Tradiciones Religiosas
Enviado por jorgescalante27 • 20 de Junio de 2014 • 14.577 Palabras (59 Páginas) • 359 Visitas
INTRODUCCIÓN:
¿HEMOS ESTADO HACIENDO LAS COSAS SEGÚN EL LIBRO
REALMENTE?
La vida no examinada no vale la pena ser vivida.
–Sócrates
¡Nosotros hacemos todo según la Palabra de Dios! ¡El Nuevo Testamento es nuestra guía
de fe y práctica! ¡Vivimos... y morimos... por este Libro!
Las palabras tronaban de la boca del pastor Farías en su sermón del domingo a la
mañana. El Sr. Wilfredo Sinibaldo, un miembro de la iglesia del pastor Farías, las había
escuchado decenas de veces antes. Pero esta vez era diferente. Vestido con su traje azul,
sentado rígidamente en el último banco con su esposa, Trifosa Sinibaldo, Wilfredo
contemplaba el techo mientras el pastor hablaba y hablaba acerca de “hacer todo según el
Libro sagrado”.
Una hora antes de empezar su sermón el pastor, Wilfredo había tenido una fuerte pelea
con Trifosa. Esto era frecuente cuando Wilfredo, Trifosa y sus tres hijas, Felicia, Gertrudis
y Zanobia, se preparaban para ir a la iglesia los domingos a la mañana.
Su mente empezó a revivir el evento...
“¡Trifosaaa! ¿Por qué no están listas las niñas? ¡Siempre llegamos tarde! ¿Por qué
nunca las puedes alistar a tiempo?”, espetó Wilfredo.
La respuesta de Trifosa era típica. “¡Si alguna vez se te ocurriera ayudarme, esto no
sucedería siempre! ¿Por qué no empiezas por darme una mano en esta casa?”. La
discusión fue de un lado a otro hasta que Wilfredo se volvió contra las niñas: “¡Zanobia
Sinibaldo!... ¿Por qué no puedes respetarnos lo suficiente como para estar lista a
tiempo?... Felicia, ¿cuántas veces debo decirte que apagues tu Play Station antes de las
9?”. A menudo una o más de las tres niñas se ponía a llorar a medida que aumentaban las
recriminaciones.
Vestidos con su mejor ropa de domingo, la familia Sinibaldo se dirigió a la iglesia a una
velocidad suicida. (Wilfredo odiaba llegar tarde y había recibido tres multas por exceso de
velocidad el año pasado, ¡todas el domingo a la mañana!)
Mientras se acercaban a toda velocidad al edificio de la iglesia, el silencio en el coche
era ensordecedor. Wilfredo estaba furioso. Trifosa estaba de mal humor. Con las cabezas
gachas, las tres niñas Sinibaldo intentaban preparar sus mentes para algo que detestaban:
¡soportar otra aburrida hora de escuela dominical!
Cuando llegaron al estacionamiento de la iglesia, Wilfredo y Trifosa bajaron del coche
elegantemente, luciendo grandes sonrisas. Tomados del brazo, saludaron a otros miembros
de la iglesia, riéndose y haciendo de cuenta que todo estaba bien. Felicia, Gertrudis y
Zanobia siguieron a sus padres con sus cabezas erguidas.
Estos eran los recuerdos frescos pero dolorosos que recorrían la mente de Wilfredo
aquel domingo a la mañana mientras el pastor Farías seguía con su sermón. Absorto en sus
críticas, Wilfredo empezó a hacerse algunas preguntas penetrantes: “¿Por qué estoy todo emperifollado dando la apariencia de ser un buen cristiano cuando actué como un pagano
sólo una hora atrás?... Me pregunto ¿cuántas otras familias han tenido la misma penosa
experiencia esta mañana? Sin embargo, lucimos todos bien perfumados y arreglados en la
presencia de Dios”.
Este tipo de preguntas nunca antes habían entrado en la conciencia de Wilfredo.
Mientras echaba una ojeada a la esposa y los hijos del pastor Farías, sentados
primorosamente en el primer banco, Wilfredo fantaseó: “Me pregunto si el pastor Farías le
gritó a su esposa y a sus hijos esta mañana... Hmmmm...”
La mente de Wilfredo seguía discurriendo en este sentido mientras veía al pastor
golpear el púlpito y levantar la Biblia con su mano derecha. Su fogoso discurso continuaba
así: “¡Nosotros en la Primera Iglesia de la Comunidad Bíblica del Nuevo Testamento
hacemos todo según este libro! ¡TODO! ¡Esta es la Palabra de Dios, y no podemos
desviarnos de ella... ni un solo milímetro!”.
Mientras los gritos salían de los labios del pastor Farías, Wilfredo tuvo repentinamente
un pensamiento que nunca antes se le había ocurrido: “Yo no recuerdo haber leído en la
Biblia que los cristianos deben arreglarse para ir a la iglesia. ¿Es esto algo según el
Libro?”.
Este solitario pensamiento desató un torrente de otras preguntas punzantes. Mientras
decenas de personas sentadas rígidamente en sus bancos cubrían su horizonte, la mente de
Wilfredo se veía inundada por estas preguntas. Preguntas que se supone que ningún
cristiano debe hacerse. Por ejemplo:
“¿Será estar sentado en un banco sin almohadón, viendo las nucas de cinco filas de
asientos durante cuarenta y cinco minutos, hacer las cosas según el Libro? ¿Por qué
gastamos toda esta plata para mantener este edificio, cuando estamos aquí solamente unas
pocas horas dos veces a la semana? ¿Por qué la mitad de la congregación apenas puede
permanecer despierta cuando predica el pastor Farías? ¿Por qué odian mis hijas la
escuela dominical? ¿Por qué pasamos por este mismo previsible y aburrido ritual cada
domingo a la mañana? ¿Por qué voy a la iglesia cuando me muero de aburrimiento y no
me aporta nada espiritualmente? ¿Por qué me pongo esta corbata incómoda cada domingo
a la mañana cuando todo lo que parece lograr es cortar la circulación de la sangre a mi
cerebro?”.
Wilfredo luchaba en su interior mientras las preguntas seguían entrando en su mente. Le
parecía impuro y sacrílego pensar en estas cosas. Sin embargo, algo estaba pasando dentro
de él que le obligó a dudar de toda su experiencia eclesiástica. Estos pensamientos habían
estado latentes en su subconsciente durante años. Hoy habían aflorado.
Es interesante que las preguntas que Wilfredo tenía ese día son preguntas que
prácticamente nunca entran en el pensamiento consciente de la mayoría de los cristianos.
Esos pliegues simplemente no aparecen en nuestros cerebros. Sin embargo, lo que
realmente había pasado era que los ojos de Winchester se habían abiertos.
Por asombroso que pueda parecer, casi todo lo que se hace en nuestras iglesias
contemporáneas no tiene base bíblica. Mientras los pastores rugen desde sus púlpitos
diciendo
...