Las coéforas
Enviado por lheyber • 8 de Abril de 2014 • Examen • 2.926 Palabras (12 Páginas) • 267 Visitas
Orestes perseguido por las Furias, de William-Adolphe Bouguereau.
Χοηφόροι / Las coéforas
Fue estrenada el 458 a. C.
Han pasado seis años desde el asesinato alevoso de Agamenón. Su hijo Orestes, nacido poco antes del comienzo de la guerra de Troya, ha cumplido ya 18 años y llegado, por tanto, a la “efebía”… Tiene, pues, derecho a volver, como rey y señor, a Argos. Antes de retornar a esta ciudad ha visitado el santuario de Delfos, en donde Apolo le ha ordenado que vengue la muerte de su padre.
Procedente del campo, llega de madrugada a Argos, acompañado de Pílades, prototipo del amigo leal. Se detienen ante la tumba de Agamenón. Orestes consagra en ella, en ofrenda a su padre, un mechón de sus cabellos; y exclama: “Entro en este país de vuelta del destierro…He ofrecido al Inacos un bucle de mis cabellos, por haber nutrido mi juventud, y ofrezco aquí otro en señal de duelo”.
En ese momento se dirige hacia la tumba del rey el Coro, formado por unas portadoras de libaciones (las “Coéforas”) y de otras ofrendas fúnebres. Se trata de ancianas, esclavas de Clitemnestra, de cautivas procedentes de Troya, que cumplen de mala gana la ofrenda de homenaje postumo al rey que destruyó Ilion.
Electra, hermana de Orestes, conduce el cortejo. Orestes la reconoce: “¿Qué es lo que veo? ¿Qué cortejo es este que avanza, compuesto por mujeres cubiertas con largos velos negros?… ¿Debo entender… que estas mujeres traen a mi padre libaciones, ofrendas que aplacan a los muertos?… Creo que es mi hermana Electra la que viene hacia aquí… ¡Oh Zeus, concédeme vengar la muerte de mi padre…!”
El Coro canta que la noche anterior la reina Clitemnestra ha soñado que paría una serpiente, que ensangrentaba su seno al mamar de él. Impresionada por tal sueño, trata de aplacar el alma de Agamenón. Esta mujer, autora de un crimen abominable, no se ha arrepentido de su acción, pero se ve atormentada por remordimientos, que la impulsan a realizar prácticas mágicas y a dedicar ofrendas al esposo asesinado.
Electra, al derramar libaciones, exclama: “¿Qué voy a decir al derramar estas libaciones en honor del muerto?… Al verter este agua lustral en honor de los muertos, dirijo a mi padre esta llamada: ‘ten piedad de mí y de tu hijo Orestes; ¡haz que seamos amos de nuestra casa! Ahora somos simples vagabundos, vendidos por la misma que nos parió; en cambio, ella ha tomado, en tu lugar, un amante, Egisto, su cómplice en tu asesinato. A mí se me trata como a una esclava. Orestes, desposeído de sus bienes, está desterrado… ¡Que un golpe de suerte nos traiga aquí a Orestes! Escucha, padre mío, mi súplica… ¡Que surja, por fin, un vengador tuyo, padre, y que los que te mataron mueran a su vez: esto será justo!…’ Estoy viendo sobre la tumba este bucle cortado”.
Al ver sobre la tumba de su padre el mechón de cabellos, Electra imagina que son de su hermano, colocados allí por éste como ofrenda. Ve en el suelo unas huellas de pies humanos y supone que son también de Orestes.
Mientras tanto, Orestes y Pílades permanecen ocultos entre bastidores. Esquilo inventa este truco escénico, que pervive en el teatro actual.
Orestes sale de su escondite, se presenta ante Electra y se produce la anagnórisis entre ambos hermanos; Oreste dice: “Cuando has visto este mechón de pelo, cortado en señal de duelo, tu corazón ha saltado de gozo y creías verme y lo mismo te pasó, cuando examinabas las huellas de mis pies. Mira, examina este bucle y ponió junto a los cabellos de tu propio hermano, tan semejantes a los tuyos,… Mira, además, este tejido, obra de tus manos…”
A continuación recuerda la orden del oráculo de Apolo: “No me traicionará, no, el oráculo omnipotente de Loxias (Apolo), que estuvo ordenándome que afrontase hasta el final este riesgo; levantaba sus gritos apremiantes y me presagiaba penas capaces de helar la sangre de mi corazón, si yo no perseguía a los asesinos de mi padre… y desobedecía su orden: matar a quien ha matado… Si yo no lo hacía, declaraba, pagaría el precio con mi propia vida, en medio de muchos y espantosos sufrimientos”.
Electra explica, a su vez, la situación en que se encuentra ella: “Yo estaba marginada, privada de honores y derechos, recluida en mi habitación, como si fuera un perro peligroso. Mis lágrimas brotaban más prontas que la risa; me ocultaba para sollozar y llorar constantemente”
Ambos hermanos, de rodillas ante la tumba paterna, evocan el alma del muerto y deciden obrar de común acuerdo. Comentan las circunstancias que rodearon el asesinato de su padre. Se aclara el horrible sueño de Clitemnestra, que ha obligado a Electra a llevar libaciones a la tumba de Agamenón. Orestes lo interpreta como un destino de la muerte violenta de su propia madre y urde un engaño para perpetrarla: “Como si yo fuera un extranjero, llevando el atuendo completo de un viajero, llegaré hasta la puerta exterior, acompañado de este hombre (Pílades), presentándome como nuevo huésped de la casa al viejo huésped…”
Orestes, acompañado de su amigo Pílades se presenta ante Clitemnestra como un peregrino que ha venido a anunciar a ésta la muerte de Orestes.
Clitemnestra se entrega a fingidas manifestaciones de dolor. Ordena a una esclava que preste a los huéspedes las debidas atenciones.
Cilicia, la vieja nodriza de Orestes, recuerda emocionada la niñez de éste, se deshace en llanto y exclama: “Ante sus servidores ella (Clitemnestra) ha puesto cara de tristeza, pero, por dentro, sus ojos ocultan una sonrisa, por lo bien que le han ido las cosas…”
La nodriza comunica al Coro que Clitemnestra le ha ordenado que vaya en busca de Egisto, para que reciba del forastero la noticia de la muerte de Orestes. El Coro le aconseja que diga a Egisto que acuda sin su escolta. Con ello se va a facilitar la venganza. Después invoca la ayuda de los dioses en la acción vengati¬va que se está preparando.
Entra en escena Egisto, que llega del campo. El Coro entona un canto de júbilo y, temeroso de que el ánimo de Orestes desfallezca, le pide que imite a Perseo, que apartó la vista de la Gorgona mientras la hería.
Orestes entra en el palacio. Poco después se oyen, dentro de éste, los gritos de dolor que profiere Egisto.
Sale un esclavo y grita: “Ya no existe Egisto”.
Al oir los gritos, acude Clitemnestra y dice al esclavo: “¿Qué es lo que pasa? ¿Qué gritos son esos que estabas dando por el palacio?”
El esclavo contesta: “El muerto ha matado al vivo”.
La reina comprende el sentido de tan enigmáticas palabras.
Sale del palacio Orestes, blandiendo en su mano la espada
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