El Culto Del Verdadero Dios
Enviado por FESMEC • 24 de Octubre de 2012 • 4.839 Palabras (20 Páginas) • 473 Visitas
INTRODUCCIÓN
En los primeros siglos del cristianismo, aparecieron unos personajes que marcaron el rumbo de la historia universal, pues a partir de sus razonamientos, se comenzó a configurar una nueva vida social, política y religiosa, con un tinte cristiano, en todo la Tierra. Tales personajes fueron llamados Padres de la Iglesia, los cuales, formularon cuestiones graves que atañen a todo tiempo y a todo lugar, ya que empezaron a configurar el cristianismo y la Iglesia primitiva, definiendo y defendiendo dogmas de fe. Puesto que los Apóstoles habían muerto, ellos eran los encargados de difundir y estructurar racionalmente la doctrina de Jesús y la Tradición apostólica.
Con ellos, ocurre una helenización del lenguaje y una deshelenizacion de la fe, es decir, escogen la lengua griega por ser la más capaz de abarcar, con su terminología, todos los conceptos para explicar la nueva doctrina, pero al mismo tiempo, deshelenizan la fe para hacer notar que ésta es diferente de lo que los antiguos filósofos griegos habían expresado acerca de Dios y no era solamente una continuación de ella. Y, ¿qué hubiera pasado si no hubiera sucedido esto que acabo de escribir; que la fe hubiera sido helenizada al igual que el lenguaje? Si la fe hubiera sido helenizada de la misma manera que el lenguaje, no hubiera habido cristianismo, pues Cristo sería nada más una simple expresión o manifestación del Logos griego.
San Agustín fue uno de los primeros que se preocupó por responder a varias cuestiones que estaban surgiendo en aquel tiempo. Aunque estaba influenciado por los neoplatónicos, es importante recalcar que no es neoplatónico, ya que cuando filosofa parece hablar como neoplatónico, pero al hablar como cristiano, deja a un lado el neoplatonismo y lo niega.
La tesis principal de san Agustín en su obra: La Ciudad de Dios, es el cómo instaurar en el mundo la Ciudad de Dios y la ciudad del hombre. Él entiende por ciudad una sociedad, un pueblo, un conjunto de hombres unidos en la prosecución de un mismo fin o bien. Afirma que existen pueblos terrenales o temporales, unidos para conseguir un bien terrenal o temporal; y hay también un pueblo cristiano unido en el amor a Dios. Desde esta perspectiva, examina filosóficamente a la persona humana desde su doble composición, es decir, para San Agustín, el ser humano pertenece a las dos ciudades: a la de Dios en el sentido espiritual y a la terrenal en sentido material. En cierto modo, esta obra es un símbolo sobre las relaciones entre el estado y la comunidad fundada bajo los principios cristianos.
Entre ambas ciudades, debe haber armonía en la disparidad, mezclándose todos los intereses en un interés común, para el buen funcionamiento del cosmos. Puesto que la mala interpretación de éstas, ha provocado conflictos graves a los largo de la historia, ya que unos han querido instaurar en este mundo solo la Ciudad de Dios, como la Iglesia, sobretodo en el Medievo y con la Inquisicón, y se olvidaba de la ciudad del hombre. Otros, en cambio, han querido instaurar únicamente la ciudad del hombre sobre la Ciudad de Dios, tal como lo hizo Hitler, queriendo someter lo religioso al Estado. Esta desarmonía entre ambas ciudades ha provocado que siempre busquen formar dos sociedades o ciudades diferentes y en constante enfrentamiento: la luz y las tinieblas, lo eterno y lo temporal, lo suprasensible y lo sensible, lo divino y lo humano. Su sentido definitivo es el triunfo del bien sobre el mal. Mas tenemos que considerar que la lógica del poder de este mundo no es la lógica del poder de la Ciudad de Dios, es por eso que las dos ciudades están en constante lucha.
Siguiendo esta tesis, en el libro El culto del verdadero Dios, contenido en dicha obra, y motivo por el cual reflexionamos en este ensayo, san Agustín nos invita a aprovechar los medios que nos brinda la ciudad del hombre para llegar a darnos cuenta de la existencia de un solo y verdadero Dios de los dioses, digno de alabanza y culto, para que, de esta manera, unamos ambas ciudades, que son creación de Dios, y mueva nuestros deseos a unirnos con Él.
Veremos cómo se llega a la idea de un Dios creador, fundamento de todo lo que existe y del cual todos participamos de su ser. Y cómo este Dios, es diferente de los demás dioses que las civilizaciones antiguas, principalmente Grecia y Roma, adoraban y tributaban culto. Para conseguir este objetivo, analizaremos filosóficamente todos los elementos, que nos permitan llegar a la conclusión de la existencia y providencia de este Ser supremo, así como también, reflexionaremos sobre sus manifestaciones en todo lo que Él ha creado, para darnos cuenta de cuál es el verdadero y Sumo Bien, en el que se encuentra la plena bienaventuranza del hombre, y a quien san Agustín lo identifica con el Dios de los cristianos.
I. EL DESEO DE BIENAVENTURANZA EN EL HOMBRE
A) Concepto de bienaventuranza
Podemos comenzar por preguntarnos: ¿qué es la bienaventuranza?, ¿en qué consiste? Antes que nada, debemos dejar en claro que el concepto de bienaventuranza en san Agustín, no es el mismo concepto de bienaventuranza de ningún diccionario ni de la filosofía, porque la filosofía y las demás ciencias, en su complejidad, piensan este mundo, viven de los saberes de este mundo, pero tienen sus límites.
Para san Agustín, la bienaventuranza es el Bien que viene (Bona ventura), es decir, buen advenimiento , buen porvenir, buen Acontecimiento (lo que no está en la lógica del saber del mundo, el Acontecimiento es lo que el mundo no acepta en la ciudad del hombre, según san Agustín); y si este Bien viene, quiere decir que todavía no lo poseemos. La bienaventuranza es la comunión con el acto de ser supremo, por tanto, la felicidad está más allá de una formulación filosófica de los griegos, de la tecnología, de la ciencia y de las artes. Es una propuesta universal, válida en todo tiempo y en todo lugar.
B) Deseo de la bienaventuranza
Según san Agustín, el deseo de ser bienaventurado, que está en el hombre, no es el mismo que el de la lógica de este mundo, porque si no lo cubriría el mundo, sino que nos habla de otras realidades, que están por encima de este mundo y que pueden cubrir plenamente este apetito del hombre de ser feliz. Nosotros deseamos algo porque no lo poseemos, pues recordemos que el deseo, en Filosofía, implica carencia de ser; así, si el hombre no tuviera carencia de ser bienaventurado, no desearía ser feliz.
Afirma que el deseo de bienaventuranza está en todo hombre, pues todos, de alguna o de otra manera, buscan y anhelan ser felices, y todas sus acciones están encaminadas hacia su bienestar. Por eso, podemos decir que el origen de la bienaventuranza
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