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Laboratorio


Enviado por   •  30 de Marzo de 2013  •  376 Palabras (2 Páginas)  •  243 Visitas

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Terror en el cementerio

El entierro de Marina fue terriblemente triste. Era muy joven, se había casado hacía poco y murió violentamente en circunstancias misteriosas incluso para la policía.

Todos sentían pena por Fernando, su esposo, ahora viudo. Él, con la mirada hacia el suelo, contemplaba la tierra negra que estaba sobre el ataúd donde se encontraba ella.

De a poco la gente se fue retirando. Se despedían de Fernando. Algunos le decían alguna frase consoladora y se marchaban; otros le apoyaban la mano en el hombro dándole fuerzas en silencio. Él agradecía asintiendo con la cabeza pero sin despegar la mirada del suelo donde se hallaba ella.

Se acercaba el final del día. Unos nubarrones gigantescos se fueron asociando en el cielo hasta que lo cubrieron todo. Bajo aquella luz de ocaso, opacada más por la tormenta que se acercaba, el cementerio, ya desolado, lucía mucho más lúgubre que al comienzo del entierro.

Fernando consideró que ya era hora de despedirse, pero, ¡que amargo era aquel momento! Ella iba a quedar allí, sola, entre tantos muertos… en un lugar tan horripilante. Pensando en eso, él desparramó su mirada por el campo santo. No estaba listo, debía quedarse con ella unas horas más, una noche más. Pero vio que su plan no iba a ser tan sencillo de ejecutar, porque recorriendo el lugar con la mirada, vio al viejo enterrador caminando entre las tumbas. Si lo descubría iba a hacer que se marchara.

Cuando dejó de ver al viejo salió caminando en dirección contraria, rumbo al fondo del cementerio, con la intención de permanecer oculto hasta bien entrada la noche, para luego volver a la sepultura de su amada.

El cementerio era enorme. Alcanzó una zona donde nunca había estado. . Abundaban allí los panteones y las estatuas de personas, de ángeles, y de unas criaturas monstruosas parecidas a gárgolas. Todo estaba renegrido, los árboles desparramaban ramas hacia todos lados indicando que nunca los podaban, mientras los pastos estaban altos y crecían abriendo grietas a su antojo. Era claro que se encontraba en la parte más antigua del lugar.

En otras circunstancias no hubiera permanecido allí por más de un minuto, pero su sufrimiento era mayor que el pavor que inspiraba aquella metrópolis de muertos.

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