El capital y el dinero
Enviado por Gino J EspiNoza L • 24 de Noviembre de 2015 • Síntesis • 10.075 Palabras (41 Páginas) • 251 Visitas
El capital
Es habitual confundir dinero con capital; cuando nos topamos con una persona rica solemos decir que «tiene dinero», aun cuando probablemente lo que menos tenga sea dinero y lo que más empresas, acciones, inmuebles, deuda empresarial, etc. El error es comprensible porque el dinero actúa como unidad de cuenta, de manera que tendemos a medir la riqueza de un individuo en unidades monetarias. Pero, como es obvio, quien posee un piso valorado en mil onzas de oro no tiene mil onzas de oro sino, como decimos, un inmueble que en principio reputamos que podrá venderse por mil onzas de oro. Hacemos hincapié en este aparente juego de palabras porque, en la práctica, adquiere gran importancia. Muchas personas piensan que una sociedad es tanto más rica cuanto más dinero tiene: si lo que caracteriza al rico es disfrutar de mucho dinero, bastará con multiplicar la cantidad de dinero para que todos se vuelvan ricos.
Los ricos no poseen mucho dinero, sino muchos factores productivos con un elevado valor monetario dentro de un esquema de división del trabajo.
No obstante, lo que realmente caracteriza al rico no es poseer mucho dinero, sino contar con una abultada cantidad de factores productivos capaces de fabricar muchos bienes de consumo que satisfacen sus necesidades finales o las de otros individuos en un esquema de división del trabajo. Crear más dinero, esto es, extraer más oro, ya hemos visto que en general sólo contribuirá a reducir el poder adquisitivo del dinero (elevar los precios); al fin y al cabo, que haya más dinero para comprar bienes económicos no significa que haya más bienes económicos. Y lo que nos interesa es eso: disponer de grandes cantidades de medios para satisfacer todos los fines que nos sea posible. Otra cuestión es que, como vimos en el apartado anterior, se generen transitoriamente medios de pago (de la mano de la creación de bienes líquidos) para facilitar los intercambios; pero esto no comporta que la sociedad se vuelva más rica, sino que la división del trabajo y los intercambios se refinan (de donde sí puede derivarse un cierto enriquecimiento). En un esquema de división del trabajo, la práctica totalidad de bienes económicos son
producidos por empresas, esto es, por la ordenación de factores productivos según las directrices de un plan de negocios que busca satisfacer las necesidades de los consumidores. Las empresas son valiosas por los bienes económicos que crean hoy y que se espera que sigan generando en el futuro. El precio de las empresas, por consiguiente, depende de las expectativas que tengan los agentes sobre los beneficios monetarios que van a lograr fabricando y vendiendo bienes económicos a lo largo de los años. Por ejemplo, si el mejor uso que conocemos para una compañía es que gane 1.000 onzas de oro anuales a lo largo de los 10 próximos años, como mucho estaremos dispuestos a pagar por ella 10.000 onzas de oro; esto es, son los beneficios futuros esperados los que determinan el valor actual de una empresa. En verdad, sin embargo, por los principios de preferencia temporal y de aversión al riesgo,
estaremos dispuestos a pagar bastante menos de 10.000 onzas por ella: los beneficios no son presentes ni seguros, sino que tal vez lleguen a lo largo de los 10 próximos años (existe además el riesgo de que la empresa no gane tanto dinero como habíamos anticipado o incluso de que quiebre). Como a los seres humanos nos incomoda eso de pagar 10.000 ahora para recibir 10.000 en diez años (o incluso 6.000 si las cosas se tuercen), el precio máximo que estaremos conformes con abonar ahora mismo por la empresa será inferior a 10.000. ¿Cuán inferior? Pues depende. Imaginemos que la compañía anterior se encuentra a la venta (o que podemos comprar y contratar a los factores productivos para montarla ahora mismo) por 5 onzas de oro. Probablemente habrá muchos ahorradores deseosos a adquirirla por muy alta que sea su preferencia temporal y su aversión al riesgo: pagando 5 tienen la opción razonable de recibir
10.000 onzas a lo largo de los 10 próximos años. Así las cosas, se desatará un proceso de puja entre todos los ahorradores que irá poco a poco elevando su precio. ¿Hasta dónde? Supongamos que llega a 7.000 onzas. Si nadie está dispuesto a pagar un precio superior por la misma, será porque nadie valora más 10.000 onzas futuras e inseguras que 7.001 onzas presentes y seguras. Esas 7.000 onzas que vale la empresa y que sintetizan el valor actual de todos sus beneficios futuros serán su «capital». Dicho de otro modo, el capital es el valor monetario de los factores productivos dirigidos a obtener un lucro monetario en el mercado (el valor de aquellas unidades de producción que participan en el mercado e intentan obtener ganancias monetarias fabricando y vendiendo bienes económicos a sus clientes). Conviene tener presente que el valor del capital no es algo estático, sino que va fluctuando continuamente en función de sus expectativas de
beneficios futuros: sólo si las expectativas que tuvimos en un primer momento fueron correctas, el capital permanecerá invariable (o evolucionará en la dirección prevista al inicio). En todos los demás casos, el valor de mercado del capital irá cambiando según lo hagan las circunstancias internas y externas de la empresa y nuestra comprensión de las mismas (pues la estimación de los beneficios futuros es un cálculo subjetivo que depende no sólo de los hechos objetivos, sino también de cómo nosotros seamos capaces de entenderlos y evaluarlos). Cuando el valor del capital sea muy superior a los beneficios futuros que una empresa puede llegar a generar, hablaremos de una «burbuja».
El capital es el valor monetario de los factores productivos dirigidos a obtener un lucro monetario en el mercado. Cuando el capital esté muy desligado del lucro futuro que generará, hablaremos de «burbuja».
En cualquier caso, siguiendo con el ejemplo anterior, si el capital de esa empresa es de 7.000 onzas de oro, las 3.000 onzas de diferencia entre el capital y la suma de todos los beneficios futuros esperados (10.000 onzas) constituirán lo que en el capítulo uno denominamos el «coste del capital», a saber, la compensación monetaria mínima que exigen los ahorradores para retrasar la satisfacción de sus fines y asumir riesgos. Como sabemos, el coste del capital suele expresarse en términos porcentuales sobre la inversión inicial (de hecho, al coste del capital también lo llamábamos tasa de rentabilidad mínima exigida por los empresarios). En el caso anterior, los cálculos para obtener la tasa de rentabilidad mínima anual de invertir 7.000 onzas y recuperar 1.000 onzas al año durante un decenio son un poco complejos y requieren ciertos conocimientos de matemáticas financieras. Ahorrémonos el farragoso cálculo: si hiciéramos
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