Mayordomía y Tiempo
Enviado por Eduardo Pérez Icochea • 8 de Mayo de 2017 • Trabajo • 2.762 Palabras (12 Páginas) • 307 Visitas
“LA MAYORDOMÍA Y EL TIEMPO”
Eduardo I. Pérez Icochea
Estudiante de Teología
Universidad Adventista de Chile
M
ayordomía es un concepto contingente a la iglesia y cristianismo contemporáneo. Sin embargo, la mayor parte de las ocasiones en que es citada se visualiza como un concepto que prácticamente solo es relacionado al aspecto financiero[1]. Claramente esta conceptualización es limitada y cerrada, pues la mayordomía abarca y se vislumbra en muchos aspectos, distintos de naturalezas, del diario vivir.
Etimológicamente deriva de dos palabras en latín: ‘maior’ y ‘domus’, que son respectivamente traducidos como mayor y casa; y quiere referirse, en su conjunto, básicamente a la labor de los amos de llaves, en el contexto de servidumbre[2]. En la raíz morfológica inglés (anglosajona) la palabra mayordomía (stewardship) proviene de la labor del cuidado de los cerdos[3]. Hoy en día, la Real Academia de la Lengua Española define a esta misma palabra como la ejecución de la labor de la administración[4].
La Biblia en un similar sentido presenta al concepto de Mayordomía: Dios es dueño de todo (existen bastantes pasajes bíblicos que lo declaran como Salmos 24:1; 50:10; 94:4-5, etc.), y nosotros, los seres humanos, somos aquellos mismos amos de casa, sojuzgadores de toda la creación realizada por Dios[5]. Aunque, esta labor no queda limitada a una mera administración por parte del hombre, sino que también abarca una responsabilidad otorgada por Dios a nosotros; y que debe cumplirse fielmente en todos los aspectos de la vida y posesiones (materiales e inmateriales) que llegásemos a tener y vivenciar, como: el cuerpo, dones y talentos espirituales, dinero (financiero), influencia humana, cuidado de la creación y medio ambiente, y el tiempo, entre otros[6].
Precisamente en el punto del tiempo, iremos analizando a continuación, pues es un tema contingente, sobre todo en una sociedad globalizada que cuando no ocurren las situaciones a la velocidad que nosotros queremos nos ofuscamos. Y desde la perspectiva cristiana iremos viendo si somos o no buenos administradores del tiempo.
El tiempo y su uso
Para hablar de la mayordomía y administración del tiempo hay que definir primero lo más exactamente posible al concepto del tiempo. Precisamente, existe un consenso, de lo que es el tiempo, en algunos autores cristianos, que presentan a este fundamentalmente como un don divino del cielo[7], el cual no debiese ser menospreciado. Entenderlo así permite comprender lo que realmente es la vida, porque es el elemento continuo que se encuentra en la construcción del vivir de cada individuo humano[8].
El uso que podamos darle a este don será demandado por Dios, de forma fuerte y continúa[9]; un claro ejemplo bíblico de este se encuentra en la parábola de los talentos. Por lo mismo, tenemos que comprender que el tiempo no nos pertenece a nosotros, sino que es absolutamente de Dios[10]; y el cómo lo desempeñemos influye directamente en el aspecto de nuestra salvación[11]. Por lo que es necesario invertirlo prioritariamente en la comunión con Dios[12]; que no significa solamente la devoción personal con Dios, sino que también involucra el consultarle la elección y decisiones diarias – rutinarias que se hacen constantemente en el vivir[13] (ver Filipenses 4:19), evitar adquirir ocupaciones que sean irrelevante y/u ociosas[14], ocuparse de actividades edificantes para sí mismo y el carácter[15], adquirir compromisos que puedan ayudar y beneficiar a mi prójimo más cercano[16], y consagrar cada momento de la vida humana a Dios para la optimización del cumplimiento de la misión cristiana[17].
Bajo esta misma premisa el teólogo y pastor Hazael Bustos reflexiona: “La diferencia que existe entre los sabios y los necios, entre los pobres y los ricos, entre los santos y los pecadores, entre los que se salvarán y los que serán condenados, generalmente no se debe tanto a las diferencias en las circunstancias o a los orígenes de sus vidas, sino a la diferencia que hicieron en el empleo del tiempo”[18].
Administrando el tiempo
Conociendo, ya, que el tiempo es un don, es necesario concientizarse en el uso y cuidado de este. El mismo autor Bustos ocupa una ilustración práctica acerca del tema: “Podemos detener el reloj en un partido de fútbol, por ejemplo, o en alguna otra competencia deportiva, pero nunca en el juego de la vida”[19]. Es imposible detener el tiempo, y así mismo ceder la administración de este don, está en un constante y continuo uso; por lo que, la inconciencia de cómo se gestiona este puede desencadenar en vidas humanas decadentes, así tal como el mundo descuidado en el que vivimos producto del mal cuidado constante de la sociedad en conjunto a través del mismo tiempo[20].
La administración del tiempo, así como la vida entera que Dios nos regala, recaen en el principio del libre albedrío: Él no nos obliga a que cosas hacer, pero si nos proporciona ciertos parámetros que están en directa relación a nuestro bienestar. Aunque, en el caso específico de este no hay normas puntuales al mismo, Dios no designa lo que hay que hacer en cada segundo, minuto, hora y día de la semana; es responsabilidad de cada individuo decidir aplicar los principios éticos – morales divinos, revelados en la Biblia, para finalmente hacer un buen uso o no del tiempo y su mayordomía[21]. Sin embargo, igual hay ciertas premisas y orientaciones que Dios proporciona para que lo que hagamos en el tiempo sea edificante y permita que sea para glorificarlo a Él.
La primera premisa se encuentra en el ejemplo de la administración y división del tiempo que Dios hizo con la tierra, durante la creación: una semana contenida por 7 días, con una distribución homogénea y equitativa de las horas, cada día con 24 horas de 60 minutos cada uno, ni uno más y ni uno menos[22]. Esto nos enseña, así mismo, 2 cosas importantes: primero, que no importando la condición social en la que cada uno pueda estar viviendo, sea pobreza o riqueza, Dios da las mismas oportunidades para el uso de este don; y segundo, que una eficaz gestión del tiempo recae en el cuidadoso y equilibrado horario de ocupaciones, en el que idealmente ningún día llegue a estar más cargado de actividades que el otro[23].
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