LIBRO AUTODEPENDENCI
Enviado por vazquez_gony • 23 de Febrero de 2015 • 781 Palabras (4 Páginas) • 201 Visitas
El camino de las Lágrimas.
4 / Y el camino de la completud y de la búsqueda del sentido, que llamo
El camino de la Felicidad.
A lo largo de mi propio viaje he vivido consultando los apuntes que otros dejaron de sus viajes y he
usado parte de mi tiempo en trazar mis propios mapas del recorrido.
Mis mapas de estos cuatro caminos se constituyeron en estos años en hojas de ruta que me ayudaron a
retomar el rumbo cada vez que me perdía.
Quizás estas Hojas de Ruta puedan servir a algunos de los que, como yo, suelen perder el rumbo, y
quizás, también, a aquellos que sean capaces de encontrar atajos. De todas maneras, el mapa nunca es el
territorio y habrá que ir corrigiendo el recorrido cada vez que nuestra propia experiencia encuentre un error
del cartógrafo. Sólo así llegaremos a la cima.
Ojalá nos encontremos allí.
Querrá decir que ustedes han llegado.
Querrá decir que lo conseguí también yo.
JORGE BUCAY
La Alegoría del Carruaje
Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Salí a la calle que hay un regalo para vos.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo
justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de
cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran
asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al
cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo
de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la
casa de mi vecino... y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo...” Y me quedo un rato disfrutando
de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el
regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:
—¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
—Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido...
—Cierto —digo yo.
Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo
...