El gran lider
Enviado por Irene Barrientos • 20 de Junio de 2019 • Reseña • 3.365 Palabras (14 Páginas) • 226 Visitas
EL GRAN LÍDER
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Vengan a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo los haré descansar. Tomen mi yugo sobre vosotros y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaran descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.
Mateo 11: 28 -30
¿Qué tipo de LIDER crees que eres tú?
Siempre se nos han dicho que un líder es aquel, que tiene la capacidad de influenciar en el resto de las personas y si, es verdad; porque para poder guiar y llevar al equipo de trabajo a que siga tu propuesta, deberás saber conducirlo de forma convincente. De aquí nacen, los estilos de liderazgo que generalmente nos presentan en capacitaciones: impositivo o de facto, liberal, autocrático, burocrático, carismático, democrático, paternalista, transformacional, etc.
Todos tenemos la capacidad de influenciar en la conducta de otras personas.
Observemos a nuestros hijos, esposas, hermanos. Nuestros actos, nuestras palabras, nuestra forma de vestir, nuestros gustos; todo se puede imitar.
Tomaremos como ejemplo un entorno o núcleo más pequeño, en donde somos probados todo el tiempo y realmente conoceremos si somos líderes.
La familia.
Dentro del núcleo familiar, tu esposa aprueba lo que haces, ¿le permites tener opinión aunque el control de las decisiones las tengas tú?
Eres ICONO para tus hijos (as), ellos consideran tus consejos, meditan en la enseñanza y disciplina que les das, quieren seguirte; es más, conoces el carácter de tus hijos.
Te comunicas con ellos, les entregas propósito en sus vidas, reconoces y premias sus logros, administras sus deberes o tareas diarias, te sientas y le dedicas tiempo a la enseñanza, permites que ellos opinen de ti y lo que haces, te preguntan sobre tu trabajo.
Pues bien los mejores líderes y más exitosos, son los que saben liderar su casa, su familia, sus hijos e influencian en su entorno de forma positiva.
Ahora reduzcamos el núcleo y hagámoslo unipersonal.
Vives una vida con propósito, planificas tu día laboral o cotidiano, te planteas metas personales, te pones objetivos para cumplir esas metas, incluyes a los que te rodean en el trabajo para el logro, participan ellos de tus logros.
Que piensas tú de esta definición: El liderazgo es una dirección delegada, una dirigencia otorgada, una jefatura conferida; esto quiere decir que esa autoridad depende de otro mayor que tú, aquel quien delega en ti ciertas facultades por lo tanto, no proviene de ti y es susceptible a cambio o termino.
Un ejemplo muy práctico, real y que vemos a diario, el presidente de una nación, los senadores, los diputados, o los alcaldes. Ellos son los líderes del gobierno de un país pero, quien les confiere ese liderazgo; claro la ciudadanía, quien o quienes los aprueban para su reelección o desaprueban sus gestiones, obviamente las personas; los electores.
Quienes delegan el liderazgo en ti, por supuesto el equipo con el que trabajas; ellos te seguirán o no te seguirán; o incluso seguirán sus propios intereses.
Quien delega en ti la responsabilidad de GUIAR a un grupo de personas y constituirlas en un equipo.
Entonces nosotros como líderes también servimos a un propósito, un propósito mayor que nosotros mismos, entonces somos servidores. Ahí radica el éxito de un líder, en servir.
Me gustaría que analizáramos juntos una historia verídica. Y le pondré por subtítulo.
LÍDERAR CON PRINCIPIOS.
La historia de Desmond Doss.
Desmond Doss, fue un joven estadounidense con enseñanza Cristiana Adventista; que se enlisto en la segunda guerra mundial para “servir” a su país luego del ataque de Japón a Pearl Harbor.
En 1942, con 23 años, Desmond entró en servicio como médico en la 77ª División de Infantería. Cuando se unió al ejército, él asumió que debido a su clasificación como objetor de conciencia, no le sería necesario llevar un arma. Él quería ser un médico de combate del Ejército, pero fue asignado a una compañía de fusileros de infantería. Su negativa a llevar un arma causó un montón de problemas entre sus compañeros de batallón; ellos lo vieron con desprecio y lo llamaron “inadaptado, poco profesional y cobarde”. Un hombre en el cuartel le advirtió: “Doss, tan pronto como entremos en combate, me aseguraré de que no vayas a regresar con vida”.
Sus comandantes también querían deshacerse de aquel joven delgado nacido en Virginia que hablaba con un acento sureño muy suave y tranquilo. Ellos lo vieron como un ser pasivo que poco aportaría a la causa; para sus compañeros, un soldado sin arma no valía la pena, así que trataron de intimidarlo, regañarlo, asignarle tareas extra que demandaban mucha resistencia física, y lo declararon mentalmente incapacitado para el Ejército. Luego intentaron llevarlo al consejo de guerra por negarse a cumplir la orden directa de portar un arma. No pudieron encontrar una manera de convencerlo, o de hacerlo desistir. Él creía que su único deber era obedecer a Dios y servir a su país, pero tenía que ser en ese orden. Sus convicciones inquebrantables eran, lo más importante.
Desmond se había plantado en tierra de guerra con una ferviente creencia en la Biblia. Él se convenció de que, bajo ningún motivo, atentaría contra la vida de otro ser humano. Su educación religiosa, que incluía la asistencia a la iglesia semanalmente en el séptimo día, exasperó a los miembros del Ejército al descubrir una de las peticiones que hizo Desmond: él solicitó un pase semanal para poder asistir a la iglesia todos los sábados. A pesar de los insultos, las amenazas y las intimidaciones, las cosas cambiaron cuando sus compañeros conocieron que este médico sin pretensiones y sumamente modesto y tranquilo, tenía una extraordinaria capacidad de curar las ampollas de los pies cansados y maltratados por tanto caminar y marchar. Y si alguien sufría un desmayo por un golpe de calor, este médico estaba a su lado, ofreciendo su propia agua. Desmond no guardaba rencor. Con delicadeza, amabilidad y cortesía se dirigía a los que lo habían maltratado.
Desmond sirvió en combate en las islas de Guam, Leyte y Okinawa. En cada una de las operaciones militares en las que participó, él expuso una extraordinaria dedicación a sus semejantes. Mientras el batallón avanzaba o atacaba, él brindaba auxilio a los heridos; siempre buscaba salvar las vidas. En más de una ocasión, él estuvo en el fragor de la batalla levantando al compañero caído y trasladándolo al refugio de seguridad, sin importar que las balas enemigas transitaban a su alrededor. Varias veces, mientras atendía a soldados heridos, Desmond escuchaba muy de cerca los murmullos de las voces japonesas.
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