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CRISIS DE PÁNICO LA PEOR PESADILLA HECHA REALIDAD


Enviado por   •  11 de Mayo de 2016  •  Ensayo  •  1.871 Palabras (8 Páginas)  •  206 Visitas

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CRISIS DE PÁNICO

LA PEOR PESADILLA HECHA REALIDAD

Apenas veo los escalones, son pequeños y angostos, hay mucha gente que empuja y mi corazón late mucho más rápido que de costumbre. Las manos comienzan a sudar, lo que la gente susurra se transforma en gritos para mis oídos. Sigo caminando de la mano de mi madre, cuando tomo asiento, el capitán da la bienvenida. Es el regreso de unas lindas vacaciones en Cartagena de Indias con toda la familia, que de un segundo a otro, se transforma en mi peor pesadilla.

Lo último que recuerdo de tierra firme es un bello paisaje, una playa de aguas cristalinas y un casco histórico de película. Su centro está completamente rodeado de una muralla gigante, en su tiempo servía para protegerse de los piratas que venían a invadir la ciudad. Las casitas pareadas de colores se iluminan con faroles antiguos remodelados y los únicos vehículos que pueden transitar por sus calles de adoquines, son esos hermosos carruajes tirados por caballos que me hicieron recordar el tiempo medieval.

Todo iba bien, hasta que de pronto, se me descuadró la realidad. Estaba con mi hermana a punto de cruzar una calle cuando sentí que el mundo dio un giro brusco. Me quedé helada como quien contempla un episodio de la “Dimensión Desconocida”. No entendía qué pasaba y se lo dije a mi hermanita, que sólo supo contestarme: "¿Cómo? ¡No seas loca!". Esas palabras las recuerdo muy claro, porque para mí, ese día empezó todo.

No soy una persona miedosa, aunque debo confesar que me gusta la seguridad. Saber que de una u otra forma controlo las cosas. Tal vez por eso cuando hay algo fuera de lugar, me desconcierto. Creo que el primer aviso fue esa sensación de deformación de la realidad. Me encontraba a punto de cruzar la calle, al frente estaba nuestro hotel. Miré para ambos lados, solo vi gente correr por la vereda o caminar hacia la playa. La calle estaba vacía cuando de pronto el hotel, los árboles y hasta la misma calle se curvaron. Miro mis pies y estaban firmes en el suelo, veo a mi hermana y estaba a mi lado sin caerse, mientras que todo lo que se encontraba frente a mí estaba totalmente desequilibrado.

Debo confesar que eso sí me aterrorizó. Pero seguí disfrutando de esas playas caribeñas, de esos deliciosos desayunos, almuerzos y cenas; e incluso de esa barra abierta que nos deleitaba día y noche sin restricción alguna. De una u otra forma, creo, intentaba evadir el problema.

Pero fue en el regreso a Chile en pleno avión, cuando se me desató lo peor. Siento taquicardia, sudoración fría, ganas de vomitar, pero lo peor de lo peor, es esa maldita sensación de que me voy a volver loca. Llevo siete horas junto a mi madre con los ojos cerrados y apretándole la mano hasta casi cortarle la circulación. La pobre lo único que me dice es que ya vamos a llegar, que estamos cruzando la cordillera, que se ve el aeropuerto, que estamos aterrizando. El avión aparca y recién ahora me tranquilizo.

Pasó el tiempo y empecé una co-terapia con siquiatra y sicólogo varias veces al mes, y con tantas pastillas que sentía como si cargara con una farmacia entera a cuestas. En parte gracias a eso, sentí que paso a paso recuperaba la normalidad, y pude seguir con mi vida como si todos esos episodios hubiesen sido algo puntual. Terminé mi carrera, me casé. Con mi marido adoptamos dos perros y arrendamos una casa. Sentía que la vida volvía a ser como alguna vez la había soñado. Y fui más feliz aún cuando supe que esperábamos un hijo.

Al embarazarme tuve que dejar de tomar mis medicamentos. Por un momento sentí que se me caía el mundo privada de pronto de mis antidepresivos y tranquilizantes, esa seguridad de tener un “salvavidas” guardado siempre en mi cartera, era para mí lo que me sostenía en pie. Pero la felicidad y esperanza del embarazo compensa gran parte de eso y creo que de ese modo  logré pasar lo peor.

La vida siguió adelante. Nos fuimos con mi marido y mi hijo a España, en donde tuvimos otros dos niños. Fueron varios años en la península y no había vuelto a tomar pastillas desde mi primer embarazo. Me sentía feliz y plena cuando volvimos a Chile.

Fueron días de muchos cambios. Cambios de casa, cambios laborales. Recuerdo que de inmediato al aterrizar nos fuimos a la Laguna de Aculeo, lugar que se transformó en nuestro hogar mientras nos estabilizábamos. Era enero, mucho calor, pero las sombras de los árboles, la sonrisa de los niños jugando en el agua y esas caminatas largas y distendidas con mi marido por un prado maravilloso, más el reflejo de esos atardeceres en el agua podría describirlos como casi perfectos. Pasaron sólo unos meses y nos mudamos a Viña del Mar. Me tocó buscar jardín infantil para los niños, departamento para vivir y luego colegio para el mayor. Después de un año, me puse a trabajar y hasta entonces todo iba bien. Había sobrevivido a varios meses de muchos cambios y mucho estrés sin colapsar.

Un día cualquiera comencé a sentir un fuerte dolor de cuello que luego se me pasó a la espalda... fue tanto el dolor que terminé acudiendo a un traumatólogo. Me dio licencia y un montón de pastillas. El dolor era insoportable, apenas podía tomar en brazos a mis hijos, algo muy raro me estaba sucediendo y aunque yo no quería verlo, era una antesala a lo que por muchos años había olvidado.

Aprovechando mis días “libres”, fui a buscar a mi hijo al colegio y después se me ocurrió ir al supermercado. De pronto, de la nada, volvió a desatarse la pesadilla. Me comencé a sentir mal, me faltaba el aire, sentía que me ahogaba y empezaron las sudoraciones. Le dije a mi hijo Martín que volveríamos a casa. En lo profundo de mi mente yo luchaba por negar los síntomas, no quería asumir que estaba volviendo, 15 años después, a experimentar una nueva crisis de pánico.

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