“La rueda de la vida” de E.Kubler Ross.
Enviado por Ruben Dario • 24 de Marzo de 2017 • Resumen • 28.075 Palabras (113 Páginas) • 586 Visitas
1. LA CASUALIDAD NO EXISTE.
Para comenzar la autora nos menciona que durante años ha sido perseguida por la mala reputación y que la consideran la Señora de la Muerte y del Morir. Pero la única realidad incontrovertible de su trabajo es la importancia de la vida.
Kubler Ross nos dice que a muerte puede ser una de las más grandiosas experiencias de la vida. Si se vive bien cada día, entonces no hay nada que temer.
La medicina moderna se ha convertido en una especie de profeta que ofrece una vida sin dolor. La autora piensa que lo único que sana verdaderamente es el amor incondicional, lo que se puede ver a lo largo del libro.
Ella nos muestra que todo el mundo sufre contratiempos en la vida. Cuanto más numerosos son más aprendemos y maduramos.
También que la vida es ardua. La vida es una lucha. La vida es como ir a la escuela; recibimos muchas lecciones. Cuanto más aprendemos, más difíciles se ponen las lecciones.
Y finalmente cuando se aprende la lección, el dolor desaparece.
Ha aprendido que no hay dicha sin contratiempos. No hay placer sin dolor. Y se planea las siguientes preguntas a si misma: ¿Conoceríamos el goce de la paz sin la angustia de la guerra? Si no fuera por el sida, ¿nos daríamos cuenta de que el mundo está en peligro? Si no fuera por la muerte, ¿valoraríamos la vida? Si no fuera por el odio, ¿sabríamos que el objetivo último es el amor?
En esos momentos uno puede quedarse en la negatividad y buscar a quién culpar, o puede elegir sanar y continuar amando. Puesto que creo que la única finalidad de la existencia es madurar, no me costó escoger la alternativa.
PRIMERA PARTE “EL RATON”
- EL CAPULLO
En este capítulo nos dice que durante toda la vida se nos ofrecen pistas que nos recuerdan la dirección que debemos seguir. Si no prestamos atención, tomamos malas decisiones y acabamos con una vida desgraciada. Si ponemos atención aprendemos las lecciones y llevamos una vida plena y feliz, que incluye una buena muerte.
Uno de los mayores regalos que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, que coloca sobre nuestros hombros la responsabilidad de adoptar las mejores resoluciones posibles.
La primera decisión importante que tomo la autora fue que cuando estaba en el sexto año de enseñanza básica. Hacia el final del semestre la profesora dio una tarea; tenían que escribir una redacción en la que explicáramos qué querían ser cuando fueran mayores. En Suiza, el trabajo en cuestión era un acontecimiento importantísimo, pues servía para determinar nuestra instrucción futura. O bien encaminarse a la formación profesional, o bien se seguía durante años rigurosos estudios universitarios.
Nos dice que se sentía terriblemente abatida. Al ser una de las tres trillizas idénticas, toda su vida había luchado por tener mi propia identidad. Y en ese momento, de nuevo, se negaban los pensamientos y sentimientos que la hacían única.
Las preguntas de su infancia eran: ¿por qué nací trilliza sin una clara identidad propia? ¿Por qué era tan duro mi padre? ¿Por qué mi madre era tan cariñosa?. Eso formaba parte del plan. Creyó que toda persona tiene un espíritu o ángel guardián. Que ellos nos ayudan en la transición entre la vida y la muerte y también a elegir a nuestros padres antes de nacer.
Sus padres eran una típica pareja conservadora de clase media alta de Zúrich. Sus personalidades demostraban la verdad del viejo axioma de que los polos opuestos se atraen. Su padre, director adjunto de la empresa de suministros de oficinas más importante de la ciudad, era un hombre fornido, serio, responsable y ahorrador. Describe sus ojos color castaño oscuro sólo veían dos posibilidades en la vida: su idea y la idea equivocada.
Para ella era una pesadilla ser trilliza. Dice que no se lo desearía ni a mi peor enemigo. Eran iguales, recibían los mismos regalos, las profesoras les ponían las mismas notas; en los paseos por el parque los transeúntes preguntaban cuál era cuál, y a veces su madre reconocía que ni siquiera ella lo sabía.
Siempre le pareció que tenía que esforzarse diez veces más que todos los demás y hacer diez veces más para demostrar que era digna de algo, que merecía vivir. Era su tortura diaria.
Sólo cuando llego a la edad adulta comprendió que en realidad eso le benefició. Ella misma había elegido para esas circunstancias antes de venir al mundo. Puede que no hayan sido agradables, puede que no hayan sido las que deseaba, pero fueron las que me dieron el aguante, la determinación y la energía para todo el trabajo que me aguardaba.
- UN ÁNGEL MORIBUNDO
Después de cuatro años de criar trillizas en un estrecho apartamento de Zúrich en el que no había espacio ni intimidad, sus padres alquilaron una simpática casa de campo de tres plantas en Meilen, pueblo suizo tradicional a la orilla del lago y a media hora de Zúrich en tren. Estaba pintada de verde, lo cual les impulsó a llamarla "la Casa Verde".
La autora refiere tener dos recuerdos muy tempranos de esta época, ambos muy importantes porque le contribuyeron a formar a la persona que llegaría a ser.
El primero es el descubrimiento de un libro ilustrado sobre la vida en una aldea africana, que despertó su curiosidad por las diferentes culturas del mundo, una curiosidad que la acompañaría toda la vida. De inmediato le fascinaron los niños de piel morena de las fotos. Con el fin de entenderlos mejor se inventó un mundo de ficción en el que podía hacer exploraciones, e incluso un lenguaje secreto que sólo compartía con sus hermanas. No paro de importunar a mis padres pidiéndoles una muñeca con la cara negra, cosa imposible de encontrar en Suiza. Incluso renuncio a su colección de muñecas mientras no tuviera algunas con la cara negra.
Un día a las cuatro de la mañana se le disparó aún más la fiebre y su madre decidió actuar. Llamó a una vecina para que cuidara de mi hermano y hermanas y le pidió al señor H., uno de los pocos vecinos que tenía coche, que nos llevara al hospital. La envolvió en mantas y me sostuvo en brazos en el asiento de atrás mientras el señor H. conducía a gran velocidad hasta el hospital para niños de Zúrich.
Ésa fue su introducción a la medicina hospitalaria, que lamentablemente se grabó en la memoria por su carácter desagradable. La sala de reconocimiento estaba fría, nadie me dijo una sola palabra, ni siquiera un saludo, un "hola, cómo estás", nada. Una doctora apartó las mantas de su cuerpo tembloroso y procedió a desvestirme rápidamente. Le pidió a la madre que saliera de la sala. Entonces la pesaron, la examinaron, la punzaron, la exploraron, y pidieron que tosiera; buscando la causa del problema la trataron como a un objeto, no como a una niña pequeña.
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