los Estados Unidos sino que en todo el
orbe— de las agendas más específicas, más estrechas y más ideológicas que
han llegado a asociarse con la palabra estos últimos años. Quisiera plantear
la importancia universal de la diversidad cultural a lo largo de siglos de
historia humana antes de regresar a los temas más puntuales de nuestro
tiempo.
La historia de la raza humana, el abandono de las cavernas por el
hombre, ha estado marcada por la transferencia de los avances culturales de
un grupo a otro y de una civilización a otra. El papel y la imprenta, por
ejemplo, constituyen en la actualidad partes vitales de la civilización occidental,
a pesar de haberse originado en China muchos siglos antes de que se
abrieran paso hacia Europa. Así ocurrió también con la brújula magnética,
que hizo posibles las grandes eras de exploraciones que pusieron en contacto
al hemisferio occidental con el resto de la humanidad. De igual modo, los
conceptos matemáticos migraron de una cultura a otra: la trigonometría del
antiguo Egipto y el sistema numérico empleado actualmente en todo el orbe
se originaron entre los habitantes de la India, a pesar de que los europeos
llamaron arábigo a este sistema, por haber sido los árabes quienes oficiaron
“DDIVERSIDAD CULTURAL 3
de intermediarios en el tránsito de esos números hacia la Europa medieval.
Más aún, buena parte de la filosofía de la antigua Grecia llegó a Europa
occidental en traducciones arábigas, que fueron luego retraducidas al latín o
a las lenguas vernáculas de los europeos del oeste.
Mucho de aquello que llegó a formar parte de la civilización occidental
se originó fuera de esa civilización, a menudo en el cercano Oriente o
el Asia. El ajedrez provino de India, la pólvora de China y diversos conceptos
matemáticos del mundo islámico, por ejemplo. La conquista de España
por los moros en el siglo VIII convirtió a ese país en centro de difusión
hacia Europa occidental de los conocimientos más avanzados del mundo
mediterráneo y oriental en materias como astronomía, medicina, óptica y
geometría. El posterior ascenso de Europa occidental hacia la cumbre de la
ciencia y la tecnología aconteció sobre esas bases; luego la ciencia y la
tecnología europea comenzaron a difundirse por el mundo, y no sólo hacia
aquellas sociedades que descendían de Europa, como Estados Unidos o
Australia, sino que también hacia culturas no-europeas, entre las cuales
Japón constituye tal vez el ejemplo más sorprendente.
El hecho histórico de compartir los avances culturales, hasta que
éstos llegaron a integrar el legado común de la especie humana, implica
bastante más que una diversidad cultural. Significa que algunos rasgos
culturales no sólo eran diferentes de otros sino que mejores. El hecho
mismo de que pueblos —todos los pueblos, fuesen europeos, africanos,
asiáticos u otros— hayan preferido en reiteradas ocasiones abandonar determinado
rasgo de su cultura a fin de reemplazarlo por alguno de otra cultura
implica que la sustitución servía a sus propósitos con mayor efectividad: los
números arábigos no son simplemente diferentes a los números romanos,
sino que son mejores. Prueba de ello es que los números romanos fueron
reemplazados por los números arábigos en muchas naciones cuyas culturas
derivaban de Roma, así como muchos otros países ajenos a dicho Imperio
sustituyeron también sus sistemas numéricos por los números arábigos.
En nuestros días resulta virtualmente inconcebible que las distancias
medidas por la astronomía o las complejidades de la alta matemática deban
ser expresadas en números romanos. La mera expresión del año de la
independencia de los Estados Unidos —MDCCLXXVI— requiere dos veces
de tantos números romanos como arábigos. Es más, los números romanos
ofrecen mayores oportunidades de error, dado que el mismo dígito
puede ser sumado, o restado, según su ubicación en la secuencia. Los
números romanos resultan adecuados para enumerar reyes o campeonatos
de pelota, pero no pueden igualar la eficiencia de los números arábigos en
las operaciones matemáticas, y esa es, después de todo, la razón
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