La Contención Del Pecado
Enviado por MARKANDI • 6 de Agosto de 2014 • 890 Palabras (4 Páginas) • 227 Visitas
La contención del pecado
La tercera tormenta que sopla dentro de nosotros y hace perder la altura a nuestra actitud hasta que se estrella es: la contención del pecado.
Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿ quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado (Romanos 7.15–25).
Pablo no es un jugador de golf que describe un juego intrascendente. Escribe sobre el conflicto de dos naturalezas dentro de él. Una dice: «Haz lo bueno», mientras la otra le arrastra hacia abajo.
Un cristiano recién convertido me contaba la frustración que sentía por no hacer siempre lo que era correcto y lo que él quería hacer.
Este hombre disciplinado me preguntó: «Pastor, ¿entiende cómo me siento?» Le dije: «Sí, Pablo se sentía igual». Busqué Romanos 7 y leí. Me interrumpió y me preguntó: «¿Dónde está ese pasaje? Necesito leerlo de nuevo».
Espero que haya leído también Romanos 8 donde Pablo habla de liberación. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu»
(v. 1).
El Salmo 51 es conocido como la oración de David pidiendo perdón después de haber participado del doble pecado de adulterio y asesinato. En el Salmo 32, David deja constancia de cómo se sintió durante el tiempo en que trató de encubrir su pecado: «Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día» (v. 3) Durante un año trató de vivir con una mala conciencia y una actitud caída. Finalmente, después de la confrontación con el profeta Natán, David oró a Dios pidiendo perdón. Esa oración está en el Salmo 51.1, 2:
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.
Es perdonado cuando acepta su culpa, reconoce su pecado y no culpa a Dios (vv. 3, 4).
Recibir perdón es una cosa; vencer el pecado es otra. David clama pidiendo
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