Origami
Enviado por yuneivarela • 11 de Julio de 2014 • Tesis • 502 Palabras (3 Páginas) • 288 Visitas
Escribí esta historia para ti, sin darme cuenta que las niñas crecen más rápido que los libros. El resultado es que ya estás demasiado grande para cuentos de hadas, y cuando éste se imprima serás mayor aún. Sin embargo, algún día llegarás a la edad en que nuevamente gozarás de los cuentos de hadas. Entonces podrás sacarlo de la repisa más alta, desempolvarlo y darme tu opinión sobre él. Probablemente, yo estaré demasiado sordo para escucharte y demasiado viejo para comprender lo que dices. Pero aún seré tu Padrino que te quiere mucho.
C. S. LEWIS
CAPÍTULO 1
LUCÍA INVESTIGA EN EL ROPERO
Había una vez cuatro niños cuyos nombres eran Pedro, Susana, Edmundo y Lucía. Esta historia relata lo que les sucedió cuando, durante la guerra y a causa de los bombardeos, fueron enviados lejos de Londres a la casa de un viejo profesor. Éste vivía en medio del campo, a diez millas de la estación más cercana y a dos millas del correo más próximo. El profesor no era casado, así es que un ama de llaves, la señora Macready, y tres sirvientas atendían su casa. (Las sirvientas se llamaban Ivy, Margarita y Betty, pero ellas no intervienen mucho en esta historia.)
El anciano profesor tenía un aspecto curioso, pues su cabello blanco no sólo le cubría la cabeza sino también casi toda la cara. Los niños simpatizaron con él al instante, a pesar que Lucía, la menor, sintió miedo al verlo por primera vez, y Edmundo, algo mayor que ella, escondió su risa tras un pañuelo y simuló sonarse sin interrupción.
Después de ese primer día y en cuanto dieron las buenas noches al profesor, los niños subieron a sus habitaciones en el segundo piso y se reunieron en el dormitorio de las niñas para comentar todo lo ocurrido.
—Hemos tenido una suerte fantástica —dijo Pedro—. Lo pasaremos muy bien aquí. El viejo profesor es una buena persona y nos permitirá hacer todo lo que queramos.
—Es un anciano encantador —dijo Susana.
—¡Cállate! —exclamó Edmundo. Estaba cansado, aunque pretendía no estarlo, y esto lo ponía siempre de un humor insoportable—. ¡No sigas hablando de esa manera!
—¿De qué manera? —preguntó Susana—. Además ya es hora que estés en la cama.
—Tratas de hablar como mamá —dijo Edmundo—. ¿Quién eres para venir a decirme cuándo tengo que ir a la cama? ¡Eres tú quien debe irse a acostar!
—Mejor será que todos vayamos a dormir —interrumpió Lucía—. Si nos encuentran conversando aquí, habrá un tremendo lío.
—No lo habrá —repuso Pedro, con tono seguro—. Este es el tipo de casa en que a nadie le preocupará lo que nosotros hagamos. En todo caso, ninguna persona nos va a oír. Estamos como a diez minutos del comedor y hay numerosos pasillos, escaleras y rincones entremedio.
—¿Qué es ese ruido?
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