Capitalismo Solidario
Enviado por Directioners.com • 16 de Marzo de 2015 • 4.336 Palabras (18 Páginas) • 157 Visitas
Nas Imran estaba sentado en la orilla de un camastro de hierro, en su pequeña celda de la prisión
estatal de Washington. No podía dormir, pero cuando lograba adormecerse un poco, sus sueños eran
interferidos por oscuras sombras amenazantes y furiosas voces entrecortadas.
«En 1969 sólo tenía yo diecinueve años —recuerda Nas—, era un niño negro tratando de escapar
de la pesadumbre y el terror del torbellino urbano enrolándome en la Universidad de Washington
para jugar al fútbol. En aquellos días —añade—mis sueños incluían un Trofeo Heisman, una
temporada de campeonato, una posición titular en el Rose Bowl y, eventualmente, un contrato con
los profesionales».
A través de los barrotes, Nas podía ver un guardia blanco obeso, con los pies apoyados en su
escritorio metálico, tomando café y viendo la última función de cine en la televisión, mientras los
demás presos a su cargo, en su mayoría negros, dormían inquietamente o rondaban en sus celdas.
«Le hice caso a la gente equivocada —continúa Nas—, me metí en problemas con la ley y, de
pronto, me encontré en un tribunal ante el juez. Acabé pasando dos años en una prisión estatal, y
créame, es difícil mantener vivos los sueños detrás de las rejas». Hace una corta pausa y,
tranquilamente, añade: «Claro que conserva vivos los sueños nunca ha sido fácil para mi familia».
El abuelo de Nas Imran había sido esclavo y sus dos abuelos maternos murieron antes de que su
madre hubiera cumplido los cinco años. Incluso después de que Abraham Lincoln firmara la
Proclamación de Emancipación de los esclavos, a los americanos de raíces africanas se les seguían
negando los derechos humanos básicos derechos de los que los demás disfrutamos casi sin darnos
cuenta. No podían votar o emitir sus opiniones, ni escribir o reunirse libremente. La ley los privaba
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na bioquímica amiga mía, contesta a la pregunta ¿Cómo se ve a sí mismo? con esta peculiar
respuesta: «Soy sesenta por ciento agua», comienza diciendo, «la suficiente para llenar una pila de
baño pequeña. La mayor parte de lo demás es grasa, suficiente para hacer por lo menos Cuatro o
cinco barras de jabón, y diversas sustancias químicas comunes. Soy suficiente calcio como para
hacer un pedazo de liza de buen tamaño, suficiente fósforo para una cajita de cerillas, suficiente
sodio para condimentar una bolsa de palomitas de microondas, suficiente magnesio para disparar un
flash fotográfico, suficiente cobre para una monedita, suficiente yodo para hacer saltar de dolor a un
chiquillo si se lo ponen, suficiente hierro para hacer una uña de diez centavos y suficiente sulfuro
para dejar sin pulgas a un perro. En total —concluyó——, considerando la recesión actual, valgo
como un dólar setenta y ocho centavos de agua, grasa y sustancias químicas».
Buckminsdter Fuller, el filósofo, arquitecto y planificador urbano, también contestó a la pregunta
¿Cómo se ve a sí mismo? Yo he parafraseado a continuación su muy larga respuesta:
«Yo soy un bípedo autobalanceado con veintiocho juntas de base adaptable, una planta
procesadora electroquímica con facilidades integradas y separadas para mantener energía en
baterías almacenadas con objeto de subsecuentemente dar fuerza a miles de bombas hidráulicas y
neumáticas, cada una con su propio motor agregado; sesenta y dos mil millas de pequeños vasos
sanguíneos, millones de dispositivos para dar señales de alarma, ferrocarriles y sistemas de
transportes; más trituradores y grúas, un sistema telefónico ampliamente distribuido que si se
mantiene bien no requiere servicio en setenta años; todo ello guiado desde una torreta en la que
existen telescopios, microscopios, telémetro autorregistrador, estetoscopio, etc.».
B. F. Skinner, psicólogo y padre del conductismo, respondió a la pregunta de esta manera: «Yo
soy una serie de estudiadas respuestas a mi entorno. Como los perros de Pavlov, estoy entrenado
por fuerzas más allá de mi control para salivar oportunamente. No puedo ‘iniciar acción ni hacer
cambios espontáneos o caprichosos’. Todo es condicional. Elegir es una ilusión. Los sueños son
autoengaños».
¿Cómo le hacen sentirse esas respuestas? Póngase delante de un espejo, mírese directamente a
los ojos y hágase la pregunta: ¿Cómo me veo a mí mismo?
¿Usted piensa en sí mismo como un montón de sustancias químicas, o como una máquina
complicada puesta en piloto automático, o como un organismo entrenado para salivar a tiempo? Si
piensa así —aunque ni por un momento lo creo— no existe mucho futuro para un dólar setenta y
ocho centavos de agua, grasa y magnesio. Una máquina no tiene un corazón, una mente o una
conciencia. Los perros de Pavlov podrán soñar, pero no tienen manera de ver sus sueños hacerse
realidad. En el fondo de su corazón, ¿no cree ser algo más que todas estas respuestas reunidas?
Por eso yo amo la riqueza y belleza de la Biblia. En el Génesis, Moisés da su respuesta a la
pregunta. En su poética y profundamente conmovedora narración de la creación, el viejo profeta
comparte sus opiniones sobre qué somos y por qué osamos soñar.
El inicia el pasaje literario más famoso de la historia con estas sencillas palabras: «En el
principio Dios creó los cielos y la tierra» (Génesis 1:1). En el sexto día de la creación, Moisés
escribe: «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y
hembra» (Génesis 1:27). «Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro
aliento (espíritu) de vida, y fue así el hombre ser animado» (Génesis 2:7).
Moisés no creía que nosotros seamos un accidente de evolución, sino seres que Dios creó
amorosa y cuidadosamente (Génesis 1:2). Nosotros no somos solamente Otro animal o planta,
puesto que hemos recibido de Dios el «soplo divino» y, por tanto, compartimos la verdadera
naturaleza y propósitos del Creador (Génesis 2:7).
Y la Tierra no es solamente otro planeta danzando alrededor del Sol en su interminable viaje a
través del espacio infinito. Es la casa que Dios nos dio. Estamos hechos para encontrar sustento y
alegría en este planeta. A cambio, compartimos el privilegio y la responsabilidad de cuidar de la
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ierra y de los demás, como Dios cuida de nosotros (Génesis
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