Viacrucis Para La Familia
Enviado por claudiaelenas • 2 de Mayo de 2014 • 1.737 Palabras (7 Páginas) • 276 Visitas
Primera estación
Muchas de nuestras familias sufren por la traición del cónyuge, la persona más querida. ¿Dónde ha quedado la alegría de la cercanía, del vivir al unísono? ¿Qué ha sido del sentirse una sola cosa? ¿Qué pasó de aquel «para siempre» que se había declarado?
Mirarte, Jesús, el traicionado,
y vivir contigo el momento en el que se derrumba el amor
y la amistad que se había creado en nuestra pareja,
sentir en el corazón las heridas de la confianza traicionada,
de la confianza perdida, de la seguridad desvanecida.
Mirarte, Jesús, precisamente ahora
que soy juzgado por quien no recuerda el vínculo
que nos unía, en el don total de nosotros mismos.
Solo tú, Jesús, me puedes entender, me puedes dar ánimo,
puedes decirme palabras de verdad, incluso si me cuesta entenderlas.
Puedes darme la fuerza
que me ayude a no juzgar a mi vez,
a no sucumbir, por amor de esas criaturas
que me esperan en casa
y para las cuales soy ahora el único apoyo.
Segunda estación
Pero lo más grave, Jesús,
es que yo he contribuido a tu dolor.
También nosotros, esposos, y nuestras familias.
También nosotros hemos contribuido
a cargarte con un peso inhumano.
Cada vez que no nos hemos amado,
cuando nos hemos echado las culpas unos a otros,
cuando no nos hemos perdonado,
cuando no hemos recomenzado a querernos.
Y nosotros, en cambio,
seguimos prestando atención a nuestra soberbia,
queremos tener siempre razón, humillamos a quien está a nuestro lado,
incluso a quien ha unido su propia vida a la nuestra.
Ya no recordamos, Jesús, que tú mismo nos dijiste:
«Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis».
Así dijiste precisamente: «A mí».
Tercera estación
Habíamos prometido seguir a Jesús, respetar y cuidar a las personas que ha puesto a nuestro lado. Sí, en realidad las queremos, o al menos así nos parece. Si faltaran sufriríamos mucho. Pero, después cedemos en las situaciones concretas de cada día.
¡Cuántas caídas en nuestras familias!
¡Cuántas separaciones, cuántas traiciones!
Y después, los divorcios, los abortos, los abandonos.
Jesús, ayúdanos a entender qué es el amor,
enséñanos a pedir perdón.
Cuarta estación
Para todos los hombres y mujeres de este mundo, pero en particular para nosotros, familias, el encuentro de Jesús con la madre allí, en el camino del Calvario, es un acontecimiento intensísimo, siempre actual. Jesús se ha privado de la madre para que nosotros, cada uno de nosotros –también nosotros esposos– tuviéramos una madre siempre disponible y presente. Por desgracia, a veces nos olvidamos. Pero cuando recapacitamos, nos damos cuenta de que en nuestra vida de familia muchísimas veces hemos acudido a ella. ¡Qué cerca de nosotros ha estado en los momentos de dificultad! ¡Cuántas veces le hemos recomendado a nuestros hijos, le hemos suplicado que intervenga por su salud física y aún más por una protección moral!
Quinta estación
Tú nos amas con amor infinito.
Más que el padre, la madre, los hermanos,
la mujer, el esposo, los hijos.
Nos amas con un amor que ve más lejos,
un amor que, por encima de todo,
aun de nuestra miseria,
nos quiere salvos, felices, contigo, para siempre.
También en familia, en los momentos más difíciles, cuando se debe tomar una decisión importante, si la paz habita en el corazón, si se está atento a percibir lo que Dios quiere de nosotros, somos iluminados por una luz que nos ayuda a discernir y a llevar nuestra cruz.
El Cirineo nos recuerda también los rostros de tantas personas que nos han acompañado cuando una cruz muy pesada se ha abatido sobre nosotros o nuestra familia.
Sexta estación
Y, sin embargo, pocas veces nos acordamos
de que en cada uno de nuestros hermanos necesitados
te escondes tú, Hijo de Dios.
¡Qué distinta sería nuestra vida
si lo recordáramos!
Poco a poco tomaríamos conciencia de la dignidad
de cada hombre que vive en la Tierra.
Toda persona, bonita o fea, capaz o no,
desde el primer instante en el vientre de la madre
o tal vez ya anciana, te representa, Jesús.
No sólo. Cada hermano eres tú.
Mirándote, reducido a bien poca cosa allí en el Calvario,
entenderemos con la Verónica
que en toda criatura humana podemos reconocerte.
Séptima estación
Nuestros pecados, que has cargado sobre ti,
te aplastan, pero tu misericordia
es infinitamente más grande que nuestras miserias.
Sí, Jesús, gracias a ti nos levantamos.
Nos hemos equivocado.
Nos hemos dejado vencer por las tentaciones del mundo,
quizá por espejismos de satisfacción,
por querer escuchar que alguien todavía nos desea,
porque alguien dice que nos quiere, incluso que nos ama.
Nos cuesta a veces hasta mantener
el compromiso adquirido en nuestra fidelidad de esposos.
Ya no tenemos la frescura y el dinamismo de una vez.
Todo se hace repetitivo, cada acto parece una carga,
vienen ganas de evadirnos.
Pero tratamos de levantarnos de nuevo, Jesús,
sin caer en la más grande de las tentaciones:
la de no creer que tu amor lo puede todo.
Octava estación
Jesús, cuantas veces por cansancio o inconsciencia,
por egoísmo o temor,
cerramos los ojos y no queremos afrontar la realidad.
Sobre todo, no nos implicamos personalmente,
no nos comprometemos en la participación profunda y activa
en la vida y las necesidades de nuestros hermanos, cercanos y lejanos.
Continuamos a vivir cómodamente,
reprobamos
...