Venezuela, revolución o pesadilla
Enviado por 16845445marcris • 15 de Marzo de 2015 • Tesis • 1.963 Palabras (8 Páginas) • 226 Visitas
Venezuela, revolución o pesadilla
Ocho de cada 10 venezolanos cree que la situación del país es negativa.
Por: VALENTINA LARES MARTIZ |
4 de diciembre de 2014
Foto: Reuters
Venezuela sigue siendo un país indescriptiblemente bello, exuberante, inagotable. Caben en él todas las definiciones de
potencial, en su clima perfecto, ubicación prodigiosa y esa predisposición para el placer y el desparpajo. Podría decirse
que Venezuela es un sueño.O al menos, el concepto de uno que, a pesar de tan magnífico lienzo, no se refleja en la
cotidianidad de sus 30 millones de habitantes, atrapados hoy como pocas veces en su historia reciente en una espiral de
empobrecimiento y polarización.
El risueño y amable venezolano ha transmutado en un cazador de productos de primera necesidad, un fugitivo de la
violencia, un sobreviviente ante la falta de servicios públicos y en gruñón profesional.La calle es el crisol de una
frustración ciudadana que ya refleja la ciencia social: 8 de cada 10 venezolanos (80 por ciento) cree que la situación del
país es negativa, según la última encuesta –publicada en agosto– de Datanálisis, respetada empresa de análisis de
entorno. Hace apenas un año y medio esa percepción negativa era de 47,6 por ciento.
“Ah, pero entonces me quitaban el agua solo una o dos veces a la semana”, replica con una sonrisa Leonidas Martínez,
un extranjero con siete años en el país, que vive en una zona clase media de Caracas. “Desde hace más de ocho meses
ntramos en un plan de racionamiento en el que nos ponían el agua solo tres días y desde hace un mes solo tengo agua
media hora dos veces por día. Apenas puede uno bañarse o lavar la ropa. A mi hijo lo baño con tobos (totuma). Uno
llama al servicio y no dan explicaciones, hasta le dicen a uno que es mentira, que sí hay”.
La decadencia en la infraestructura de servicios públicos, todos bajo la administración del gobierno, es un creciente
dolor de cabeza para los venezolanos, que paralelamente –y sobre todo durante el último año– se han ido
acostumbrando a todo tipo de dificultades.
La maña y la paciencia, todavía, le ganan la partida a la desesperación que produce otro problema estructural de
reciente data que es la escasez de productos de todo tipo, sobre todo alimentos básicos, medicinas y artículos de
higiene personal.
Hacer filas se ha convertido en el nuevo modus vivendi del venezolano. Filas para comprar harina para arepas o pasajes
aéreos, según la necesidad. Desde horas como las cinco de la mañana empieza la acumulación de gente a las puertas de
los mercados o redes de farmacia para comprar “lo que haya”.
Y ante la inminencia de las fiestas decembrinas los venezolanos no quieren quedarse sin estrenar aunque sea un par de
zapatos o una camisa, por lo que tiendas como Zara, Nike o Timberland han establecido un sistema de “racionamiento”
de piezas para vender por persona mientras, con ayuda de vigilantes –y hasta policía municipal– se ayudan para
administrar el flujo de compradores.
Esa recién estrenada paranoia por comprar lo que sea tiene muy bien fundada su causa, pues el venezolano sabe que la
plata que tenga, por poca que sea, vale hoy mucho más de lo que valdrá mañana.
El bolívar famélico
Son inquietantes algunos de los parámetros que describen a la economía venezolana, incluso algunos desafían toda
lógica.
Producir el billete venezolano de más baja denominación (de 2 bolívares) es más costoso que su valor en el mercado y el
billete más alto (de 100 bolívares) no alcanza ni para comprar un dólar en el mercado paralelo, donde la moneda
estadounidense se cotiza hoy en día alrededor de 155 bolívares.
Aún así el gobierno venezolano, que centraliza y controla todas las operaciones en divisas mantiene el precio del dólar
oficial en 6,3 bolívares por dólar, lo que hace de Venezuela el país más barato o caro del mundo, según se mire.
El problema es que en la calle la fijación de precios –a pesar de los crecientes intentos del Estado por controlar también
este proceso– responde al dólar paralelo y por eso un café le cuesta 50 bolívares (0,32 dólares o 7,9 dólares, si se rige
por el valor “oficial”).
El salario mínimo, recién aumentado a 4.998 bolívares, sería entonces 32 dólares si se cambia al mercado paralelo, pero
en la Venezuela oficial sería de 793 dólares, una verdadera fortuna que, en la vida real es una distorsión que ni las cifras
oficiales pueden maquillar.
Según el Instituto Nacional de Estadística, en Venezuela la canasta básica familiar mensual cuesta 12.690, es decir, dos
salarios mínimos y medio. Pero otros cálculos académicos (como el Centro de Documentación y Análisis de la Federación
de Maestros) la ubican por encima de los 26.000 bolívares, equivalente a seis salarios mínimos.“El aumento en el ingreso
no significa el aumento en la productividad”, explica la socióloga y experta en estudio de pobreza de la Universidad
Católica, María Gabriela Ponce.
“Medir el nivel de pobreza por el ingreso no tiene sentido, sobre todo en economías tan rentistas como la venezolana,
tan dependiente de los precios del petróleo. Claro que los ingresos han aumentado pero no se ha defendido el valor de
ste ingreso, por lo que el poder adquisitivo de la gente ha caído sistemáticamente en los últimos 15 años, y el último ha
sido el más apoteósico”.
De hecho la publicación de los índices de inflación, un tema cotidiano para cualquier banco central, en Venezuela se ha
convertido en otro nuevo frente de polarización política, con el Estado retrasando hasta tres y cuatro meses la
publicación de la medición.
Esta, entre agosto de 2013 hasta agosto de 2014 aumentó 63,4 por ciento, convirtiéndose en una de las más altas del
mundo y luce con poca capacidad de retroceso.
Mar de contradicciones
Así, los economistas más reconocidos del país aseguran que el índice de precios cerrará 2014 con un aumento de entre
72 y 80 por ciento y para 2015 vaticinan un incremento de hasta 120 por ciento. “No hay que indagar mucho para saber
que el venezolano siente una gran incertidumbre, siente una crispación muy grande”, afirma Ponce.
Pero así como cuesta conseguir champú o medicinas, en el país despunta la presencia de una nueva clase privilegiada
que avanza en las calles en grandes
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