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Educar Para La Paz


Enviado por   •  21 de Febrero de 2014  •  1.567 Palabras (7 Páginas)  •  234 Visitas

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Educar para la Paz: un enfoque Humanista

Rogers escribió: “los diferentes puntos de vista en la psicología humanista tienden a enriquecer el campo en vez de limitarlo.” En efecto, las personas insertas en un proceso se vuelven incapaces de percibirlo. Esto le sucede a los animales, pero también a los seres humanos. Nosotros no advertimos el crecimiento diario de nuestros hijos o de las plantas ornamentales de nuestro jardín.

Esta condición de la vida humana nos marca un imperativo: debemos salirnos, por así decir, de la vida humana cotidiana para poder captar sus cambios y contrastes, imperceptibles pero continuos y, quizá, fundamentales.

Esto es lo que está sucediendo con la educación: hay que verla en su decurso histórico para poder ver su evolución y desarrollo. Cicerón, por ejemplo, en pleno imperio romano, nos dice que “conocemos tanto cuanto somos capaces de almacenar en la memoria”. En una época en que poseer un libro –que era una copia de un pergamino o un papiro– era poseer un tesoro, esto era totalmente comprensible. Y así siguió sucediendo hasta hace muy poco tiempo. Por esto, la “educación bancaria” de la que nos habla Paulo Freire (1974) –en la que el educador era el que tenía la cabeza llena y el alumno el que la tenía vacía, y la educación consistía en el trasvase de esos saberes¬– era comprensible en el pasado; hoy, en cambio, esto es considerado como algo totalmente errado e injustificable bajo todos los puntos de vista.

Ya en la antigüedad, geniales pedagogos como el griego Plutarco y el hispano-romano Séneca nos dijeron que “el niño no es un vaso que hay que llenar, sino una antorcha que hay que encender”. Y aun antes, Platón, en el diálogo Menón, usa magistralmente la mayéutica socrática para desarrollar la inteligencia del aprendiz; es decir, parte de la idea de que lo que éste va a aprender ya lo tiene implícitamente en su cerebro. Así, estos insignes hombres se adelantaron mucho a su tiempo y captaron lo que hoy constituye la esencia de un cambio de paradigma en la educación.

John Dewey nos puntualiza que “la memoria es la gran simuladora de la inteligencia”. En efecto, la simple memorización produce un embotamiento de la inteligencia; y muchos educadores se autoengañan cuando oyen a sus alumnos repetir al pie de la letra muchas ideas tal como están en los textos o como ellos las expusieron, y creen que éstos las entendieron. La inteligencia es una función que sólo se activa frente a una situación-problema; por ello, el mejor profesor no es el que da buenas respuestas, sino aquel que sabe hacer buenas preguntas, preguntas que ponen a los alumnos a pensar, a discurrir y a buscar soluciones a los problemas que la vida nos plantea siempre en nuevas situaciones y con nuevas variables.

Una de las prácticas que están más fuera de sentido –salvo en situaciones y áreas muy específicas– son los “entrenamientos mentales”. El know how puede convertirse en una capitis diminutio: es decir, que cuanto más aprendemos a hacer una cosa de una determinada manera, más incapaces nos volvemos para hacerla de otra forma. No hay modo de descubrir las necesidades futuras, sino a muy corto plazo, ya que la complejidad de la vida actual crea muchas situaciones incontrolables e impredecibles, llenas de incertidumbre y de azar. Esto cuestiona los currículos y programas fijos; por ello, los entrenamientos a largo plazo son inadecuados, ya que cautivan el futuro; más bien, se hace necesaria una actualización continua. En sentido estricto, los entrenamientos son propios de los animales por ser incapaces de ver las razones de las cosas: el almirante Rickover, quien diseñó y dirigió el primer submarino atómico, el Nautilus, decía que un mono adiestrado podía manejarlo. En consecuencia, conviene señalar que muchas instituciones escolares están preparando a sus estudiantes para un mundo que ya no existe, un mundo que ya se fue.

Sin embargo, actualmente tenemos aquí un conflicto muy serio. El desarrollo tecnológico y los intereses de los centros de poder industrial y económico crean un mercado laboral que desearía e intenta convertir la educación en un instrumento a su servicio, ponerla bajo uno de sus sectores más estratégicos: es decir, ubicarla entre los bienes de consumo y las reglas del mercado. Esta situación obliga a todos los educadores conscientes de su misión a buscar un equilibrio: preparar a sus alumnos para poder insertarse en el mundo laboral que les espera, pero también, y sobre todo, prepararlos para no venderse al mejor postor,

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