Juan Diego
Enviado por neriro • 26 de Marzo de 2014 • Resumen • 4.372 Palabras (18 Páginas) • 314 Visitas
Juan Diego nació en 1474 en un pueblecito de campo cercano a la Ciudad de México llamado Cuauhtitlán. Quiere decir "el lugar de las águilas" en el idioma náhuatl que era el que Juan Diego y su gente hablaban. Lo llamaron Cuauhtlatoatzin que quiere decir "el que habla como águila."
Cuauhtlatoatzin era un digno y dotado miembro de la gente chichimeca. Él vivió durante el tiempo que España conquistó México. El capitán español Hernán Cortés, ayudado por los tlaxcaltecas derrotó al Emperador Cuauhtémoc en 1521. El Rey Carlos V de España ahora gobernaba la Ciudad de México.
Unos cuantos frailes Franciscanos vinieron con los soldados de España esperando convertir a los aztecas en cristianos. Sin embargo, la crueldad de los soldados hizo casi imposible para los aztecas creer en el amor de Dios por ellos.
Cuauhtlatoatzin era uno de los pocos nativos que se convirtieron a la fe cristiana. Él y su esposa fueron bautizados en el año 1527. Ellos recibieron sus nuevos nombres cristianos, Juan Diego y María Lucía. Tristemente, María Lucía murió en 1529.
Nuestra, historia comienza en una fría mañana de invierno. Era sábado, el 9 de diciembre de 1531, diez años después de la conquista de la Ciudad de México. Saliendo antes del amanecer, Juan Diego comenzó su largo camino a la ciudad. Él iba a Misa y a la instrucción del catecismo.
Cuando Juan Diego pasaba por la ladera del cerro del Tepeyac escuchó una música celestial. Sonaba como si muchos pájaros raros estuvieran cantando y como si el cerro respondiera su canto.
Al principio Juan Diego pensó que estaba soñando. Después de todo era tan temprano en la mañana. Él fijó su mirada en la cima del cerro del Tepeyac de donde la música celestial venía hacia él.
Cuando el canto terminó y todo estaba quieto y en calma, él vio a una señora bellísima de pie en medio de una luz resplandeciente. Ella llevaba un vestido rojizo con una cinta negra alrededor de su cintura y un manto azulado verde cubriendo su cabeza. En su manto resplandecían estrellas doradas.
Entonces la bella señora le habló, "¡Mi querido Juanito, mi Juan Dieguito!"
Juan Diego se atrevió a ir a donde se le estaba llamando. Su corazón estaba feliz y no tenía miedo. Rápidamente subió la cuestecilla anhelando acercarse a la Misteriosa Señora. Ella brillaba como la luz del sol y le sonreía suavemente.
Todo alrededor de ella parecía resplandecer con una luz misteriosa. Los colores de las rocas, de las plantas y de la tierra eran claros y puros, y resplandecían como el arco iris
Juan Diego se maravilló por su exquisita belleza. Inclinándose ante Ella, su corazón se inundó de un noble amor. Ella le preguntó, "Mi hijo digno y amado, ¿a dónde vas?"
Contestándole, él le dijo, "Mi Señora y niña mía, tengo que ir a México, para aprender de los sacerdotes de allá, las cosas divinas de Nuestro Señor.
Entonces la Señora le reveló su verdadera identidad.
"Quiero que sepas y que tengas la certeza en tu corazón, mi hijito precioso, que yo soy la Siempre Virgen María, Madre del Único, Verdadero Dios, Quien creó el Cielo y la Tierra.
"Yo deseo ardientemente que se construya una ermita aquí para mí. En ella yo mostraré y daré a mi gente todo mi amor, mi compasión, mi ayuda y mi protección. Yo soy tu Misericordiosa Madre y la Madre de todas las naciones en esta Tierra. Yo soy la Madre de todos aquellos que me amen, que me lloren, y que pongan su confianza en mí. Yo escucharé sus lamentos, remediaré y curaré todos sus sufrimientos, desdichas y pesares.
"Ve donde el Obispo de México y dile mi deseo de que me haga un hogar aquí mismo para mí, un templo en este llano. Dile cuidadosamente todo lo que has visto, escuchado y admirado. Ten la absoluta certeza que en agradecimiento por toda tu molestia te recompensaré bien."
Juan Diego, sintiendo su corazón henchido de amor ante su perfecta belleza y majestad, contestó, "Sí, mi adorada Reina, yo iré al Obispo con tu petición.
Juan Diego se apresuró a llegar a la Ciudad de México. Mientras se acercaba al palacio del Obispo, su corazón se desanimaba. "¿Por qué el Obispo va a creer que yo, Juan Diego, he visto a la Madre de Dios?"
Cuando Juan Diego llegó, él llamó tímidamente a la puerta del Obispo. Uno de los sirvientes respondió, pero no dejó que Juan Diego entrara. El esperó afuera casi todo el día, sintiéndose muy pequeño, insignificante y asustado.
Finalmente, muy entrada la tarde Juan Diego fue llamado para ver al Obispo. Arrodillándose ante el Obispo, quien estaba sentado en su silla, Juan Diego comenzó a contarle todo lo que había visto y escuchado esa mañana de la Bella Señora.
El Obispo Zumárraga, con la ayuda de su intérprete escuchó cuidadosamente la historia de Juan Diego. Entonces él le dijo: "Mi hijo vas a tener que venir en otro momento. Primero, debo de examinar todo lo que tú me has dicho."
Juan Diego dejó al Obispo sintiéndose incomprendido y muy triste. Y se puso en camino hacia su casa.
Llegando al pie del Tepeyac Juan Diego miró hacia arriba y casi no podía creer lo que veían sus ojos. Allí parada, precisamente esperándole estaba la bellísima Virgen, Madre de Dios. Al acercarse Juan Diego notó que sus pies no tocaban el terreno pedregoso. Ella flotaba un poco sobre el suelo.
Mirarla llenaba su corazón y su alma de júbilo. La dignidad real de Santa María le recordaba a una princesa azteca.
"Mi queridísimo hijito Juanito, qué dijo el Obispo?" preguntó la Santa Madre.
"Mi Madre Adorable," respondió Juan Diego sin aliento. "Yo no soy bueno para este trabajo. El Obispo no me creyó. Nadie creería la palabra de un indio campesino. ¿Quién podría pensar de mí como un mensajero de la Reina del Cielo? Yo soy muy pobre, muy pequeño, muy débil. Debes enviar a un ángel o un príncipe, cualquiera excepto Juan Diego.
Escúchame, mi amado hijito," Santa María respondió tiernamente, "Yo podría enviar a muchos. Tengo a mi disposición los grandes de la Tierra y los Santos en el Cielo. Yo te he llamado a tí, el más pequeño y el más querido para que lleves mi mensaje al Obispo. Es absolutamente necesario que vayas tú personalmente, y que a través de tí mi deseo se realice.
"Regresa mañana otra vez donde el Obispo," Santa María continuó. "Dile en mi nombre y hazle comprender, que es mi deseo que construya una iglesia en mi honor en este sitio. Repítele otra vez que soy yo, la Madre de Dios, quien te envía. Cuando hayas hecho esto, regresa y déjame saber su respuesta.
"Madre Santa, no te causaré dolor en tu corazón.
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