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La Pareja Madre-lactante


Enviado por   •  11 de Mayo de 2014  •  2.497 Palabras (10 Páginas)  •  286 Visitas

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La relación inicial de una madre con su bebé En un estudio de la relación que existe entre una madre y su bebe, es necesario examinar por separado aquello que es privativo de la madre y lo que está comenzando a desarrollarse en el niño. Se dan aquí dos clases distintas de identificación: la de la madre con su hijo y el estado de identificación de éste con la madre. La madre aporta a la situación una aptitud desarrollada, mientras que el niño se encuentra en ese estado porque es así como comienzan las cosas. Observamos en la mujer embarazada una creciente identificación con el niño, a quien ella asocia con la imagen de un "objeto interno", un objeto que la madre imagina se ha establecido dentro de su cuerpo y que pertenece allí a pesar de todos los elementos adversos que existen también en ese ámbito. El bebé significa también otras cosas para la fantasía inconsciente de la madre, pero tal vez el rasgo predominante sea la disposición y la capacidad de la madre para despojarse de todos sus intereses personales y concentrarlos en el bebé; aspecto de la actitud materna que he denominado "preocupación materna primaria". En mí opinión, esto es lo que otorga a la madre su capacidad especial para hacer lo adecuado: ella sabe exactamente cómo se siente el niño. Nadie más lo sabe, ya que los médicos y las enfermeras tal vez tengan muchos conocimientos de psicología y, desde luego, son duchos en lo que se refiere a la salud y la enfermedad corporal, pero no saben cómo se siente un bebé a cada minuto porque están fuera de esta área de experiencia. Hay dos clases de trastornos maternos que pueden afectar esta situación. En un extremo, tenemos a la madre cuyos intereses personales son demasiados compulsivos como para abandonarlos, lo cual le impide sumergirse en ese extraordinario estado que casi parece una enfermedad, aunque constituya un signo de salud. En el otro extremo, tenemos a la madre que tiende a estar permanentemente preocupada por algo, y el niño se convierte entonces en su preocupación patológica. Esta madre tal vez cuente con una especial capacidad para prestarle su propio self al niño, pero ¿qué sucede en definitiva? Es parte del proceso normal que la madre recupere su interés por sí misma, y que lo haga a medida que el niño vaya siendo capaz de tolerarlo. La madre patológicamente preocupada no sólo sigue estando identificada con su hijo durante un tiempo demasiado prolongado, sino que además, pasa muy bruscamente de la preocupación por el bebé a su preocupación previa. La forma en que la madre normal supera este estado de preocupación por el bebé equivale a una suerte de destete. El primer tipo de madre enferma no puede destetar al niño porque éste nunca la tuvo realmente, de modo que no corresponde aquí hablar de destete; el otro tipo de madre enferma no puede destetarlo, o tiende a hacerlo en forma demasiado brusca y sin tener en cuenta la necesidad que se va desarrollando gradualmente en el niño de ser destetado. Si examinamos nuestra propia labor terapéutica con niños encontramos situaciones paralelas a éstas. Los niños que atendemos, en la medida en que necesitan recurrir a la terapia, están atravesando fases en las que retroceden y vuelven a experimentar (o experimentan por primera vez con nosotros) las relaciones tempranas que no fueron satisfactorias en su historia pasada. Podemos identificarnos con ellos tal como la madre lo hace con su hijo, en forma temporaria pero completa. Pisamos terreno firme cuando pensamos en términos de lo que les ocurre a los progenitores, mientras que cuando reflexionamos acerca de un instinto maternal nos empantanamos en la teoría, nos sumergimos en una mezcolanza de seres humanos y de animales. De hecho, la mayoría de los animales manejan estos problemas iniciales de la maternidad con bastante eficacia y, en las primeras etapas del proceso evolutivo, los reflejos y las respuestas instintivas simples son suficientes. Pero, de alguna manera, las madres y los bebés humanos tienen cualidades humanas y es preciso respetarlas; también tienen reflejos e instintos feroces, pero sería absurdo describir a los seres humanos en términos de lo que tienen en común con los animales. Es importante destacar, aunque quizás resulte obvio, que cuando la madre se encuentra en el estado que acabo de describir, es sumamente vulnerable. Esto no siempre se advierte, porque por lo común se forma una especie de círculo de protección en torno de la madre, organizado quizás por su compañero. Estos fenómenos secundarios pueden aparecer naturalmente en torno de un embarazo, lo mismo que el estado especial de la madre parece rodear al niño. Sólo cuando estas fuerzas protectoras naturales de protección dejan de funcionar, podemos percibir hasta qué punto es vulnerable la madre. Aquí enfrentamos un tema muy importante que se relaciona con el de los trastornos mentales llamados puerperales, que suelen afectar a las mujeres. A algunas mujeres no sólo les resulta difícil desarrollar esa preocupación materna primaria, sino que también la vuelta a una actitud normal frente a la vida y al self puede provocar una enfermedad clínica, atribuible en cierta medida, a la ausencia o falta de la envoltura protectora, de eso que permite a la madre volcarse hacia dentro y desentenderse de todo peligro externo, al tiempo que se encuentra concentrada en esa preocupación maternal. La identificación del niño con la madre Al examinar el estado de identificación del niño me refiero al niño recién nacido, o que tiene unas pocas semanas o meses de vida. Un bebé de seis meses está saliendo ya de la etapa que examinaremos ahora. El problema es tan delicado y complejo que nuestras reflexiones resultarán estériles si no partimos de la base de que el niño en cuestión tiene una madre suficientemente buena. Sólo si es así, el niño inicia un proceso de desarrollo que es personal y real. Si la actitud materna no es lo bastante buena, el niño se convierte en un conjunto de reacciones frente a los choques, y el verdadero self del niño no llega a formarse o queda oculto tras un falso self que se somete a los golpes del mundo y en general trata de evitarlos. Dejaremos de lado esta complicación y consideraremos al niño que tiene una madre bastante buena y que realmente se inicia en este proceso. Yo diría que: el yo de este niño es a la vez débil y fuerte, todo depende de la capacidad de la madre para proporcionar apoyo al yo del niño. El yo de la madre está sintonizado con el del niño y ella puede darle apoyo si logra orientarse hacia su hijo en la forma, que ya he reseñado parcialmente. Cuando la pareja madre-bebé funciona bien, el yo del niño es muy fuerte, porque está apuntalado en todos los aspectos. El yo reforzado y, por lo tanto, fuerte del niño puede, desde muy temprano, organizar defensas y desarrollar patrones que son personales y que ostentan visiblemente

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