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Pensamiento latinoamericano, cultura e identidades


Enviado por   •  19 de Enero de 2013  •  2.083 Palabras (9 Páginas)  •  481 Visitas

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Pensamiento latinoamericano, cultura e identidades

“Hoy enfrentamos numerosos problemas, pero tenemos muchos avances y existe una cultura de rebeldía acumulada.”

Por Fernando Martínez Heredia

Cinco siglos de colonización y subordinación al capitalismo mundial en América Latina y el Caribe han producido un complejo de dominación que estamos obligados a conocer muy bien, para poder destruirlo y superarlo, y que no pueda renacer y reproducirse bajo nuevas formas. La reproducción con cambios de la dominación burguesa e imperialista tiene una historia, que es la de las reformulaciones de su hegemonía. Para ser eficaz, siempre se ve precisada a incluir partes de lo que estuvo excluido, tiene que utilizar una parte de los símbolos y de las demandas de las rebeldías que han combatido a su dominación. Tenemos que recuperar la historia de las revoluciones y de las luchas rebeldes, la historia de las resistencias múltiples y diferentes a las diferentes formas de dominación sociales y humanas que han formado un todo finalmente con la dominación del capitalismo, y que encuentran su último sentido y su capacidad de mandar o de sobrevivir en esa dominación capitalista. Pero también nos es imprescindible recuperar la historia de las adecuaciones y las subordinaciones de las sociedades y las personas a la dominación y conocer el entramado de formas en que esa subordinación sucede, ver cómo se teje una y otra vez el dominio, identificar los cómplices y las complicidades, que van desde los criminales, las empresas y los gobernantes corruptos hasta una parte de las actividades, las motivaciones y las ideas de nosotros mismos.

Me toca entonces escoger solo algunos temas y mencionarlas. Ante todo, llamo la atención sobre la colonización mental y de los sentimientos. Nuestro continente ha sido un teatro privilegiado de la mundialización del capitalismo. Cometió genocidios, ecocidios, destrucción de culturas, los mayores traslados de poblaciones para su explotación como trabajadores, pero también surgieron aquí nuevas sociedades que han combinado culturas muy disímiles y que han elaborado identidades de grupos y nacionales nuevas. América Latina y el Caribe han utilizado las revoluciones para darse identidades nacionales propias y Estados republicanos desde hace más de dos siglos, inclusive comenzó por la más grande y victoriosa revolución de esclavos de la historia, la haitiana, que venció a las grandes potencias y proclamó una Constitución más avanzada que la famosa de los EE.UU. Pero también ha sido nuestro continente el primero en sufrir la neocolonización, forma fundamental de la expansión mundial del capitalismo maduro.

Los regímenes neocoloniales son regidos por el imperialismo y las clases dominantes de cada país, que son, al mismo tiempo, beneficiarias, cómplices y sometidas. Se han desarrollado contradicciones muy profundas en repúblicas que excluyen a una parte de sus poblaciones de los derechos ciudadanos y de la renta nacional, realizan esfuerzos civilizatorios y modernizadores que aplastan a comunidades y economías locales, e imponen idiomas, leyes y costumbres, difundieron una ideología del progreso que ha legitimado a esos aplastamientos y al racismo, emprendieron proyectos de desarrollo que en vez de aportar independencia del capitalismo internacional explotador han resultado renovaciones de la integración subordinada a él y formación de nuevos grupos explotadores y de poder que se suman a los existentes o los desplazan. (…)

Tenemos que apoderarnos del lenguaje, liberarlo de sus prisiones y fronteras, quitarnos el temor a ser dueños de él y que nos sirva para pensar, porque el lenguaje es imprescindible para pensar. No hay lenguaje inocente, nuestros enemigos lo saben bien y tratan de ponerlo a su servicio, sostienen una guerra del lenguaje, como sostienen en conjunto una gigantesca guerra cultural mundial. El pensamiento latinoamericano sufrió mucho por las victorias del capitalismo en la última parte del siglo XX, aunque ya padecía problemas propios muy graves. El lenguaje de la liberación se perdió en un grado alto. Es cierto que en las etapas peores no es adecuado hablarle a todos como si estuviéramos al borde de la victoria. Me gusta que hayamos usado la palabra “alternativa”, porque ha sido un buen recurso cuando, por una parte, parecía imposible mencionar “revolución”, “socialismo”, “imperialismo” o “liberación”, y por otra, muchos tenían una sana desconfianza de las grandes palabras que no habían podido guiar la resistencia y la rebeldía hacia triunfos, o al menos defender lo que se había conquistado o conseguido, mientras que los dominantes tenían una fuerza que parecía todopoderosa y un dominio cultural muy grande.

Hoy estamos en un momento muy diferente en América Latina y el Caribe. Varios poderes revolucionarios están actuando y fortaleciéndose, está ascendiendo la conciencia social y política de los pueblos, crecen los movimientos populares, existe un grado mayor de autonomía frente a EE.UU. que es utilizado por cierto número de países, y desde diferentes posiciones e intereses avanzan procesos y conciencia de integración continental. Al mismo tiempo, el imperialismo norteamericano —que ahora tiene el rostro de un joven negro en la proa— se mueve en abierta contraofensiva, como queda claro con el golpe de Estado en Honduras y el establecimiento público de sus bases en Colombia. El recurso de agredirnos está ante nosotros y es el más visible, pero no es el único. Dividir, confundir, seguir dominando culturalmente siguen siendo armas muy efectivas. Para liberar el lenguaje y el pensamiento no se necesita poseer grandes recursos materiales, y en la medida en que lo logremos tendremos una fuerza tremenda a nuestro favor y una capacidad creciente de desarrollar cada una de nuestras identidades, nuestros proyectos y nuestras luchas. Y de unirnos, no de palabra o de buenas intenciones, porque nuestros encuentros serán incomparablemente más ricos y fructíferos, y las ideas y los problemas concretos que nos separan serán más comprensibles y más fácilmente superables.

El último siglo ofrece a la humanidad un saldo extraordinario para las potencialidades de emancipación humana y social. En la América Latina y el Caribe de hace medio siglo se levantaron las resistencias y los combates de una ola revolucionaria que formó parte de la segunda ola mundial del siglo XX, que a diferencia de la primera —la iniciada con la Revolución bolchevique en 1917— tuvo su centro en el Tercer Mundo. Pero los conocimientos y las posiciones de los que combatieron y resistieron eran demasiado limitados. Hoy no es así. Contamos con una inmensa acumulación cultural de identidades y formas

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