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Amor verdadero


Enviado por   •  26 de Mayo de 2012  •  Ensayo  •  1.357 Palabras (6 Páginas)  •  568 Visitas

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AMOR VERDADERO

Mi nombre es Joe. Así es como mi colega Milton Davidson me llama. Él es un

programador y yo soy un programa de ordenador. Soy parte del complejo «Multivac» y

estoy conectado con otros sectores en todo el mundo. Lo sé todo. Casi todo.

Soy el programa privado de Milton. Él sabe más de programación que nadie en el

mundo, y yo soy su modelo experimental. Me ha hecho hablar mejor de lo que pueda

hacerlo cualquier otro ordenador.

— Es cuestión de acoplar los sonidos a los símbolos, Joe -me dijo-. Así funciona el

cerebro humano, aunque todavia no sabemos qué símbolos hay en el cerebro. Conozco

los símbolos del tuyo y puedo acoplarlos uno por uno a palabras.

De modo que hablo. No creo que hable tan bien como pienso, pero Milton dice que lo

hago muy bien. Él no se ha casado nunca, aunque tiene casi cuarenta años. Me dijo que

no había encontrado a la mujer ideal. Un día se sinceró conmigo:

— La encontraré, Joe. Quiero tener verdadero amor y tu vas a ayudarme. Estoy cansado

de mejorarte para resolver los problemas del mundo. Resuelve mi problema.

Encuéntrame el verdadero amor.

— ¿Qué es el verdadero amor? -pregunté.

— No te importa. Es algo abstracto. Búscame la muchacha ideal. Estás conectado al

complejo «Multivac», así que puedes conseguir el banco de datos de cualquier ser

humano de este mundo. Los iremos eliminando por grupos y por clases hasta que sólo

nos quede una persona. La persona perfecta. Ésa será para mí.

— Estoy dispuesto -le dije.

— Elimina primero a todos los hombres -ordenó.

Fue fácil. Sus palabras activaron símbolos de mis válvulas moleculares. Puedo

establecer contacto con los datos acumulados de cada ser humano del mundo.

Obedeciendo su orden eliminé 3.784.982.874 hombres. Mantuve el contacto con

3.786.112.090 mujeres.

— Elimina a las menores de veinticinco años y todas las mayores de cuarenta. Después,

elimina a todas las que su CI sea inferior a 120; a todas las que midan menos de 1,50 y

más de 1,75.

Me comunicó las medidas exactas, eliminó mujeres con hijos vivos, eliminó mujeres

con diversas características genéticas.

— No estoy seguro del color de ojos que quiero. Dejémoslo de momento. Pero nada de

pelirrojas. No me gusta el pelo rojo.

Pasadas dos semanas, nos quedaban 235 mujeres. Todas hablaban bien el inglés. Milton

decretó que no quería problemas de lenguaje. Incluso la traducción por ordenador podía

entorpecer momentos de intimidad.

— No puedo entrevistar a doscientas treinta y cinco mujeres. Me llevaría demasiado

tiempo y la gente descubriría lo que estoy haciendo. Causaría problemas -le aseguré.

Milton se había arreglado para que yo hiciera cosas para las que no estaba programado.

Nadie lo sabía.

— ¿A ti qué te importa? -me espetó con el rostro enrojecido-. Te diré lo que vamos a

hacer, Joe. Voy a traerte hológrafos y comprueba la lista en busca de similitudes.

Trajo hológrafos de mujeres, diciéndome:

— Éstas son tres ganadoras de concursos de belleza. ¿Se parecen a alguna de las

doscientas treinta y cinco?

Ocho eran muy parecidas y Milton dijo:

— Bien, ya conoces sus bancos de datos. Estudia peticiones y necesidades del mercado

de colocaciones y arreglate para que las asignen aquí. Una a una, claro. -Pensó un

momento, movió los hombros y ordenó-: Por orden alfabético.

Ésta es una de las cosas para las que no estoy programado. Cambiar a la gente de un

empleo a otro, por razones personales, se llama manipulación. Ahora podía hacerlo

porque Milton lo había arreglado. Pero se suponía que no debía hacerlo para nadie,

excepto para él, claro.

La primera muchacha llegó una semana después. Milton enrojeció al verla. Habló como

si le costara hacerlo. Estaban juntos todo el tiempo y no me prestaba la menor atención.

Una vez le dijo:

— Déjame invitarte a cenar.

A la mañana siguiente anunció:

— No sé por qué, pero no me va. Faltaba algo. Es una mujer muy hermosa, pero no

sentí amor verdadero. Prueba la siguiente.

Ocurrió lo mismo con las ocho. Se parecían mucho, sonreían mucho y sus voces eran

agradables, pero Milton no las encontraba bien nunca. Observó:

— No lo entiendo, Joe. Tú y yo hemos elegido a las ocho mujeres de todo el mundo,

que me han parecido mejores. Son ideales. ¿Por qué no me gustan?

— ¿Les gustas tú a ellas? -pregunté.

Alzó las cejas y apretó una mano contra la otra.

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