Resumen Capítulo Montmartre

En el capítulo Montmartre. El fin de una etapa se encuentra Ignacio Loyola y sus amigos celebrando la ordenación sacerdotal de Pedro Fabro, y juntos piensas en nuevos proyectos a realizar pero se preguntaron en ¿Qué hacer? ¿Cómo lo harán? Y entre todos piensan y planean un proyecto en el que cada quien va aportando pensamientos y llegan a que quieren llegar a vivir dedicados a cuidar de los más desamparados, ayudando a este mundo golpeado y herido predicando la palabra del señor. Para que todos en el mundo se vuelvan hacia él, lo descubran, le alaben y sirvan. Planearon vivir en pobreza pero es una pobreza atenuada ya que tiene la necesidad de completar sus estudios de teología pero esta pobreza se hará más extrema cuando esa etapa terminara. Y amarían en castidad, una promesa que Ignacio y Fabro ya tenían con Dios.

Pero el sueño de Jerusalén sigue ahí y discuten si ir para quedarse o volver. Ignacio está muy ansioso de dar su vida en esas tierras pero es consiente que va encontrar muchos obstáculos para quedarse ahí. Y por otra parte se pregunta ¿no es en este momento el Mediterráneo un hervidero de tensiones y peligro? ¿seguirá saliendo la Peregrina puntualmente cada año desde Venecia? Todo esto lo hablan con seriedad y esperanza confiados en Dios que los guiaría aunque no supieran a donde.

¿Conviene expresar de un modo especial este propósito ahora que se sienten como un grupo que comparte un horizonte? No podían olvidarse del contexto. Su mundo es un mundo de ceremonias, rituales, una sociedad de gestos y símbolos, donde todos los eventos se celebran y expresan. ¿No han pasado muchos de ellos en graduaciones solmenes? El mismo Ignacio ha pertenecido en su juventud a una corte y sabré sobre la importancia de expresivo y protocolario. Viven en un país que celebran precesiones, y un universo de liturgia y ritual. Un mundo más inmediato que el conocemos hoy, con más imágenes que uno construye, vive y celebra. No se extraña que estos 7 hombres quieran expresar su hermandad, su sensación de fraternidad, su recién amistad en el señor y su compromiso de futuro con un compromiso solemne.

Todo eso influirá en los votos de Montmartre, que pronunciaran en 15 de agosto de 1534. La colina de Montmartre era un tranquilo donde van los compañeros con una capilla pequeña que estaba dedicada a San Dionisio y sus mártires. Estaba lejos de ser el tumultuoso barrio de artista que sería en el futuro, tampoco tenía la basílica de SacreCoeur que se levantaría en trescientos años. No era difícil para un grupo con un sacerdote conseguir de las monjas benedictinas el permiso para celebrar la Eucaristía en la cripta. Allí se juntaban los compañeros en la mañana de la asunción.

Se pone en oración. Cada uno es consciente de lo especial de ese momento de lo simbólico y al tiempo del gesto que se disponen a compartir. Cada uno hace una plegaria distinta recordando los rostros de seres queridos, pidiendo por los nuevos compañeros, acudiendo a Dios desde la flaqueza e intensidad y sobre todo la confianza.

Ignacio da gracias, sabe es bendecido con sus compañeros. De algún modo se siente padre de ellos. Les ha dado los ejercicios a todos menos a Francisco que se dispone a hacerlos en fechas próximas. Los conoce y ha visto como Dios los ha moldeado. Y al tiempo rezaba agradecido por su propio camino. Por el recorrió de trece años transcurridos en pamplona. Percibe la íntima comunión que lo une a Dios que o abraza y llena.

En la eucaristía y antes de la comunión los siete compañeros prometen con voto lo que habían acordado. Y prometen también hacerlo en Jerusalén. Si no pudieran llegar ahí o no pudieran quedarse se podrían al servicio del Papa en roma, para que este los envie a donde considere necesario. Este es su compromiso. Lo sellan con la comunión.

Juntos celebran sobrios el resto del día: una comida frugal, un tarde tranquila, de bromas y palabras, de silencios y juegos, viendo desde la colina la cuidad llena de vida. Desde ese momento se sientan más cercanos unos a otros, el vínculo que les une parece

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