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Osea Y Osea


Enviado por   •  16 de Julio de 2015  •  2.509 Palabras (11 Páginas)  •  191 Visitas

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En la obra El Sexto, cuenta las experiencias de Gabriel durante su prisión en la conocida cárcel limeña. La fetidez, el aspecto sombrío, el envilecimiento de la persona son las notas primeras que diseñan la forma de la cárcel y su mundo cerrado. Gabriel ingresa en ella a causa de su actividad como líder estudiantil: al hacerlo, tiene la impresión de haber penetrado en una ciudad turbulenta y desconocida. Los personajes que encuentra (criminales, maleantes, degenerados, presos políticos y estudiantes), su conducta, los hechos insólitos convertidos en norma carcelaria, la estratificación del penal –especie de jaula rectangular dividida en tres pisos horizontales– en donde se distribuyen, de abajo hacia arriba: vagos y asesinos, maleantes no avezados, y detenidos políticos; la noche y la mañana contempladas desde la celda, todo esto, por fin, en frente de Gabriel, y al mismo tiempo en su contorno, lo impele a buscar perspectivas –íntimas y externas– para ordenar la secuencia de figuras disformes que lo cercan.

Esa realidad –que no es paisaje natural– cosificada en el volumen oscuro de la cárcel, lo incita al recuerdo de la infancia serrana, bajo el sol brillante que fustiga el campo. La lluvia menuda, el cielo descolorido le recuerdan que la cárcel está en Lima; el ruido de los automóviles, la torre de la iglesia cercana, no obstante su proximidad, le recortan el espacio y lo insertan en el paisaje de la prisión, crucero principal de la ciudad moderna. El Sexto, erguido y voluminoso, se le antoja un monstruo que tritura a sus huéspedes imperturbablemente. En diálogo con Cámac, su compañero de celda, sindicalista minero, intuitivo y serrano como él, Gabriel aprende las más claras lecciones sobre la cárcel y la vida. Cámac tenía un ojo enfermo que le supuraba sin pausa; pero por el sano irradiaba una luz convincente, de tenaz rebeldía. La opacidad y el fulgor de sus ojos impresionan a Gabriel y trasuntan la lucidez y el desvarío de las pláticas; entretanto, el monstruo cosificado adquiere otra significación: en él se apretuja la estructura humana y económica del Perú contemporáneo, sólo que, paradójicamente, el sector popular ocupa el nivel más alto, cual si se hubiese invertido la pirámide.

Gabriel ensambla su análisis con las desordenadas observaciones de Cámac, y reconoce que le confieren razón al minero; mas, aparte el acuerdo conceptual, percibe que una fuerza emotiva, no-lógica, lo aproxima a éste y otros hombres de distintos credos, y que en cambio lo separa del frío sustento analítico que caracteriza a los dirigentes de los partidos organizados en el penal. En la tabulación de las costumbres carcelarias, de la conducta de los reclusos, y de las amistades y los odios, entra en juego un conjunto de apreciaciones y sentimientos pertinazmente serranos. Las tres figuras capitales: Gabriel, Cámac, Juan, son de origen andino. La intuición y el sentimiento, la reminiscencia y la furia despojada de doctrina, hermanan a estos hombres en su percepción del país como secuencia de espacios (sierra-costa), y como espacio con profundidad, en el prisma de base rectangular que es el Sexto y todo el Perú.

La vida carcelaria debería ser entonces una experiencia compartida, mas, puesto que en ella se revelan igual que al microscopio los vicios y virtudes del país, Gabriel descubre que el suyo, como el problema de los otros políticos, no es un caso personal, no es un caso de conciencia, y sin embargo está anegado de individualismo. "La soledad no se goza; la soledad se sufre": junto a la escoria humana, en El Sexto se hallan los seres más idealistas del país; sin embargo, la discrepancia en las cuestiones prácticas aleja a los hombres más que las ideas, y lo que distingue a la persona, –para Gabriel ¡intelectual!– no son las teorías, sino la conducta. Frente al monstruo cosificado, los hombres se autodefinen y desunen, a pesar de haber comprendido el secreto de la cárcel y de la sociedad.

Después de oír las opiniones de Cámac sobre el estado del Perú y el remedio de su crisis, Gabriel comenta: "Aun en la cárcel me parecían temerarias esas palabras". "Tenía 23 meses de secuestro en el penal y había recuperado allí el hábito de la libertad" (p.17). No se había juzgado con tan punzante amargura a nuestros regímenes dictatoriales; en ellos, la cárcel, negación de la persona, disforme reflejo de la sociedad, le ofrece al hombre lo que la vida ciudadana le arrebata: la libertad de comprender y de expresarse; le promete, en fin, el sueño de un nuevo país. Y aunque sólo sea en el plano simbólico, esta realidad se desborda del prisma, y expande e incorpora las secciones parciales del territorio en un nuevo "todo" ideal. Ese ideal habita en el Sexto; en ese sentido uno de los reclusos dirá "Esta es nuestra casa…".

En cuanto a su otra obra “Rios Profundos”, es para muchos la síntesis más perfecta del mundo andino y el español. Su autor, el escritor y antropólogo peruano José María Arguedas, concibe toda su literatura alrededor de un proyecto: un país dividido entre dos culturas (la andina, de origen quechua, y la urbana, de raíces europeas) que deben integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Y resulta ser en esta obra, Los ríos profundos, donde mejor se plasman los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea. Se trata de una novela de formación articulada sobre dos pilares estructurales de dilatada tradición literaria, como son, por un lado el motivo del viaje y por el otro el del héroe adolescente que protagoniza el tránsito de la infancia a la edad adulta. Ambos motivos son de fácil rastreo a lo largo de la literatura, tanto aislados como combinados, arrancados, desde la Biblia y la épica clásica, pasando por la picaresca hasta llegar a la literatura del siglo XX.

El viaje de Ernesto, el protagonista de la novela, pasa por tres etapas. La corta estancia en Cuzco conforma la primera etapa del viaje iniciático de Ernesto; Cuzco es ciudad sagrada y centro del mundo en el que se unen cielo y tierra. La segunda etapa es el largo peregrinar del protagonista siguiendo los pasos de su padre por toda la geografía del Perú. La estancia en Abancay constituye la tercera parte del viaje del protagonista; Abancay romperá la idea del orden natural que Ernesto había aprendido con los indios, porque en esa ciudad aparecerá materializado el mal. La última etapa del viaje de Ernesto consiste en la vuelta a emprender el camino que lo integra con las sierras, los ríos y el pasado, pues ese será, paradójicamente, su futuro. Son dos los narradores que relatan los diferentes capítulos de la novela. Uno es el mismo protagonista que narra su historia interior, y el otro es el narrador que narra la historia global. Pero se trata de un narrador no

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