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Envia Una Vida En Bubble Island


Enviado por   •  25 de Junio de 2013  •  1.068 Palabras (5 Páginas)  •  362 Visitas

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El término es ya cuando menos familiar. Hay ciertos referentes acaso simbólicos que la acompañan: comunicaciones, acceso a información, libre flujo de capitales, propensión a desplazarse “a cualquier lugar”, bien sea física o virtualmente. De haber una idea que los atase a todos, tendría que ser la disolución de barreras, la ruptura de los límites, distancia cero y tiempo cero, entre lo local y lo global. De tratarse de un eslogan publicitario para la globalización, el lema, el leit motif, sería algo así como “disfruta ya de todas las posibilidades, ahora a tu alcance..., ¡go global!”. Y No es casual que éstos y muchos otros referentes e imágenes que acompañan el sonido de la palabra globalización parezcan tan inocentes, productivos e incluso placenteros a los oídos del sujeto dinámico y proactivo de hoy. Lo que se toma por globalización, sin embargo, tiene también un lado muy engorroso, tremendamente problemático y lleno de desigualdades e injusticias. Es aquí donde el trabajo de Bauman cobra importancia.

¿Qué significa que se traspasen mutuamente, que se confundan, lo local y lo global? ¿Qué consecuencias tiene la falta de autonomía entre estas dos dimensiones? Si se tratara de la simple fusión, permeabilidad, intercambio o generación de rasgos en general entre distintas culturas, pues entonces todas las culturas se habrían venido “globalizando” de algún modo y desde siempre. Algo distingue la globalización de cualquier otro proceso de interrelación cultural. Muchos creen que es un problema de “velocidad” o de “resistencia al cambio”. Y es cierto que demasiados cambios, en los lugares más profundos de la cultura, y en poco tiempo, pueden producir precisamente esa sensación de extravío tan corriente en nuestros días. (De extravío del sentido del ser o de la vida, quiero decir.) Pero el problema no parece originarse allí: hay una diferencia sustancial entre las fusiones culturales (violentas o pacíficas) en las cuales se producen y reproducen más o menos impuesta o subrepticiamente otros, nuevos, modos de ser y actuar de manera relativamente espontánea, y la adaptación de toda diferencia cultural a un solo patrón de orientación quizás demasiado bien definida bajo el lema de la “globalización”: el consumismo, que no es sino el punto final de toda la maquinaria fundamental de la globalización: la economía.

Hoy no cuesta nada reconocer que en la economía de mercado, guiada por el paradigma neoliberal, el consumo no es para todos. Muy por el contrario —y las cifras saltan a la vista hasta en los informes de la ONU—, el consumo debe ser para cada vez menos personas. Aquí, el cambio no es cuestión de tiempo; más que descreer que la mundialización del capital —el efecto más visible de la globalización— sea imperfecta, tendríamos que funciona muy bien, esto es, para cada vez menos personas: la mundialización del capital es el caldo de cultivo para la creación y expansión de grandes monopolios, hoy casi lo mismo que las transnacionales, que no acumulan solamente los modos de producción sino que se han sofisticado al punto de tener “capacidad de veto” en las decisiones políticas y afectar de forma determinante la evolución socio-cultural de las sociedades (organizando la construcción de valores de convivencia social alrededor del consumismo).

Puede ser que la fusión de culturas, o para muchos la hibridación cultural,

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