EL PENDULO DE DIOS
Enviado por GINAVALERIA • 11 de Agosto de 2013 • 2.421 Palabras (10 Páginas) • 293 Visitas
Durante siglos los descendientes de una comunidad esenia han intentado mantener oculto el último regalo de Jesús… Hasta ahora. Cècil, un auditor de proyectos humanitarios en el Tercer Mundo, se ve envuelto en un asunto de tráfico de antigüedades que lo llevará tras los pasos de Azul Benjelali, un antiguo amor, experta en lenguas antiguas, que está a punto de descubrir un secreto que ha permanecido guardado durante miles de años. Con la ayuda de Mars, una misteriosa colombiana, Cècil comienza una carrera contra el reloj que lo llevará de una clave a otra tras los pasos de los esenios, los romanos, los templarios, los almogàvers, las tropas borbónicas y los nazis.
Un rompecabezas que los protagonistas deberán resolver antes de que el secreto caiga en las manos de quienes lo han perseguido durante siglos.
¿Porqué no existe ninguna prueba física de la existencia de Jesús? Durante siglos, una comunidad nacida de los esenios ha intentado mantener en secreto la única prueba de la vida real de Jesús... hasta ahora. Cècil, un auditor de proyectos humanitarios en el tercer mundo, se ve envuelto en un asunto de tráfico de antigüedades que lo llevará tras los pasos de Azul Benjelali, un antiguo amor experta en lenguas antiguas, y que está a punto de descubrir el secreto que ha permanecido en silencio por miles de años.
Con la ayuda de Mars, una misteriosa colombiana, Cècil comienza una carrera contra reloj que lo llevará de una clave a otra tras los pasos de los esenios, los romanos, los templarios, los almogàvers, las tropas borbónicas y los nazis, y que nos mantendrá en vilo desde la primera página en un rompecabezas que deberán resolver si no desean que el secreto caiga en las manos equivocadas que lo han perseguido durante siglos.
La eterna lucha del hombre por dominar su tiempo, la ambición y la generosidad, la esperanza y el miedo, las dos caras humanas enfrentadas por el poder a lo largo de dos mil años.
DESARROLLO
El libro comienza narrando: Era muy temprano, apenas unos minutos para las seis de la mañana. Me hubiese gustado dormir más, pero un terrible sueño en el que estaba a punto de ser atrapado por un Pantocrátor armado con porra y chapa de policía me despertó. Ahuyenté al Pantocrátor con agua fría y rellené el mismo vaso de la víspera con más leche con cacao. Mientras rebuscaba por los cajones de la cocina cualquier cosa dulce no caducada, puse en marcha el ordenador. Un suave pitido me avisó de la entrada de un nuevo correo; lo abrí y vi que era de Oriol Nomis, pero no desde su dirección habitual, sino desde una tipo web mail de las que se abren on-line con cualquier seudónimo grotesco. Pensé que quizás intentaba no vincular a la fundación con ese asunto y que por ello no utilizaba su dirección oficial.
Me comunicaba los datos de la habitación del hotel, y adjuntaba un fichero con el inventario detallado de las antigüedades y sus precios de salida. Guardé el fichero en mi disco duro, imprimí los datos de la habitación del hotel y borré el correo.
Había conocido a Martí cuatro años atrás, en la presentación de un nuevo proyecto de ayuda para Guatemala. Un tipo callado, sentado en un extremo de la mesa, que a la hora del piscolabis ya había desaparecido. Tardé dos meses en volver a verlo, ya en el barrio de Gerona, en Guatemala. Uno de los epígrafes del proyecto consistía en la instalación de ordenadores en algunos colegios, y él era el encargado de hacerlo. Siempre que me venía a la memoria su cara mientras nos adentrábamos en el barrio, no podía evitar una sonrisa complaciente. Supongo que debió poner la misma cara de gilipollas y de miedo que pusimos todos, la primera vez que nos adentramos en un lugar en el que incluso Amnistía Internacional tenía personal secuestrado. Sin embargo, se repuso, conectó uno a uno el centenar de ordenadores y yo certifiqué con mi firma que así se había hecho. Unas cervezas desengrasantes en un tugurio del centro certificaron nuestra amistad.
El catedrático estaba sentado de espaldas a la puerta, hablando por teléfono mientras giraba sobre el eje de su sillón. Se había negado a que le instalasen uno de esos pinganillos para la oreja y continuaba con el teléfono de cable rizado de toda la vida, que se enrollaba en el dedo índice de la mano izquierda mientras hablaba. Al escuchar la puerta, se giró, y me invitó a pasar. Su despacho era austero, armarios de persiana, un archivador de cajones, un crucifijo en la pared junto a una reproducción de la Última Cena de Leonardo, un marco en la mesa con la foto de su esposa Marta y una gran ventana por la que le gustaba observar a la gente en su correteo febril por Barcelona.
La gente tiene tanto ruido en sus cabezas que no escucha, no siente el sufrimiento, ni se inmuta si el que perece no tiene su mismo apellido. ¿Comprendes ahora, Cècil, por qué me ofrecí a ayudarles? Sé bien que no es el mejor camino, pero por lo menos es un camino, y si lo hacemos con cuidado, puede funcionar.
No creo que sea necesario insistir más en este tema, pero antes de continuar con los asuntos más prácticos, ¿me dejas que te haga una pregunta muy personal, Cècil?
—Claro.
—¿Tú crees en Dios?
—¿En cuál Dios? —contesté no sin cierta sorna.
—Vamos, Cècil, hablo en serio. ¿Por qué estás con nosotros, por qué no trabajas para multinacionales en las que ganarías veinte veces más de lo que ganas aquí? —Su pregunta me cogió de improviso, y solo alcancé a sacudir los hombros—. ¿Sabes?, a veces yo también tengo dudas, pienso en qué hubiese sido de mi vida, y de la de Marta, si hubiese aceptado el cargo de consejero delegado en alguna de las entidades que me lo ofrecieron, o ministro cuando pude; ahora viviría en una mansión, tendría propiedades, promociones inmobiliarias en la costa, y mis herederos legales se estarían frotando las manos. Pero escogí este camino, como tú, ¡y no me arrepiento, porque yo sí lo hice porque creía en Dios! Ahora no sé en qué creer.
—Crea en usted —le dije.
—Los hombres, todos, por nuestra extraña y maravillosa naturaleza, somos vulnerables. No es fácil creer en algo vulnerable. Recuérdalo siempre.
A las dos de la mañana, recibí el mensaje de Martí confirmando que había llevado a cabo el trabajo y fui a verlo. Con los ojos enrojecidos, me explicó el funcionamiento completo de la rutina, cómo debían realizarse los pagos, cómo se vincularían las piezas contra los depósitos, cuánto tiempo debía esperar para tener la seguridad de que un pago se había realizado, y cómo la mayor parte se desconectaría y se borraría automáticamente una vez finalizada la subasta. Un trabajo excelente. Debo
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