Metáfora cerebro-sistema informático

Richard Dawkins, biólogo y etólogo evolucionista, en su libro “El gen egoísta”, afirma que no somos más que máquinas (vehículos) de supervivencia de genes. En ese planteamiento determinista, declara que las emociones, la capacidad de raciocinio, la motivación, el egoísmo e incluso, el libre albedrío y el altruismo, no son más que estrategias evolutivas de un organismo adaptado a su entorno.

El mismo autor, en otra obra suya (“El espejismo de Dios”), ve el conocimiento como “una empresa dedicada a la construcción de modelos”^[1] y muestra lo que considero una metáfora perfecta que establece una comparación mecanicista de los organismos vivos con los ordenadores^[2]. Tomaré prestado su modelo “hardware-software” y lo ampliaré para exponer mis conclusiones.

Suponiendo como hardware el cuerpo (cerebro incluido), admitiremos entonces que el software es la mente, símil biológico de la computadora de a bordo. Este software presentaría tres variantes:

• Por un lado, el firmware (es decir, los programas que vienen integrados en la circuitería del ordenador y que no se pueden borrar sino modular -configurar- ligeramente; valga, como por ejemplo el que presentan los relojes digitales). Este firmware, sería similarmente análogo a las ideas innatas (intuición, emociones…, incluso las respuestas instintivas y automáticas). Este tipo de software, muy básico, es el que permite una adaptación primaria al entorno en que un organismo vive.

• En la última capa de abstracción, tendríamos el software de aplicaciones (o específico), dedicado a los asuntos que denominamos “sublimes” y que son los que nos definen como humanos, diferenciándonos aparentemente del resto de organismos. Se trataría de aquella programación que nos permite discutir, razonar, aprender, predecir, etc. Incluiría la memoria y las capacidades cognitivas, más plásticas que el firmware, puesto que pueden moldearse, grabarse, borrarse, ampliarse… El conocimiento abstracto dependería de este tipo de programación.

• En una zona (imaginaria y virtual) intermedia, dispondríamos del Sistema Operativo, un software dedicado a conectar el firmware y el software específico. Su función sería favorecer la comunicación entre ambos. Lo que nos importa del Sistema Operativo no es sólo esta función de conexión; su trascendencia radica en que es el punto básico de diferenciación entre especies, el que permite la “instalación” de software más específico. Es el Sistema operativo el que es verdaderamente diferente en cada tipo de organismos, pues es el que determina las potencialidades y los límites de la mente y gestiona tanto las percepciones como el aprendizaje con la experiencia. Así, el sistema operativo de cada especie le capacita para interactuar con su cuerpo y su entorno de modo distinto (un perro maneja muchos más datos olfativos que un humano, por ejemplo, o un murciélago basa su supervivencia en una gama de sonidos desconocida para nosotros). Nuestro sistema operativo, entonces, es el que nos programa y capacita para percibir, aprender y “saber”.

En definitiva, dado que nuestros cerebros y nuestra capacidad son el resultado de una evolución y una adaptación a nuestro entorno, entonces nuestra facultad de realizar determinadas funciones cognitivas (y emocionales) y todo nuestro potencial se habría adquirido porque, en algún momento de la existencia de la especie, fueron necesarias para nuestra supervivencia. Lo único innato, entonces, según esta visión, sería el instinto, las emociones y la capacidad de procesar experiencias (el firmware del sistema).

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