El Mexicano, Psicologia De Sus Motivaciones
Enviado por silviaovilla • 2 de Enero de 2013 • 5.350 Palabras (22 Páginas) • 926 Visitas
PROLOGO
El mexicano, el macho mexicano, es el mártir de si mismo. Débil y andrajoso, mutilado, preso en insomioso de vacío, confunde el amor con la sed, el cariño con la flaqueza, lo mezquino con lo sublime, lo cursi con lo bello y lo masculino con lo grotesco. Vive la tradición como imperativo y el dolor como holocausto. Por eso el mexicano mata.
El mexicano esconde su amor, disfraza su emoción, habla en piruetas de trapecio, confunde sus sentidos porque vive en terror del abandono. Por eso el mexicano miente. Quiere escapar de su tristeza de su pertinaz melancolía. El mexicano vive tenso su capacidad para fundir en sí mismo al padre “violento, agresivo, esporádico y arbitrario” y a la madre que, a la vez, adora y odia. Por eso el mexicano se emborracha.
A MANERA DE INTRODUCCIÓN.
Una madre judía, resace de todas las persecuciones, angustias y desvelos de la Alemania nazi, llega a un país americano como inmigrante. Al tener a su hijo criollo, en el país que le dio alberge, va a mitigar muchas de sus penas, de sus angustias y de sus temores en relación con el hijo: en primer término dará al hijo satisfacciones en determinadas áreas, muy superiores a las exigidas específicamente por el menor. Será así como el niño comerá no únicamente lo que biológicamente necesita, sino con creces, como resultado de la relación con su madre. El niño obtiene así no solamente lo que necesita sino también todo aquello de lo que la madre careció cuando a su vez era niña. Este criollo, hijo de una madre judía, famélica en su infancia, será objeto de una sobrealimentación. Esta misma madre que ha incorporado en su interior la imagen de un mundo perseguidor y terrible, en el que ser judío ha sido equivalente de afrentas y discriminaciones, proyectara la imagen de un mundo perseguidor y terrible en el país que le ha dado albergue; en estas condiciones tratara de proteger a su hijo de todas las persecuciones que ella misma sufrió, y que ahora fantaseadas, ha proyectado en su nuevo mundo. En estas condiciones privará al niño del contacto con amigos, con juegos y en general de todas aquellas áreas de participación social necesarias a un desarrollo adecuado. Tanto en las normas seguidas ante la alimentación como en las relativas al trato social, la madre estará reparando aquello que sufrió, aquello de lo que se vio privada. Rascovsky caracterizaba la fórmula de la relación de esta madre con su hijo con la siguiente frase: “niño, come, pero no te muevas”. Come por todo lo que yo no comí, por todas las privaciones de mi infancia miserable, por todo aquello que siempre deseé y no tuve. No te muevas, no participes, no entres en contacto con los demás porque el mundo es peligroso, cruel y avieso.
Esta forma específica de manejar las necesidades instintivas del niño trae consigo el que este incorporado en su interior la formula de la madre, y que sometiéndose a ella la repita una y otra vez, en forma estereotipada. Nos podríamos preguntar qué es lo que mueve al niño una vez adulto a repetir las pautas que le fueron impuestas. Al principio, el niño supo que siguiendo las normas de su madre lograba su efecto, supo que recibía amor y atención cuando su conducta era eco de la de ella. La necesidad de recibir amor, de no sentirse abandonado emocionalmente, es mayor que la frustración implícita en la sobrecarga de determinadas necesidades y el raquitismo en la satisfacción de otro grupo de ellas. Más tarde, cuando el niño deja de serlo para transformarse en hombre, la madre se ha convertido, de figura exterior, en figura internalizada. Cada vez que en la conducta se realicen las exigencias que impuso, emocionalmente se recibirá la aprobación desde adentro; cada vez que se destruyan los viejos moldes surgirá angustia por la desaprobación y desamor de la imagen interna. Este niño, con esta dinámica, a quien la madre ha privado de la posibilidad de derivar al exterior las tensiones por medio del movimiento, se transformará en un sujeto obeso, por incremento de la carga y déficit en sus posibilidades de descarga.
MOTIVACIONES PSICOLOGICAS DEL MEXICANO
Si nos referimos a las necesidades básicas como el hambre o la apetencia sexual si lugar a dudas tenemos que localizar su origen en la sustancia viva; así; en el caso dl hambre las modificaciones en el contenido de determinadas sustancias en el terreno sanguíneo: glucosa, etc. las contracciones gástricas y finalmente los cambios en el metabolismo tisular, son explicaciones más que suficientes para poder en un momento dado determinar la fuente o punto de partida de la necesidad. Otra de las características es su fuerza. Aunque no existe un sistema de medición preciso para valorar su fuerza si contamos con elementos laterales que nos permite juzgar de su mayor a menor intensidad. Una tercera característica o propiedad de la necesidad es su finalidad. Toda necesidad tiene un fin. La ultima pero no por ello la menos importante de las características de la necesidad es el objeto.
El mexicano ha tenido que experimentar la sensación de “su ser diferente” enfrente de otras culturas. Ha tomado diferentes designaciones: “afrancesamiento”, “pochismo”, etc., su motor básico es la técnica del avestruz, negar la realidad desplaciente pero genuina para adaptarse a injertos consoladores y falsos. Otro procedimiento es aceptar nuestro designio, con todo lo que de positivo y negativo implica; aceptarlo es en cierto sentido, sentirlo como propio, intimar con él y dominarlo al través de su estudio y su elaboración, agarrar el toro por los cuernos, implica perdernos el miedo y la vergüenza que secularmente se nos ha puesto encima.
En su excéntrica carrera ¿Qué persigue?... va tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de la vida de donde un día -¿en la conquista o en la independencia?- fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de hemos sido arrancados del todo y una ardiente búsqueda: una fuga, un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación” (Octavio Paz, El laberinto de la soledad).
El macho mexicano, es el mártir de sí mismo, débil y andrajoso, mutilado, preso en insomnios de vacío, confunde el amor con la sed, el cariño con la flaqueza, lo mezquino con lo sublime, lo cursi con lo bello y lo masculino con lo grotesco.
La mujer es devaluada en la medida es que paulatinamente se la identifica con lo indígena; el
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