Masculinidad

        El sexo ha sido uno de los principales diferenciadores a través del cual nos ha sido posible darle una estructura a nuestra sociedad. Durante el inicio de nuestra historia, las características sexuales externas y el papel en la reproducción marcaron la pauta para asignar diferentes roles funcionales en beneficio a la vida grupal, ya que de esta dependía nuestra supervivencia. Sin embargo, a través de los años y con la ayuda de la tradición oral estos atributos de hombre y de mujer fueron estereotipándose, otorgándole a los roles del varón un mayor estatus asociado a la  masculinidad. No obstante, debido a que las exigencias del contexto cambian conforme a la evolución, recientemente nos ha sido indispensable replantearnos el concepto de masculinidad.

        En nuestro  contexto  actual, el modelo  de masculinidad tradicional comienza a presentar algunos  inconvenientes que antes no se tomaban en cuenta. Gracias al  movimiento a favor de la equidad  de género, hoy se desvaloriza la fuerza en contraste con la inteligencia y las mujeres tienden a buscar una pareja con la cual puedan compartir el trabajo del cuidado y del hogar para que ambos tengan la oportunidad de desarrollarse en ámbitos profesionales y personales por igual (Infantes, A.T., Dolores, A.V., 2011).

 Situaciones como las mencionadas con anterioridad hubieran sido inimaginables tan solo unos años atrás, por lo que el hecho de que el concepto de masculinidad sea dinámico de acuerdo al contexto nos lleva a pensar que este no se encuentra determinado por la biología. Es así como  diversos autores se han encontrado con múltiples limitaciones para poder consensar una definición de masculinidad. Por esta razón, en lugar de tratar de definir la masculinidad como una norma o conducta promedio, necesitamos centrarnos en los procesos y relaciones por medio de los cuales los hombres y las mujeres llevan vidas imbuidas en los géneros. Por lo tanto, los géneros  masculino y femenino son al mismo tiempo la posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres y  las mujeres se  comprometen con esa posición de género, y los efectos  de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y  en la cultura (Infantes, A.T., Dolores, A.V., 2011). Las identidades masculinas se definen como lo que los hombres dicen y hacen para ser hombres y no solo como lo que los hombres dicen y  hacen (Gutmann, 2000).  La noción tradicional de ambos géneros plantea que estos son dos polos opuestos. Es así como la identidad masculina se caracteriza por ser un proceso negativo, es decir, ser hombre significa fundamentalmente no ser mujer (Castells y Subirats, 2007). El varón asume una identidad que se opone a la de otros grupos psíquicos como mujeres, niños y homosexuales, y como consecuencia este no expresa sino que inhibe. Es por esto que uno de los rasgos más representativos en la identidad típicamente masculina sea el control de los sentimientos, especialmente del miedo (Infantes, A.T., Dolores, A.V., 2011).

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