LA VERDAD COMO DESICION
Enviado por 260213 • 1 de Mayo de 2013 • 2.845 Palabras (12 Páginas) • 264 Visitas
La verdad como decisión
Una breve historia de un largo adiós
Por Ricardo Milla
Apertura
En nuestra vida cotidiana hay ciertas preguntas que llegan a nuestra mente pero que a veces las dejamos de lado. Quizá porque son muy complejas, quizá porque creemos que no vale la pena preguntarse por cuestiones tan complicadas. Si alguien preguntase: “¿Cómo sabes que el mundo real no es producto de tu imaginación?, ¿quién te asegura que lo que conoces es real?, ¿y si quizá somos el sueño de alguien?”, bastará con golpearlo con algún objeto no muy hiriente, como una pelota de tenis, para que se percate que ese dolor no lo está imaginando.
Sin embargo, preguntas como la que hemos mencionado tienen su importancia. Aunque a primera vista parezcan banales y se resuelvan lanzando una pelota de tenis a quien la formula, resultan, al fin y al cabo, un verdadero dolor de cabeza –más fuerte que cuando te lanzan una pelota de tenis.
No obstante, si miramos bien la realidad, nadie se anda preguntando por la consistencia ontológica de las cosas. Casi nadie sube al bus y se empieza a cuestionar sobre la realidad de lo real. No. Todos, tú y yo, subimos al microbús y damos por supuesto que la realidad es obvia, que está ahí. Tan cierta como la pelota de tenis. Tan cierta como este papel que tienes en las manos. Pero, ¿esto basta? Parece que no.
Quiero hacer un excurso antes de explicarles de qué viene este texto. Antes de presentar mi tema, habría que distinguir tres niveles en el conocimiento. Pues el tema que vendrá tiene que ver con el conocimiento.
Subir al bus, ver al chofer, pagar el pasaje al cobrador, buscar un asiento, esquivar a las personas que van paradas, son parte de un conocimiento que podríamos llamar “cotidiano”. Es cotidiano porque se da a diario. Día a día nos transportamos para ir al trabajo, a la escuela, a la universidad, al bar, al cine, etc. Sabemos por “sentido común” que no es buena idea bajar del bus en movimiento, ni mucho menos sacar el Smartphone en un lugar peligroso. También es obvio muchas otras cosas: Como que el agua es húmeda, el fuego quema y el ají es picante. Este es un primer nivel del conocimiento. Un intento por saber qué es la verdad.
Este conocimiento cotidiano tiene verdades vagas, poco profundas, pero que son necesarias para “movernos” en la vida, en la ciudad. En Lima se dice de aquel que tiene poco conocimiento cotidiano que “no tiene esquina” o “le falta calle”. A quien le falta calle lo pueden engañar (o “agarrar de lorna”, como también dicen en mi ciudad). Entonces, es necesario el conocimiento cotidiano para llevar una vida normal, común y corriente.
Pero, como dijimos, esto no basta. Si subimos al bus y nos preguntamos por el funcionamiento del mismo, cómo la gasolina hace combustión en el motor por medio de las bujías, entonces estamos en búsqueda de respuesta propias de un conocimiento distinto al cotidiano. Nos referimos al conocimiento técnico. Más aún, si preguntásemos y aprendiésemos sobre los componentes químicos del motor o el tiempo en que tardará el bus en llegar a su destino yendo a una determinada velocidad, entonces estamos ante el conocimiento científico.
El conocimiento científico es exacto, riguroso, profundiza sobre aquello que el conocimiento cotidiano no puede llegar a ver. Es un conocimiento que da un paso más allá del sentido común. Es un conocimiento preciso que trata de explicar la realidad a todo nivel, desde el electrón hasta la estrella Alfa Centauro. La ciencia busca y pide más. Busca e indaga. El conocimiento cotidiano se conforma con la utilidad, mientras que el científico quiere algo más que la mera utilidad.
Aún así, se puede ir más allá todavía. Por ello existe el conocimiento filosófico. El filósofo subirá al bus y se preguntará: ¿por qué he coincidido con estas personas aquí y ahora en este bus?, ¿pudo haber sido de otra manera?, ¿por qué las cosas son así y no de otro modo?, ¿por qué hay cosas si bien pudo haber habido nada? Sí. Eso se pregunta el filósofo. Es un cocimiento ni subjetivo ni objetivo, ni cotidiano ni científico, pero que actúa como la ciencia y se basa en la vida cotidiana. Un conocimiento nunca acabado, nunca exacto, pero que satisface, porque indaga las interrogantes más profundas del ser humano.
Además, el conocimiento filosófico es un conocimiento histórico. Que nació en Grecia y se ha ido desplegando hasta el día de hoy. Un conocimiento que parte de la existencia misma de quien piensa. Sus verdades no pueden ser medidas a precisión como sí puede la ciencia, pero por lo mismo son más generales y, muchas veces, más importantes que las verdades científicas.
En resumen. Existen tres tipos de conocimiento: el cotidiano, el científico y el filosófico. Cada uno importante en su papel, en sus objetivos.
El siguiente ensayo será un ensayo filosófico. Y aquí mi intención: Quisiera en el siguiente ensayo abordar de manera resumida el tema de la verdad o, mejor dicho, el problema de la verdad. Quiero indicar de antemano que no voy a responder a la pregunta “¿Qué es la verdad?”, sino que expondré lo que hemos ido comprendiendo como “verdad” a lo largo de la historia en general y de la historia de las ideas en particular.
I
El inicio del problema de la verdad en Occidente lo podemos situar en la antigua Grecia. Platón, en sus diálogos, veía con suma importancia el hecho de que se deba hablar según la verdad o que el fin de la vida del hombre consistía en buscar la verdad (Platón, 2003, 201c-210b). Así mismo, el protagonista de los diálogos platónicos, Sócrates, creía que la verdad se encontraba en el alma de cada ser humano y que por medio de preguntas el interrogado iba descubriendo la verdad en sí mismo a modo de recuerdo (Platón, 2004, 72e-78a).
Luego, el discípulo de Platón, Aristóteles, acuñaría la frase: “Amicus Plato sed magis amica veritatis”, esto es, “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad” (cita famosa del libro La vida de Aristóteles de Ammonio). Para Aristóteles la verdad era “decir que lo que es, es y que lo que no es, no es” (2008, T, 7, 1011b 26-8), en otras palabras, que lo que se exprese sobre la realidad debe adecuarse o coincidir con ella. Así, por ejemplo, si al frente mío tengo una manzana roja y alguien dice: “esto es una piña rosada”, además de recomendarle un buen psiquiatra, nos percataremos de que no es verdad lo que afirma.
Entonces, esta es la primera idea o definición que tenemos sobre la verdad: “La verdad es la adecuación de la mente y la cosa”. O como lo formuló en la escolástica Santo Tomás de Aquino (2010): Adaequatio rei et intellectus (I, 16, 1).
De lo anterior se comprende con total claridad que al
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