Crisis Economica Mundial
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Crisis económica mundial: entre el fracaso de las políticas de rescate y el efecto de las políticas procíclicas
Por Guillermo L. Andrés Alpízar | Publicado: 15 DE AGOSTO DE 2012
Recuperado de:
http://www.observatoriodelacrisis.org/2012/08/crisis-economica-mundial-entre-el-fracaso-de-las-politicas-de-rescate-y-el-efecto-de-las-politicas-prociclicas/
Crisis económica y crisis sistémica
Tras los primeros síntomas de la crisis económica, la quiebra de Lehman Brothers a mediados del 2008, marcó en la consciencia mundial el inicio de esta fase del ciclo económico capitalista. El impulso arrollador de la crisis del sistema –necesitado de corregir las contradicciones acumuladas a lo largo del tiempo-, rápidamente se expandió por todo el mundo, trastornando la vida de millones de personas.
Casi cuatro años después, la crisis persiste, y en su haber cuenta con significativos impactos para la economía global[1]:
• La CEPAL (2009), considerando la cantidad de economías involucradas y el porcentaje del PIB mundial comprometido, ha calculado que esta crisis supera a todos los episodios similares desde que en 1929 se desatara la “Gran Depresión”.
• La Organización Mundial del Comercio registró durante el 2009 una contracción en términos reales del 12,1% del comercio mundial, la mayor caída en más de siete décadas (OMC, 2010 y 2011).
• Ese mismo año, según las Naciones Unidas, se produjo una disminución del Producto Bruto Mundial (PBM) del 2,4% (ONU, 2011).
• Entre 2008 y 2009, en un año y cuatro meses, las bolsas de valores perdieron una capitalización de 34,4 billones de dólares, un equivalente al PIB combinado de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón (Liu, 2010).
• Los efectos de la crisis sobre el empleo, según cálculos de la Organización Internacional del Trabajo, resultan aún más persistentes y elevan la cifra de desempleados a casi 200 millones[2] (OIT, 2012).
A esta negativa evolución de la economía mundial, ha venido asociado el drama humano que a su habitual escenario en el Tercer Mundo suma el deterioro de la situación en los países más desarrollados. Una aproximación a la situación actual de la pobreza revela que:
• En Estados Unidos 49,1 millones de personas son pobres, o sea, el 16% de la población (Reuters, 2011).
• En la Unión Europea el 23,4% de la población se encontraban en riesgo de pobreza o de exclusión social, en total 115 millones de seres humanos (Eurostat, 2012c).
• En Japón, célebre por su elevado desarrollo humano, bajo esta crisis se publicaron por primera vez cifras oficiales de la pobreza, ubicando en esta categoría a 20 millones de personas, es decir el 15,7% de la población (Fackler, 2010).
• Los países del Sur, relativamente menos impactados por los efectos recesivos de la crisis económica, pero aún bajo las condiciones de crisis social estructural, suman a estas cifras, 1,29 mil millones de personas en la indigencia, y 2,47 mil millones de pobres (Banco Mundial 2012b y Aceprensa 2012)[3].
Y estos impactos sociales y económicos, no se presentan como dimensiones aisladas del mundo inmerso en una tradicional crisis económica cíclica. El panorama global es mucho más complejo, y se caracteriza por la presencia de una crisis sistémica. Precisamente, es esta situación a la que Atilio Borón (2009) llama crisis “integral, multidimensional y civilizacional”, Ignacio Ramonet (2011) denomina “haz de crisis”, Jorge Beinstein (2008) identifica como “colapso de la civilización burguesa”, o que Osvaldo Martínez (2012) nombra como un “fallo orgánico múltiple” del sistema.
Es, en síntesis, una crisis de múltiples esferas dentro del modo capitalista de producción, cuya actuación no se limita solo a lo económico o lo social, e incorpora dimensiones como la ambiental, la alimentaria y los recursos naturales –especialmente los combustibles fósiles-, entre otras.
Pero no solo en el terreno de lo objetivo tiene lugar una crisis. Esta también se ha extendido al pensamiento económico dominante. El fracaso estruendoso del neoliberalismo –ese que propugnaba la necesidad de una absoluta libertad de los mercados, donde bajo el hechizo de la autorregulación se eliminaban las posibilidades de ocurrencia de la crisis- ha estado acompañado por el renacimiento de una retórica con tintes keynesianos, cuyas expresiones concretas de intervención estatal en la economía[4] han sido limitadas al mero hecho del soporte financiero para el capital en apuros, mientras que la regulación de la actividad económica –uno de los pilares desarrollados en el pensamiento de Keynes- apenas ha trascendido. Esta intervención estatal sin regulación, es de hecho una de las características más sobresalientes del contexto actual (Martínez, 2012).
La persistencia de la crisis y el fracaso de los rescates.
Al iniciarse de la crisis, junto a la conmoción económica, también fueron estremecidos los recuerdos de las clases dominantes a nivel mundial. En ese momento se evocaba la inacción del Estado en el momento del estallido de la llamada “Gran Depresión” o Crisis del 1929 al 1933, y los debates posteriores sobre si este comportamiento habría contribuido –o hasta qué punto lo había hecho- a profundizar los efectos catastróficos de dicha crisis económica.
Es entonces que sin esperar mucho, ante el nuevo escenario comienza una fase de activa intervención estatal en la economía, a través de políticas de rescate, dirigidas a frenar la catarsis del sistema que comenzaba a mostrarse con toda su fuerza destructora. Por su magnitud, estos “salvatajes” han sido cuantiosos, y de cierta forma contribuyeron a detener la destrucción de fuerzas productivas. Sin embargo, más allá de sus propósitos, estos llevaron a la economía a un estado donde se detuvo la caída, pero no han sido capaces de producir una reanimación que saque al sistema de su aletargamiento (Martínez, 2010).
Casi cuatro años después del comienzo de la crisis, la economía mundial no recupera su dinámica endógena de crecimiento y prevalecen –fundamentalmente en los países más desarrollados, – las tendencias hacia el estancamiento y la recesión. Ello se expresa en el comportamiento de la economía global en su conjunto. Si durante el año 2010 el PBM alcanzó un crecimiento del 4%, al año siguiente, se incrementa solo un 2,8%, y las previsiones para 2012 indican que su crecimiento será menor (ONU, 2011).
Este enlentecimiento en la evolución de la economía mundial no ha llegado solo, pues se hace acompañar del agotamiento en las opciones que brinda la política económica para detener el impulso destructor de la crisis cíclica, un escenario que se ha denominado como una “crisis
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