El anillo de Giges
Enviado por edderjavier • 16 de Junio de 2013 • 1.304 Palabras (6 Páginas) • 245 Visitas
FET003 Ética
Joaquín García Huidobro
El anillo de Giges
Capítulo VII
Las virtudes y la corporeidad humana
“Es placentero, una vez a salvo,
recordar las fatigas”.
Eurípides.
En el hombre hay potencias racionales, como la inteligencia, otras irracionales, como el oído, y también unas que pueden obedecer a la razón. Es el caso de los apetitos, ya sea el irascible o el concupiscible. Tanto en el caso de estas potencias como en el de las racionales, se da una ambigüedad, es decir, existe la posibilidad de que se empleen para bien o para mal. Y donde hay ambigüedad hay lugar para la virtud: ella logra que lo que era ambivalente (ad opposita) quede orientado en una dirección (ad unum). Tradicionalmente se han señalado dos virtudes fundamentales o cardinales que se ocupan de ordenar esos apetitos que pueden obedecer a la razón: la fortaleza y la templanza. Cuando las caracterizamos como virtudes de nuestra corporeidad, no estamos sugiriendo que sólo se limiten a ella: toda virtud supone el ejercicio de las potencias racionales.
a) Fortaleza
Hemos dicho muchas veces que los hombres buscamos el bien. Sin embargo, a diferencia de los animales, no lo conseguimos de manera espontánea. Con frecuencia nos equivocamos, de modo que, en vez de obtener un bien auténtico, nos conformamos con un bien aparente. Hay muchas razones que explican esta divergencia, entre ellas, el hecho de que los auténticos bienes muchas veces sean difíciles de alcanzar, sean arduos. Por otra parte, además de las dificultades que se presentan en el camino del bien, muchas veces su posesión dista de ser pacífica. Así, el entusiasmo inicial muchas veces va seguido por la rutina, y los apoyos que se recibieron al comenzar un proyecto se transforman en críticas e incomprensiones. Cuando los aqueos se cansan del asedio a Troya y pretenden volver, Ulises los increpa, diciéndoles: “Con todo, es una vergüenza permanecer tanto tiempo aquí y volver de vacío”. Para acometer en la búsqueda del bien y perseverar en su realización se requiere una capacidad de ánimo muy especial, que podemos llamar fortaleza.
La adquisición de la fortaleza
Como toda virtud, la fortaleza se adquiere por repetición de actos. Cuando se examinan los libros que se escribieron en la Antigüedad o en el Medioevo sobre este tema, se verá que el prototipo de la fortaleza o de la valentía está dado por el soldado o por el atleta. Hoy no diríamos eso, pero los esquemas de análisis de esos autores del pasado conservan en buena medida su vigencia. Para nosotros, mucho más que para enfrentar la guerra, la fortaleza es necesaria en otros campos. Fundamentalmente hoy se requiere una fuerza de voluntad muy grande para seguir un modo de vida diferente al que se suele proponer en los medios de comunicación, basado en el dinero, la influencia y el poder como criterios que marcan una vida exitosa. La literatura contemporánea, desde Farenheit 451 hasta Un mundo feliz nos da bastantes ejemplos de cómo se requiere una enorme valentía para no modelar la vida según los dictados de la masa. En este sentido, una cierta dosis de fortaleza es imprescindible para practicar otras virtudes. Muchas veces la gente hace el mal no porque sienta una especial atracción por él, sino simplemente porque no tiene el valor para actuar de manera diferente a los que tiene a su alrededor. Por otra parte, las circunstancias de la vida pueden llevar a una persona común y corriente a verse enfrentada a la disyuntiva de ser heroica o degradarse. A veces no caben los términos medios, de modo que nadie puede conformarse con la fácil excusa de “yo no soy ningún héroe”.
Aristóteles afirma que cada uno deberá determinar hacia qué extremo vicioso (cobardía o temeridad) se encuentra inclinado por temperamento, y deberá hacer ejercicios de autodominio que lo ayuden a poner la voluntad en la dirección correcta. Como lo habitual es que las personas tiendan a alguna de las formas de cobardía, tendrán que ejercitarse
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