SEMANA SANTA
Enviado por carlos_va_1 • 11 de Mayo de 2015 • 1.961 Palabras (8 Páginas) • 163 Visitas
Después del jolgorio multicolor de los carnavales de febrero (cuya ola de “cortamontes” tuvo tanto éxito este año que sus festejos llegaron incluso a explayarse hasta tocar la víspera del viernes dolores), la población ayacuchana, aun “resaqueada” en cierto grado, empezó a preparar sus corazones para el recogimiento de la semana santa. Por supuesto que también empezaron a preparar y a entrenar sus respectivos hígados para la gran cantidad de alcohol que tendrán que ingerir y procesar durante estos diez días “santos”, en los que se conmemora la vida, pasión, muerte (principalmente muerte) y resurrección (asunto cuestionable y a la vez respetable, por supuesto) del mas grande líder doctrinario judío que el mundo haya concebido y la historia haya conocido hasta nuestros días: Jesucristo. Nadie ha tenido un papel tan conspicuo en el diminuto planeta nuestro de cada día. Pero volviendo al tema de los hígados atormentados (porque eso es fundamentalmente la Semana Santa), Ayacucho recibe con los brazos abiertos a los cientos de turistas que llegan cada temporada. Con los brazos muy, muy abiertos; un frasco de incienso apretado en una mano y una cervecita helada en la otra y una sonrisa ya etílicamente estragada y alegrona en medio de la cara, de oreja a oreja, por supuesto, y salú, compadre. Semana ¿santa? en Ayacucho.
Por supuesto que las creencias propias del que escribe no vienen a cuento en esta cuestión. La ideología tampoco esta autorizada a intervenir mucho en este comentario. Sin embargo, se le ha entregado plena libertad al juicio crítico de la urbanidad para que exponga sus pareceres sobre estos atroces diez días.
Evidentemente no todo es malo durante la semana santa ayacuchana. Por tal razón, empezaremos apreciando lo menos negativo de todo:
En primer lugar, estas fechas atraen, si no es un diluvio bíblico de turistas, al menos una cantidad soportable de visitantes, de los más diversos lares (los hay del norte del Perú, del sur o del oriente; los hay del exterior e incluso también algunos provenientes de un exterior más distante a esta pobre tierra, cruzando el mar, en el viejísimo mundo; y también nos visitan, lo que uno ha podido comprobar, sobrecogido en espectacular mueca de incredulidad, una suerte de extraños seres casi alienígenas, provenientes de quien sabe que lejanísimos planetas donde, concluyo, debe abundar todo menos los seres humanos normales). Y esto, el turismo, obviamente es un punto favorable para los contentísimos empresarios y microempresarios de nuestra región (dueños de hoteles, restaurantes, empresas de transportes, etc.) pues esto les permite aumentar ganancias y “fructificar, hijos míos, fructificar”, utilizando un término muy estimado por el Dios de las Sagradas Escrituras.
Por supuesto que a los comerciantes pobres de pequeños negocios y limitadas mercancías, estas fiestas no los bendice tanto como a los otros, pues ¿cuándo se ha visto que, después de un chiste, el pobre sonría tanto y tan arqueadamente como el rico? Es más, en Semana Santa es cuando los humildes se parten el sagrado lomo trabajando mucho más, solo para descubrir que siempre terminan ganando lo mismo que en días normales, pues ésta es una de aquellas fechas especiales, como la Navidad o el Año nuevo, en que unos notan con mayor nitidez lo tristes que son y lo felices que están los demás.
En segundo lugar, otro elemento “positivo” (eufemismo que utilizo para designar “lo menos malo”) es lo que teóricamente se denomina “la fecha del recogimiento, la reflexión, la revalorización de la moral perdida y el fortalecimiento de la fe”. Y digo en teoría, pues solo en eso se queda, no pudiendo ser demostrada tamaña intención de religiosidad, honesta y exitosamente, en la práctica. Las costumbres y ritos estilizados, impuestos por las tradiciones de la iglesia ayacuchana, se realizan, eso si, con enorme y admirable voluntad, sin cometer el olvido de ningún elemento litúrgico que la iglesia católica les exige obligatoriamente a sus fieles. Las impresionantes procesiones multitudinarias, las celebraciones eucarísticas a gran escala y la intensa actividad ornamental de iglesias y calles con alfombras hechas de flores y aserrín teñido, que compiten unas con otras en perfección, belleza y esfuerzo (todo aquel arte, tan precioso y momentáneo, solo para ser pisoteado por los piadosos y trastabilleantes pies de feligresías que cargan en andas las imágenes veneradas) se suceden continuamente y sin descanso durante estos días. Todo aquello con un único fin evidente: enriquecer nuestro vistoso patrimonio regional de tradiciones, con cada vez mayor espectacularidad, para atraer y deleitar la sagrada mirada de los holgados visitantes y sus billeteras gordas, mas que para atraer los ojos de Dios, a quien, en teoría, se le dedica todo, y los ojos de su hijo, Jesús, a quien se debe esencialmente toda esa fanfarria cristiana.
En fin, ya afirmamos que Ayacucho, en abril, espera a los grupos de viajantes y aventureros abriendo grande sus brazos, con una botella de cerveza en una mano y un incensario en la otra, esta vez ya con la sonrisa torcida y vacilante de quien esta al borde la alcoholización extrema y que, aún así, a pesar de todo, quiere continuar bebiendo ¡salú! Esa es sin duda la imagen impresa en el cartel publicitario que toda la gente foránea, jóvenes principalmente, dibuja en sus mentes al oír el rotulo de “Semana Santa en Ayacucho”. Hombres y mujeres, en edades aventureras, deciden entonces, por ocasión de semana santa, pasar unas vacaciones inolvidables y se suben, y algunos se trepan incluso, todo vale, amigos, a numerosos ómnibus, aviones o carros particulares, rumbo a un solo destino todos, con una sola mira todos: La “religiosa” ciudad de las 33 iglesias (por cierto, que hace ya buen tiempo se aumentaron a 34 y después llegaron a 35, pero bueno, unos años atrás se levantó una capillita por allá, y entonces ahora vemos que el numero ha subido hasta 37, pero este año construyeron
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