Un Acto Profético
Enviado por beanie • 8 de Mayo de 2018 • Ensayo • 1.819 Palabras (8 Páginas) • 165 Visitas
Un acto profético.
“El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna..“
— Papa Pablo VI
La frase que nos abre el siguiente análisis de lectura tomado de la tercera página de la encíclica Humanae Vitae o El valor de la vida humana, publicada el 25 de julio de 1968 por el Papa Pablo VI, nos permite remitirnos a un texto que en unos pocos meses cumplirá 50 años, y que, a través de los años, se le ha considerado una de las intervenciones papales más mal entendidas del siglo XX. Pero hoy, desde un enfoque actual y revitalizado, nos encargaremos de desmenuzar las palabras escritas por este hombre y lo que, en este momento, podrán significar o un acto profético o un error afirmado desde el momento de su publicación.
Primero que nada, para entender esta encíclica, se debe comprender su contexto, desde una humanidad que busca el libertinaje más que la libertad, pues se encuentra en medio de lo conocido como ‘liberación sexual’. Una sociedad que, al no encontrar figuras que pudieran darle ejemplos claros, decidió seguir los deseos de su cuerpo. Bajo esta mirada, se puede decir, que a la sociedad que Pablo VI se enfrentó en ese momento, no era muy diferente de la nuestra (pues, de hecho, la de nosotros es consecuencia de la anterior).
Ahora sí, con esto planteado, quisiera iniciar. La encíclica, plantea desde el comienzo que “El problema de la natalidad, […] hay que considerarlo, […] a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna.” (Pablo VI, 1968, p. 3) Ya que, el hombre no sólo está formado por carne, sino, como lo sostienen las escrituras, tenemos un alma infundada dentro de nosotros, lo cual, como animales racionales, nos permite delimitar nuestro campo de acción entre el bien y el mal.
El autor determina que, para abordar esta clase de temas, se debe tener en claro dos conceptos básicos, el amor conyugal y la paternidad responsable, haciendo de estas el eje para comprender la perspectiva de la Iglesia acerca del control natal. Para Pablo VI, “La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor” (Pablo VI, 1968, p. 3), por lo tanto, el matrimonio (sacramento donde el amor conyugal se hace presente), es una institución sagrada, pues no es efecto de algo espontáneo, sino que es una revelación de la naturaleza creadora de Dios, que, en lugar de recibir, se enfoca en dar y entregarse.
Así mismo el Santo Padre, en su obra, se orienta en explicar las características del matrimonio, en las cuales podemos hallar al amor fecundo como una de las principales y he aquí la importancia del concepto, pues de dicho amor, es de donde la esencia del matrimonio reverbera, pues de la comunión de los esposos y su unión física, está destinado permanecer su legado, generando nueva vida (como la relación de Cristo y la Iglesia). Debido a este cometido, el amor conyugal, implica algo muy importante, la paternidad responsable, que significa “conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana” (Pablo VI, 1968, p. 4), de donde, se originan los problemas que enfrentan las ideologías de la Iglesia Católica con las de la sociedad de ese momento.
Según dicho documento, el ejercer una paternidad responsable, no significa el evitar la concepción con mediante medios artificiales, sino en un acto meramente cristiano, dominar los actos de la carne y prevenir la concepción, respetando así la naturaleza de entrega del matrimonio, pues “El matrimonio [...] es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.” (Pablo VI, 1968, p. 3), con el fin de no transportar el acto sexual a una acción egoísta de disfrute personal únicamente.
Sin embargo, de acuerdo a lo que Pablo VI nos relata, esta cosmovisión, es imposible de presentar ante una sociedad donde los jóvenes, fácilmente “caen en el amor” y se rinden ante él, conservando el aspecto unitivo del matrimonio, pero que olvidan el segundo elemento, que es tan o más importante que el otro, el lado procreador, pues se les ha dicho que no es necesario que tengan niños y que es mejor que no los tengan, pues el mundo ya está muy densamente poblado, ofreciéndoles una opción que no sólo desvirtúa el propósito del matrimonio cristiano, sino que, también desvirtúa a la persona misma, pues con la utilización de métodos anticonceptivos,
Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoistico y no como a compañera, respetada y amada.
Yendo así, en contra de los preceptos feministas que defienden la acción de este tipo de instrumentos y haciendo que, para los matrimonios, no sólo su unión se hiciese más un acto de rutina, que una verdadera demostración de amor, espera y devoción. Aunque, al tener métodos de “divertirse”, sin consecuencias, señala el autor, también puede darse algo aún más aberrante. Desdeñar el hecho de la procreación a tal grado que, este se considere como un acto indeseable en un matrimonio y al saber de la creación de nueva vida en el vientre de la esposa, se busque una manera de liquidarlo, que conocemos nosotros como aborto, el cual, no sólo significa la muerte de un nuevo ser vivo, sino, debido a las implicaciones que el dar finalización a una vida en el ámbito cristiano, la muerte del alma de la mujer que se lo practique y que aún sin llegar a este punto resulta preocupante pues
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