DECLARACIÓN SOBRE EL ABORTO, CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
Enviado por fajim • 13 de Mayo de 2013 • 5.422 Palabras (22 Páginas) • 371 Visitas
I INTRODUCCIÓN
1. El problema del aborto provocado y de su eventual liberalización legal ha llegado a ser en
casi todas partes tema de discusiones apasionadas. Estos debates serían menos graves si no se
tratase de la vida humana, valor primordial que es necesario proteger y promover. Todo el
mundo lo comprende, por más que algunos buscan razones para servir a este objetivo, aun
contra toda evidencia, incluso por medio del mismo aborto. En efecto, no puede menos de
causar extrañeza el ver cómo crecen a la vez la protesta indiscriminada contra la pena de
muerte, contra toda forma de guerra, y la reivindicación de liberalizar el aborto, bien sea
enteramente, bien por "indicaciones" cada vez más numerosas. La Iglesia tiene demasiada
conciencia de que es propio de su vocación defender al hombre contra todo aquello que podría
deshacerlo o rebajarlo, como para callarse en este tema: dado que el Hijo de Dios se ha hecho
hombre, no hay hombre que no sea su hermano en cuanto a la humanidad y que no esté llamado
a ser cristiano, a recibir de él la salvación.
2. En muchos países los poderes públicos que se resisten a una liberalización de las leyes sobre
el aborto son objeto de fuertes presiones para inducirlos a ello. Esto, se dice, no violaría la
conciencia de nadie, mientras impediría a todos imponer la propia a los demás. El pluralismo
ético es reivindicado como la consecuencia normal del pluralismo ideológico. Pero es muy
diverso el uno del otro, ya que la acción toca los intereses ajenos más rápidamente que la simple
opinión; aparte de que no se puede invocar jamás la libertad de opinión para atentar contra los
derechos de los demás, muy especialmente contra el derecho a la vida.
3. Numerosos seglares cristianos, especialmente médicos, pero también asociaciones de padres
y madres de familia, hombres políticos o personalidades que ocupan puestos de responsabilidad,
han reaccionado vigorosamente contra esta campaña de opinión. Pero, sobre todo, muchas
conferencias episcopales y obispos por cuenta propia han creído oportuno recordar, sin
ambigüedades, la doctrina tradicional de la Iglesia (1) . Estos documentos cuya convergencia es
impresionante ponen admirablemente de relieve la actitud a la vez humana y cristiana del
respeto a la vida. Ha ocurrido, sin embargo, que varios de entre ellos han encontrado aquí o allá
reserva o incluso contestación.
4. Encargada de promover y defender la fe y la moral en la Iglesia universal (2) , la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe se propone recordar estas enseñanzas, en sus líneas
esenciales, a todos los fieles. De este modo, al poner de manifiesto la unidad de la Iglesia,
confirmará con la autoridad propia de la Santa Sede lo que los obispos han emprendido
felizmente. Ella cuenta con que todos los fieles, incluso los que hayan quedado desconcertados
con las controversias y opiniones nuevas, comprenderán que no se trata de oponer una opinión a
otra, sino de trasmitir una enseñanza constante del Magisterio supremo, que expone la norma de
la moralidad a la luz de la fe (3) . Es, pues, claro que esta declaración no puede por menos de
obligar gravemente a las conciencias cristianas (4) . Dios quiera iluminar también a todos los
hombres que con corazón sincero tratan de "realizar la verdad" (Jn. 3, 21).
II A LA LUZ DE LA FE
5. "Dios no hizo la muerte; ni se goza en la pérdida de los vivientes" (Sab 1, 13). Ciertamente,
Dios ha creado a seres que sólo viven temporalmente y la muerte física no puede estar ausente
del mundo de los seres corporales. Pero lo que se ha querido sobre todo es la vida y, en el
universo visible, todo ha sido hecho con miras al hombre, imagen de Dios y corona del mundo
(Gn 1, 26-28). En el plano humano, "por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sab
2, 24); introducida por el pecado, la muerte queda vinculada a él, siendo a la vez signo y fruto
del mismo. Pero ella no podrá triunfar. Confirmando la fe en la resurrección, el Señor
proclamará en el evangelio que "Dios no es el Dios de los muertos, sino de los vivos" (Mt 22,
32), y que la muerte, lo mismo que el pecado, será definitivamente vencida por la resurrección
en Cristo (1 Cor 15, 20-27). Se comprende así que la vida humana, incluso sobre esta tierra, es
preciosa. Infundida por el Creador (5) , es él mismo quien la volverá a tomar (Gn 2, 7; Sab 15,
11). Ella permanece bajo su protección: la sangre del hombre grita hacia él (Gn 4, 10) y él
pedirá cuentas de ella, "pues el hombre ha sido hecho a imagen de Dios" (Gn 9, 5-6). El
mandamiento de Dios es formal: "No matarás" (Éx 20, 13). La vida al mismo tiempo que un don
es una responsabilidad: recibida como un "talento" (Mt 25, 14-30), hay que hacerla fructificar.
Para ello se ofrecen al hombre en este mundo muchas opciones a las que no se debe sustraer;
pero más profundamente el cristiano sabe que la vida eterna para él depende de lo que habrá
hecho de su vida en la tierra con la gracia de Dios.
6. La tradición de la Iglesia ha sostenido siempre que la vida humana debe ser protegida y
favorecida desde su comienzo como en las diversas etapas de su desarrollo. Oponiéndose a las
costumbres del mundo grecorromano, la Iglesia de los primeros siglos ha insistido sobre la
distancia que separa en este punto tales costumbres de las costumbres cristianas. En la Didaché
se dice claramente: "No matarás con el aborto al fruto del seno y no harás perecer al niño ya
nacido"(6) . Atenágoras hace notar que los cristianos consideran homicidas a las mujeres que
toman medicinas para abortar; condena a quienes matan a los hijos, incluidos los que viven
todavía en el seno de su madre, "donde son ya objeto de solicitud por parte de la Providencia
divina" (7) . Tertuliano quizá no ha mantenido siempre el mismo lenguaje; pero no deja de
afirmar con la misma claridad el principio esencial: "es un homicidio anticipado el impedir el
nacimiento; poco importa que se suprima la vida ya nacida o que se la haga desaparecer al
nacer. Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo" (8) .
7. A lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus pastores, sus doctores, han
enseñado la misma doctrina, sin que las diversas opiniones acerca del momento de la infusión
del alma
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