EL VERVO
Enviado por kenika • 11 de Julio de 2014 • Informe • 8.534 Palabras (35 Páginas) • 343 Visitas
Eran las cuatro en punto del miércoles por la mañana y me encontré con que estaba
completamente despierto en la cama, mirando fijamente al techo. Aunque ya había pasado
casi la mitad de la semana me daba la impresión de que acababa de llegar. Por mucho que me
fastidiara el sargento, en general estaba muy impresionado por la altura de mis compañeros
de retiro y me parecía que las lecciones eran enriquecedoras, el sitio bellísimo y la comida
estupenda.
Más que nada estaba intrigado con Simeón. Era un maestro en el arte de la discusión en
grupo y sabía extraer verdaderas gemas de sabiduría de cada uno de los participantes. Los
principios que discutíamos eran tan sencillos que hasta un niño hubiera podido entenderlos,
pero a la vez tan profundos que me podían tener una noche en vela.
Siempre que le hablaba, Simeón parecía beberse mis palabras, yeso me hacía sentirme
apreciado e importante. Tenía una destreza especial para entender las situaciones, para
apartar la hojarasca e ir directamente al meollo de la cuestión. Nunca reaccionaba a la
defensiva cuando le ponían en cuestión, y yo estaba convencido de que era el ser humano más
seguro de sí mismo que había conocido en toda mi vida. Le estaba agradecido de que no
tratara de imponerme temas religiosos u otro tipo de creencias, pero en ese aspecto tampoco
se puede decir que tuviera una actitud pasiva. Yo siempre sabía cuál era su parecer sobre las
cosas. Tenía un natural afable y seductor, una sonrisa siempre en los labios y un brillo en los
ojos que comunicaba una auténtica alegría de vivir.
Pero, ¿qué se suponía que yo tenía que aprender de Simeón? Mi sueño de siempre seguía
fastidiándome, « ¡Encuentra a Simeón y escúchale!». ¿Habría alguna razón específica o algún
propósito para mi estancia en aquel lugar, tal como habían sugerido Rachael y Simeón? y de
ser así,
¿Cuál sería? Me quedaba ya poco tiempo de estancia y me prometí a mí mismo que
extremaría mi diligencia para intentar sonsacar a Simeón, a ver si conseguía una respuesta.
.—
El profesor estaba sentado solo en la capilla cuando llegué —con diez minutos de
antelación— aquel miércoles por la mañana. Tenía los ojos cerrados y parecía estar meditando,
así que tomé asiento a su lado sin hacer ruido. Con aquel hombre ni siquiera se me hacía raro
estar así sentado en silencio.
Pasaron unos cuantos minutos antes de que se diera la vuelta hacia mí y me dijera:
—¿Qué has aprendido aquí, John?
Intenté encontrar alguna respuesta y dije lo primero que me vino a la cabeza.
—Me quedé fascinado con tu modelo de liderazgo de ayer; me parece impecable.
—El modelo no es mío, ni las ideas tampoco —me corrigió el profesor—. Lo he tomado
prestado de Jesús.
—Ah, sí, Jesús —dije, revolviéndome incómodo en el asiento—. Creo que deberías saber,
Simeón, que yo no soy lo que se dice muy religioso.
—Por supuesto que sí —dijo amablemente, como si no hubiera duda.
—Apenas me conoces, Simeón. ¿Cómo puedes decir eso?
—Porque todo el mundo tiene una religión, John. Todos tenemos algún tipo de creencia
sobre la causa, la naturaleza y el propósito del universo. Nuestra religión es sencillamente La paradoja. Un relato sobre la verdadera esencia del liderazgo James C. Hunter
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nuestro mapa, nuestro paradigma, las creencias que responden a las difíciles preguntas
existenciales. Preguntas como: ¿Cómo surgió el universo? ¿Es el universo un lugar seguro o es
un lugar hostil? ¿Por qué estoy aquí? ¿Es el universo mero fruto del azar o existe un propósito
mayor? ¿Hay algo tras la muerte? Quien más, quien menos, todos hemos pensado sobre estos
temas. Incluso los ateos son gente religiosa, porque ellos también tienen respuestas a estas
preguntas.
—Probablemente no le dedico mucho tiempo a los asuntos espirituales. Yo me he
limitado siempre a asistir a la iglesia local luterana, como hicieron mis padres, porque pensaba
que era lo que había que hacer.
—Recuerda lo que dijimos en clase, John. Todo en la vida está relacionado, a la vez
verticalmente, con Dios, y horizontalmente, con tu prójimo. Cada uno de nosotros tiene que
tomar una serie de determinaciones respecto a esas relaciones. Hay un viejo dicho que reza:
«Dios no tiene nietos», y para mí, eso significa que no se puede desarrollar ni mantener una
relación con Dios, ni por consiguiente con nadie, mediante intermediarios, dogmas o religiones
de segunda mano. Para que las relaciones crezcan y maduren hay que poner mucho cuidado
en alimentarlas y desarrollarlas. Cada uno de nosotros tiene que tomar decisiones sobre qué
es lo que cree y qué significado tienen esas creencias en su vida. Alguien dijo una vez que
cada uno de nosotros tiene que hacerse sus propias creencias del mismo modo que cada uno
tiene que hacerse su propia muerte.
—Pero, Simeón, ¿cómo se supone que puedes saber en qué tienes que creer? ¿Cómo se
supone que tienes que saber dónde está la verdad? Hay tantas religiones, tantas creencias
entre las que escoger...
—Si de veras estás pidiendo encontrar la verdad, si de veras intentas dar con ella, John,
estoy convencido de que encontrarás lo que buscas.
Nada más sonar las nueve, el profesor empezó: —Como os dije ayer, nuestro tema de
hoy es el amor. Ya sé que puede resultar algo incómodo para algunos de vosotros.
Miré de reojo al sargento; esperaba casi tener ocasión de presenciar en directo un
episodio de combustión humana espontánea, pero aparentemente no había indicios de llamas
ni de humo.
Pasados unos momentos de silencio, Simeón continuó. —Chris preguntó ayer: «¿Qué
tiene que ver el amor con esto?». Para entender el liderazgo, la autoridad, el servicio y el
sacrificio, es de gran ayuda el haberse enfrentado primero a esta importantísima palabra.
Empecé a entender el significado real de la palabra amor hace muchos años, cuando estaba
todavía en la universidad. En aquella época era un especialista en filosofía y, aunque pueda
pareceros asombroso, era además un verdadero ateo.
—¡Ya no me queda nada por oír! —saltó Greg—. ¿Don Monje Reencarnado en persona,
un no creyente?
...