Gatos Y Mas Gatos
Enviado por javierrc2391 • 15 de Septiembre de 2013 • 1.049 Palabras (5 Páginas) • 283 Visitas
II. EDÉN, EDÉN
Durante más de dos siglos, las sociedades democráticas han
hecho resplandecer la palabra imperiosa del «tú debes», han celebrado
solemnemente el obstáculo moral y la áspera exigencia de
superarse, han sacralizado las virtudes privadas y públicas, han
exaltado los valores de abnegación y de interés puro. Esa etapa
heroica, austera, perentoria de las sociedades modernas ya ha acabado.
Después del tiempo de la glorificación enfática de la obligación
moral rigorista, he aquí el de su eufemización y su descrédito.
Desde mediados de nuestro siglo, ha aparecido una nueva
regulación social de los valores morales que ya no se apoya en lo
que constituía el resorte mayor del ciclo anterior: el culto del
deber. ¿Dónde se encuentran todavía panegíricos a la gloria de
los deberes hacia uno mismo? ¿Dónde se inciensan los valores
de sacrificio supremo y de entrega de sí mismo? Mientras que el
propio término deber tiende a no ser utilizado más que en
circunstancias excepcionales, ya nadie se anima a comparar la
«ley moral en mí» con la grandeza del «cielo estrellado por
encima de mí». El deber se escribía con mayúsculas, nosotros lo
miniaturizamos; era sobrio, nosotros organizamos shows recreativos;
ordenaba la sumisión incondicional del deseo a la ley,
nosotros lo reconciliamos con el placer y el seif-interest. El «es
necesario» cede paso al hechizo de la felicidad, la obligación
categórica al estímulo de los sentidos, lo prohibido irrefragable a
las regulaciones a la carta. La retórica sentenciosa del deber ya no
está en el corazón de nuestra cultura, la hemos reemplazado por
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las solicitaciones del deseo, los consejos de la psicología, las
promesas de. la felicidad aquí y ahora. Al igual que las sociedades
modernas han erradicado los emblemas ostentativos del poder
político, han disuelto las evidentes conminaciones de la moral. La
cultura sacrificial del deber ha muerto, hemos entrado en el
período posmoralista de las democracias.
Calificar nuestras sociedades de posmoralistas puede parecer
paradójico en el momento en que las ofensivas contra el derecho
de aborto se multiplican, cuando entran en vigor legislaciones
drásticas sobre el tabaco y la droga, cuando la pornografía suscita
el anatema de los nuevos virtuistas, cuando la preocupación ética
resurge en los medios de comunicación {charity shows y ética del
periodismo), en las empresas (moral de los negocios), en las
ciencias biomédicas (bioética), en la relación con la naturaleza
(moral del medio ambiente). Tras una época marcada por la
«contramoral» contestataria, el rechazo de las normas represivas y
el hedonismo liberacionista, la temática ética reaparece con fuerza
en el discurso social de las democracias. Pero no nos engañemos,
lo que se llama un poco apresuradamente el «retorno de la
moral» no reconduce, de ninguna manera, a la religión tradicional
del deber; sea cual sea la multiplicación de buenas obras
orquestadas por los medios de comunicación, sea cual sea el éxito
actual de los objetivos éticos, no está dándose regreso alguno a la
casilla de partida. Lo que está en boga es la ética, no el deber
imperioso en todas partes y siempre; estamos deseosos de reglas
justas y equilibradas, no de renuncia a nosotros mismos; queremos
regulaciones, no sermones, «sabios» no sabihondos; apelamos
a la responsabilidad, no a la obligación de consagrar íntegramente
la vida al prójimo, a la familia o a la nación. Más allá del comeback
ético, la erosión de la cultura del deber absoluto continúa irresistiblemente
su carrera en beneficio de los valores individualistas y
eudemonistas, la moral se recicla en espectáculo y acto de comunicación,
la militancia del deber se
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