Sexualidad, Placer Y Saber En Nuestra Sociedad Actual
fabytha23 de Septiembre de 2012
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En el Espíritu del tiempo de cada época hay un afilado viento del este que sopla a través de todas las cosas. Yo puedo encontrar huellas de ello en todo lo que se ha hecho, pensado y escrito, en la música y en la pintura, en el florecimiento de este o aquel arte: deja su marca sobre todas las cosas y sobre cada uno. Arthur Schopenhauer
La sexualidad vista sólo como “carne”. El poder sobre la vida es descrito a través de su desarrollo en dos formas básicas: una, alrededor de la concepción del cuerpo, su disciplina. Optimización y crecimiento de su utilidad, y la otra, alrededor de una concepción de población, de la especie y las varias dimensiones apropiadas para su gobierno (por ejemplo, «propagación, nacimientos y mortalidad, el nivel de salud, expectativa de vida, etc.»).En resumen, el ejercicio del bio-poder, poder sobre la vida implica la entrada de fenómenos peculiares de la vida de la especie humana al orden del conocimiento y el poder, a la esfera de las técnicas políticas. El significado del sexo como un asunto discutido políticamente surge del hecho de que cada acceso a los dos ejes por medio de los cuales se ejerce la tecnología política de la vida, permite acceder tanto a la vida del cuerpo como a la vida de la especie.
A principios del siglo XIX, continúa habiendo una experiencia sexual a través de la cual en las sociedades occidentales los individuos llegan a reconocerse a si mismos como sujetos, donde la sexualidad es conceptualizada como una experiencia histórica singular constituida a través de la correlación entre:
a) campos de conocimientos (ciencias ) que se refieren a ella.
b) relación de poder que regulan sus prácticas.
c) modos y técnicas a través de las cuales los individuos se reconocen como sujetos de ella
Cuando la palabra sexualidad redunda en nuestros oídos inmediatamente la asociamos con la genitalidad es decir como una esfera biológica. Esto indiscutiblemente ya forma parte de la manera -general- de pensar del hombre moderno. No hemos tenido la delicadeza de reflexionar sobre la episteme que construye el sexo y de los discursos que el mismo ha fomentado. No hemos notado la simple operación aritmética de la sexualidad, que no es más que el producto del “resultado del cruce de la naturaleza con la estructura social y responde, por tanto, a condiciones sociales determinadas por un contexto” (Osborne y Guasch, 2003)
La restricción de la falacia sexual a pura genitalidad es un grave error, lamentablemente en la modernidad todas las personas se han dogmatizado en solo hablar del genital, del acto sexual y del mero placer. La sexualidad es mucho más de lo que percibimos de primer momento. Ni siquiera nos percatamos de la diversa e inmensa arquitectura que hemos levantado desde el sexo. Vivimos en una estructura construida con infinidad de discursos sexuales, se puede notar en el amplio imaginario social que tenemos para describir nuestros sexos, ya que existen figuras, olores y hasta luces, que son sexuales y no necesitan de la genitalidad y de sus órganos para ser sexuales, pues “cada pasión tiñe los objetos de conocimiento con su color”(Schopenhauer, 2005).
Bourdieu hace referencia a este gran problema de una manera suspicaz:
La construcción de la sexualidad como tal (que encuentra su realización en el erotismo) nos ha hecho perder el sentido de la cosmología sexualizada, que hunde sus raíces en una topología sexual del cuerpo socializado, de sus movimientos y de sus desplazamientos inmediatamente afectados por una significación de lo social(Bourdieu ,2005).
Si nos detenemos con calma a reflexionar sobre la sexualidad que hemos conformado, notaremos que la misma “no se ajusta a un modelo unívoco sino que es plural procesual y cambiante, características éstas intrínsecas a todos los hechos sociales. Por eso puede afirmarse que la sexualidad es un producto social e histórico” (Osborne y Guasch, 2003). Y que sin percatarnos hemos construido “una red a partir de la cual nace la sexualidad como fenómeno histórico y cultural en el interior de la cual reconocemos y nos perdemos a la vez” (Foucault, 1992). Ahora bien, entendiendo que la sexualidad constituye toda una maraña de elementos sociales, que van desde la política hasta la cultura, en la historia y las “historias” comentadas por la gente, el elemento social (acción) y su orientación cultural (sentido) han influido la sexualidad moderna de manera determinante.
Si la sexualidad es una construcción histórica y social, y por ende no es una simple referente biológica. Entonces, esa supuesta sexualidad natural que siempre vemos, leemos y practicamos es solo carne una carne sin sustento, sin discursos, sin–y por- historias, sin relación con la sociedad. Esta carne sin condimentos, la hemos digerido desde siempre, hemos sido poco exquisitos en materia sexual.
Represión-Incitación de la sexualidad en la modernidad. Desde el siglo II, el cristianismo como religión única y redentora, ha asentado “las prohibiciones y prescripciones sexuales que van a regir en el mundo occidental” (Bonnassie, 1984) tratando de minimizar los placeres. En el giro de la “modernidad” se terminan de acentuar con la total de ecualización del cuerpo.
La reinante modernidad comienza en la época donde el mundo “abrió” los ojos con la circunstancia de lo que llamamos “iluminismo”, con sus banderas de progreso, evolución y control. Esta época data del siglo XVIII, el Siglo de las Luces. Donde la razón es colocada como centro (logo centrismo), donde todo tiene que ser controlado y verificado empíricamente. Es la cuna de la ciencia experimental, la cual desarrolla técnicas muy precisas para controlar el curso de la experiencia, la que propicia las condiciones para que un determinado fenómeno pueda ser estudiado mediante una lógica o forma de pensamiento específico y arroja a su vez (a partir de ciertos datos) resultados que pueden medir y repetirse con cierta frecuencia (Bunge, 1981).
Con la relación “ciencia-modernidad” podemos entender la importancia del siglo XVIII, para observar cómo se configuró hace tres centurias el pensamiento de lo que llamamos hombre moderno, el científico. Durante este siglo, la sexualidad fue objeto de investigación científica, control administrativo y preocupación social, pues el afán de control de la sociedad por parte del sujeto moderno era apremiante (Foucault,2005).
Las administraciones en la Europa -especialmente Francia- del siglo XVII (con el reclamo de control del contexto), poco a poco fueron institucionalizando procedimientos de intervención para la vida sexual de la población. La sexualidad empezó a ser cosa del Estado, una cuestión política que requería código y ley, una bisagra que se puede descomponer y con esto romper el equilibrio del orden social. Esto debido a que “la cultura nunca se conforma con las ligazones que se le han concedido hasta un momento dado, que pretende ligar entre sí a los miembros de la comunidad también libidinalmente. Para cumplir este propósito es inevitable limitar la vida sexual” (Freud, 1979). Es importante entender esta condición, ya que el fervor capitalista de la época, fomentó el condicionamiento de la vida sexual humana, sometiendo al proletariado a las reglas dictadas por la burguesía, para aumentar la producción obrera. Leamos a Herbert Marcuse en Eros y Civilización. El trabajo básico en la civilización no es libidinal, es esfuerzo: ese esfuerzo es desagrado y ese desagrado tiene que ser fortalecido. Porque, ¿qué motivo puede inducir al hombre a dirigir su energía sexual hacia otros usos si sin ningún arreglo puede obtener un placer totalmente satisfactorio? Él nunca dejaría ir ese placer y no progresaría nada. Si no hay un instinto de trabajo original la energía requerida para el trabajo (desagradable) debe ser extraída de los instintos primarios (de los instintos sexuales) (1968). En la civilización madura, la dominación llega a ser cada vez más impersonal, objetiva, universal, y también cada vez más racional, efectiva, productiva (1968)
Freud ratifica lo anterior en El malestar de la cultura cuando menciona que el trabajo “obtiene una gran parte de la energía mental que necesita sustrayéndola de la sexualidad” (Freud, 1979). Se ha utilizado tanto una violencia física como simbólica para hacer efectivo el sometimiento a esas normas que saturan nuestras vidas desde el siglo XVII y se sitúan por encima de nosotros mismos, pudiendo llegar a hacernos sentir invisibles frente a un todo social definido desde el poder. Un poder creado por la burguesía y la monarquía, productos del auge capitalista y que se extendió en todas las clase sociales multiplicándose indefinidamente. Foucault hace hincapié en este punto de la siguiente manera:
No era el niño del pueblo, el futuro obrero, a quien habría sido necesario inculcarle las disciplinas del cuerpo, era el colegial, el jovencito rodeado de sirvientes, preceptores gobernantas, y que corría el riesgo de comprometer menos una fuerza física que capacidades intelectuales, un deber moral y la obligación de conservar para su familia y su clase una descendencia sana. Frente a ello, las capas populares escaparon durante mucho tiempo, pero Los mecanismos de sexualización penetraron lentamente en esas capas -populares- Puede decirse que entonces el dispositivo de “sexualidad”, elaborado en sus formas más complejas y más intensas por y para las clases privilegiadas, se difundió en el cuerpo social entero (Foucault ,2005).
Hay que empezar a reconstruir el poder para evitar malentendidos, no ver el poder como sólo algo que reprime y controla -aunque eso es lo que parezca- sino que también incita. Esto es muy importante
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