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INCULCAR VALORES A LOS HIJOS


Enviado por   •  16 de Agosto de 2012  •  1.607 Palabras (7 Páginas)  •  403 Visitas

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INCULCAR VALORES EN LOS HIJOS

En estos tiempos observamos que las necesidades emocionales de los jovenes son muchas y con muy fuerte repercusión en su vida personal y en la sociedad en general. Como padres debemos pensar en que a los hijos debemos darles desde pequeños aquella cosas útiles que les sean de provecho todo tiempo y que perduren, es decir que los acompañen toda la vida.

Y esas tres cualidades las encontramos en los VALORES, esos valores familiares, valores tradicionales que solo se aprenden en casa como el amor al prójimo, el temor a Dios, el perdón,

la honestidad, etc. Poco se habla de ellos y del gran beneficio que pueden dar a los hijos durante toda su vida.

Sin embargo el hecho de que nuestros jóvenes y adolescentes aprendan a honrar a sus padres, a servir al prójimo, a abandonar la maldad y los vicios y desear ser personas de bien útiles a la sociedad, puede significar un cambio radical en sus vidas, que no solamente les garantizará felicidad y paz, sino que además les convertirá en factores de cambio que impacten positivamente en la sociedad.

He aqui el testimonio de una joven estadounidense que tuvo la oportunidad de asistir como ponente al Foro de la Juventud de Rodas, en Grecia, con el tema “Los Valores Tradicionales de la Familia”. El evento anual reunió a un grupo de jóvenes de todo el mundo, que se dedican a la búsqueda del bien común.

Ella se refirió a la importancia de la fe, la vida y la familia, dejando claro que los valores que tanto necesita la juventud, se aprenden realmente cuando los hijos los ven como “su estilo de vida familiar” es decir, cuando observan en sus padres la práctica de esos valores, día con día.

Los Valores Tradicionales de la Familia

Por: Moriah Mosher / Noviembre, 2011

Boletín 127 de Population Research Institute

“...entonces, ¿Qué valores familiares trataron de inculcar mis padres en mí? Déjenme contarles parte de mi historia personal.

Todos comenzamos como un pensamiento de Dios y le estoy muy agradecida a Él por formar parte de mi familia. Una familia en la que mi padre y mi madre están totalmente comprometidos el uno con el otro de por vida, en una relación basada en el amor. Nunca ha pasado por mi mente alguna duda sobre esto, nunca se me ha cruzado por la mente que mis padres pudieran separarse, nunca se ha mencionado la palabra “divorcio”. Siempre ha sido una relación marcada por el “hasta que la muerte nos separe”.

Nací en lo que se llama una “familia normal”, con un padre y una madre y sus hijos. Gracias a ellos he “aprendido” a valorar la institución del matrimonio. Quiero este valor de familia para mí y mis hijos.

Debido a que mis padres están abiertos a la Vida, entendí intuitivamente, la santidad de la vida, la necesidad de proteger al más débil entre nosotros –los hijos por nacer, los infantes, los niños y los ancianos– y ponerlos a salvo del peligro del aborto, del abuso y de la eutanasia respectivamente.

En nuestros primeros años, mi hermano y yo fuimos educados en casa. Sé que puede sonar raro para algunos de ustedes, pero en los Estados Unidos, es muy común. Según la Asociación de Defensa de la Educación en el Hogar (“Home School Defense Association”), siete millones de niños son educados en el hogar y más de diez millones van a colegios privados, cristianos o católicos en los Estados Unidos. El estado no monopoliza la educación de los jóvenes. Los padres son los primeros y mejores educadores de sus hijos, no obstante fuera del hogar, muchos optan por los colegios públicos. Cada familia tradicional es una escuela de amor, vida y virtud.

Al crecer, mis padres insistieron en que se mantenga una rutina diaria regular: Levantarse, asistir al colegio, obtener buenas calificaciones, llegar a casa y realizar los quehaceres, terminar las tareas, reunirse con la familia a la hora de la comida y ayudar a lavar y ordenar. Sólo después de cumplir con nuestras obligaciones podíamos relajarnos y disfrutar de nuestro tiempo libre. Es a partir de esas buenas prácticas que se forman los buenos hábitos y sobre estos se forja el buen carácter.

Sobre éste punto me quiero referir a nuestra ética laboral. Debido a que mis padres querían vivir en el campo, compraron una pequeña granja en Virginia del Norte, donde vivimos hasta el día de hoy. Durante mi infancia tuve la oportunidad de realizar diferentes labores domésticas: césped que podar, vacas que alimentar, cercas que reparar, basura que botar, y así sucesivamente. Lo más probable es que me haya quejado de estas tareas cuando era más joven, de hecho, estoy segura que lo hice, sin embargo estoy muy agradecida. De ellas he aprendido una ética laboral que me ayudará a tener éxito en todo lo que intente en la vida.

Los valores tradicionales de la familia exigen

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