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Narcisismo Y Socialización. Introducción. Igor Caruso


Enviado por   •  18 de Mayo de 2013  •  2.901 Palabras (12 Páginas)  •  1.427 Visitas

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Narcisismo y Socialización. Introducción. Igor Caruso

Caruso, Igor.

Narcisismo y socialización: "Introducción" Siglo XXI, México, 1998

pp. 7-15

INTRODUCCIÓN

UNA MANERA DE AMOR

Para hacer comprensible vívidamente el objeto de nuestra investigación reproduciremos el sueño de una mujer joven que estaba siendo psicoanalizada:

La puerta del jardín del sueño era -y esto se me ocurrió sú­bitamente en la sesión del análisis- la puerta del jardín de la abuela de Heinz, y esa puerta en realidad siempre estuvo cerrada para nosotros los niños... al contrarió de la del sue­ño, donde estaba abierta de par en par. Aparte de esta puer­ta que cerraba el acceso, el jardín era además inaccesible porque lo guardaban dos lebreles que, según recuerdo, mor­dían. Pero cuando la anciana salía con sus perros aprove­chábamos la ocasión y jugábamos con particular alegría en el jardín prohibido. Nos parecía éste, creo, tan "embruja­do" además porque la abuela de Heinz se nos aparecía como una bruja. De todos modos, ella era en realidad esquizofré­nica y muy enemiga de todos los niños, menos de Heinz, a quien quería tanto que decía -con horrorizado placer por parte nuestra- que le gustaría "comérselo asadito".

No profundizaremos en la significación de este sue­ño para la señorita, pero podemos decir que no fue casual el que comunicara este recuerdo no antes de la sesión 227 de su análisis. El análisis se ocupaba en­tonces del amor egoísta y exigente y por otra parte del amor que aceptaba plenamente al ser amado. Por­que aceptar plenamente significa tomar a la persona amada como es, dejar su libertad intacta, no quererla poseer para incorporársela como alimento. Pero ese amor extremadamente posesivo que trata a la otra persona como alimento ansiado, en cierto modo destruye a esa misma persona amada, a la manera como la acción de alimentarse acaba por destruir el alimento y lo hace desaparecer del mundo.

Queremos examinar la historieta por sí misma; pa­rece inocente y casi divertida, pero dentro del marco de nuestro tema ha de tomarse muy en serio: una an­ciana solitaria y extravagante no puede tolerar que jueguen en su jardín los niños vecinos, que la moles­ten en su misantropía. Por razones que ignoramos y que probablemente radican en la historia de la ancia­na (porque ¿qué ocurre en una vida que no tenga al­gún fundamento en el pasado?), hacía ésta una sola excepción; parece querer a un muchacho gordo (sabe­mos que era gordo después, por otros recuerdos de la joven ) -o al menos así lo sienten los demás niños, y los niños tienen un sentido muy fino de lo que es aceptación y rechazo. Pero ¿qué decía para mostrar su amor a Heinz? Algo que puede parecer divertido, y que nos recuerda muchos cuentos: "Te quiero tanto que te comería asadito." Ahora bien, en muchas len­guas se usa la misma palabra con la idea de querer y la de gustar, para señalar la inclinación a una per­sona así como para una comida que con gusto se co­mería. Probablemente porque el amor satisfecho y el apetito satisfecho provocan claras sensaciones de placer. Pero es probable que también se deba a que los inicios de las dos poderosas pulsiones broten de la misma profunda fuente, que ya quedó muy atrás de nosotros. El que el motivo del comer se repita mu­cho en los cuentos habla en favor de la última suposi­ción, porque los cuentos tienen por objeto principal motivos simplicísimos que dormitan en nosotros, efectivos ciertamente pero ya no conscientes.

Por eso la anciana del relato citado nos parece una figura de cuento. Seguramente, aunque fuera extraña y es probable que no del todo normal, estaba lejos de pensar realmente en asar al chiquillo y comérselo. Pero el lenguaje era en cierto modo más fuerte que su conciencia y se servía de imágenes de esas que sólo en los cuentos de brujas no nos extrañan. La anciana dama era una original. Podemos imaginar que recha­zaba la sociedad humana y en particular la de los ni­ños, y ni siquiera tenía ninguna relación auténtica con adultos ni niños. En cambio hubiera podido ser una buena anciana y hada que invitara a los niños a su jardín y les mostrára su amor aceptando el escán­dalo que hicieran al jugar y aun tal vez les diera algu­na golosina. Vemos que el dicho de la anciana, por inocente que parezca, nos da mucho qué pensar y so­bre todo que preguntar: Parece, pués, haber diferentes formas de amor con manifestaciones muy distintas y que nos pueden decir algo de la vida de una persona así como de la madurez de sus selitimientos.

EL AMOR PROPIO, FUENTE DE AMOR

Desde Sígmund Freud sabemos que el estadio más profundo, por ser el primero de todos; del amor, es el llamado amor "narcisista". Todo lo que experimenta­mos en el curso de nuestro desarrollo deja huellas en nosotros, en cierto modo se conserva en nuestra evo­lución, o sea que todavía opera de una manera remo­ta. Y cuando nuestro desarrollo experimentó trastor­nos y nuestra vida afectiva no pudo desenvolverse de un modo óptimo, estas huellas operan precisamente ­con más eficacia que en el desarrollo normal sobre los puntos más perturbados. De este modo todos arrastramos algún vestigio de amor narcisista, y aun vere­mos que esto es necesario, porque el amor para po­der evolucionar y volverse altruismo ternura y solidaridad, necesita tener primero una base firme, que es el llamado "narcisismo". Freud; entendía el narcisismo como amor a sí mismo. Y no estaba erra­do, porque, para poner esa base, el amor tiene que te­ner primero por objeto el sí mismo [Self][1] del ser humano. Por eso puso Freud a este estadio primario el nombre del mítico jovenzuelo que se enamoró de sí mismo al mirarse en las aguas de un estanque. Como en todo cuento, este mito aísla una propiedad arcai­ca, o sea normalmente superada, del hombre. El jo­ven Narciso sintió demasiado tarde el amor narcisis­ta, y se amaba tanto que desdeñó el amor de la ninfa Eco. Fue castigado por los dioses en forma muy pecu­liar. Pero, ¿fue realmente castigo? Lo transformaron en la amable flor narciso y por lo tanto vive eterna­mente mientras existan estas flores. Lleva una exis­tencia vegetativa que alegra nuestra vista.

El descubrimiento de Freud no es tan escandaloso ni tampoco tan fantástico como podría desprevenida­mente suponerse. Como todo gran descubridor, Freud muchas veces era unilateral con sus propios descubrimientos. Pero sabía bien que al hurgar en las capas más profundas de nuestro devenir no tenía más remedio que provocar grandes resistencias afec­tivas. La divisa de su labor la tomó de Virgilio: acheronta movebo[2] (conmoveré los infiernos).

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