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LA VOLUNTAD DE ESTILO EN EL ENSAYO


Enviado por   •  6 de Mayo de 2015  •  4.602 Palabras (19 Páginas)  •  400 Visitas

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En la búsqueda de una definición o caracterización del ensayo, es no sólo conveniente, sino preciso, remontarse a la obra de Miguel de Montaigne, creador del género ensayístico según la posición tradicional de la crítica literaria. Montaigne, en efecto, fue el primero en usar el término "ensayo", en su acepción moderna, para caracterizar sus escritos, y lo hizo consciente de su arte y de la innovación que éste suponía. En el ensayo número 50 del libro primero, que tituló "De Democritus et Heraclitus", nos da una "definición" que todavía posee hoy algo más que valor histórico: "Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y discutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado que no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los más convenientes. Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no con amplitud sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de las veces me gusta examinarlas por su aspecto más inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia. Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mí que lo haga bien ni que me concentre en mí mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia" (289-290).

En España, a pesar de que en el Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias (1611), se encuentra ya el término "ensayo", en ninguna de las tres acepciones que se incluyen, se hace referencia a una composición literaria. Para hallar la palabra "ensayo" con el sentido que le proporcionó Montaigne, habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XIX. En Covarrubias el concepto se encuentra implícito en la voz "discurso": "Tómase por el modo de proceder en tratar algún punto y materia, por diversos propósitos y varios conceptos".2 Así lo emplearon nuestros ensayistas del siglo XVII, especialmente Quevedo en Los sueños y Gracián en Agudeza y arte de ingenio. La palabra ensayo, si bien aceptada en el siglo XIX para designar una composición literaria (en el Diccionario de la Academia Española aparece ya la definición actual),3 es considerada despectivamente en ciertos sectores de la crítica hasta bien entrado el siglo XX. En 1906 Baralt, en su Diccionario de Galicismos, señala acerca del término ensayo: "Aplicado como título a algunas obras, ya por modestia de sus autores, ya porque en ellas no se trata con toda profundidad la materia sobre que versan, ya, en fin, porque son primeras producciones o escritos de alguna persona que desconfía del acierto y propone con cautela sus opiniones" (209). De forma muy semejante se expresa Mir y Noguera en 1908: "Modernamente han dado los escritores extranjeros, ingleses, franceses, italianos, en llamar 'ensayo' al escrito que trata superficialmente algún asunto, como si de él echase el escritor las primeras líneas. Esa palabra exótica va cundiendo entre nosotros. Exótica digo, por la rareza y especialidad de su significación. Porque la voz 'ensayo' o 'ensaye' siempre quiso decir 'prueba, examen, inspección, reconocimiento'" (703).

En Iberoamérica, el ensayo, como género literario, parece adquirir madurez mucho antes, y lo hace no tanto por la influencia directa de un Feijoo, de un Larra o de los pensadores franceses e ingleses de la Ilustración, cuanto por constituirse en una forma propia de expresión en las reflexiones en torno a una identidad iberoamericana: así Bolívar, Bello, Alberdi, Mora, Montalvo, Hostos, Martí, por citar sólo algunos de los ensayistas más conocidos del siglo pasado. En España, por el contrario, lo mismo que el siglo XIX fue el siglo de la novela, en el XX destaca el ensayo. Y pese a las etiquetas, más o menos académicas, con que fue en un principio considerado, el ensayo había ganado ya carta de naturaleza en España a finales del siglo XIX. Ortega y Gasset, que lo elevó a una altura de prestigio en los círculos intelectuales, se expresa ya en 1914 de forma muy distinta: "Se trata, pues, lector, de unos ensayos de amor intelectual. Carecen por completo de valor informativo; no son tampoco epítomes —son más bien lo que un humanista del siglo XVII hubiera denominado 'salvaciones'—. Se busca en ellos lo siguiente: dado un hecho —un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor—, llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado. Colocar las materias de todo orden, que la vida, en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como restos inhábiles de un naufragio, en postura tal que dé en ellos el sol innumerables reverberaciones" (Meditaciones 12). Esta "definición" que nos entrega Ortega y Gasset, tres siglos después de que Montaigne nos diera la suya, sigue siendo fundamentalmente la misma. La forma, el contenido, ha evolucionado; la esencia del ensayo es, sin embargo, aquella que Montaigne le proporcionó.

Las definiciones hasta aquí indicadas, si bien concretas en algunos aspectos, resultan, en definitiva, insuficientes. Más bien parecen indicar el pensamiento o carácter del escritor, que limitar y concretar un género. Los estudiosos de la literatura que con posterioridad se ocuparon del ensayo, tampoco llegaron a una definición satisfactoria. Bleznick, desde el campo de la crítica literaria, señala con brevedad: "El ensayo puede definirse como una composición en prosa, de extensión moderada, cuyo fin es más bien el de explorar un tema limitado que el de investigar a fondo los diferentes aspectos del mismo" (6). Para Díez-Canedo, poeta, periodista y ensayista, "el

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