Moral social
Enviado por Synyster • 20 de Noviembre de 2011 • Monografía • 2.661 Palabras (11 Páginas) • 864 Visitas
MORAL SOCIAL
Alberto Hurtado Cruchaga S.J.
5. Sistemas para resolver la Cuestión social
Entre los grandes sistemas excogitados para resolver el problema social sólo analizaremos el liberalismo, el capitalismo, el socialismo, el comunismo y el catolicismo social.
5.1. Liberalismo
Hay que comenzar por distinguir los diversos sentidos de la palabra liberal. La liberalidad es uno de los atributos de Dios y caracteriza su inclinación a comunicar sus bienes a los seres por Él creados.
De una manera general se designa con el nombre de liberalismo todo sistema que afirma la libertad como el bien supremo del hombre y que establece como el punto central de todo programa y de toda organización religiosa, política, económica, social, el trabajar por asegurar al maximum el uso de esta libertad que constituye el fin de tales organizaciones. El fin de la ley es favorecer el desarrollo de tales libertades.
Bajo esta designación general de liberalismo distinguiremos un liberalismo absoluto, un liberalismo mitigado de alcances sociales, un liberalismo económico. Los dos primeros están detenidamente estudiados en la encíclica Libertas de León XIII, y al segundo se refieren principalmente Quadragesimo Anno y Divini Redemptoris de Pío XI.
5.1.1 Liberalismo absoluto
El liberalismo absoluto o radical afirma como su primer principio “la soberanía de la razón humana, que negando a la divina y eterna la obediencia debida y declarándose a sí misma sui juris, se hace a sí propia sumo principio y fuente y juez de la verdad. Así también los sectarios del liberalismo, de quienes hablamos, pretenden que en el ejercicio de la vida ninguna potestad divina hay a que obedecer, sino que cada uno es ley para sí, de todo eso nace esa moral que llaman independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los preceptos divinos, suele conceder al hombre una licencia sin límites. Fácil es adivinar adónde conduce todo esto, especialmente al hombre que vive en sociedad. Porque una vez establecido y persuadido que nadie tiene autoridad sobre el hombre, síguese no estar fuera de él y sobre él la causa eficiente de la comunión y sociedad civil, sino en la libre voluntad de los individuos; tener la potestad pública su primer origen en la multitud y además, como en cada uno la propia razón es único guía y norma de las acciones privadas, debe serlo también la de todos para todos en lo tocante a las cosas públicas. De aquí que el poder sea proporcional al número, y la mayoría del pueblo sea la autora de todo derecho y obligación.
Pero bien claramente resulta de lo dicho cuán repugnante sea todo esto a la razón: repugna, en efecto, sobremanera, no sólo a la naturaleza del hombre, sino a la de todas las cosas criadas, el querer que no intervenga vínculo alguno entre el hombre o la sociedad civil y Dios, Criador, y, por tanto, Legislador Supremo y Universal, porque todo lo hecho tiene forzosamente algún lazo para que lo una con la causa que lo hizo, y es cosa conveniente a todas las naturalezas, y aun pertenece a la perfección de cada una de ellas el contenerse en el lugar y grado que pide el orden natural, esto es, que lo inferior se someta y deje gobernar por lo que es superior.
Es además esta doctrina perniciosísima, no menos a las naciones que a los particulares. Y, en efecto, dejando el juicio de lo bueno y verdadero a la razón humana sola y única, desaparece la distinción propia del bien y del mal; lo torpe y lo honesto no se diferenciarán en la realidad, sino según la opinión y juicio de cada uno; será lícito cuanto agrade, y establecida una moral, sin fuerza casi para contener y calmar los perturbados movimientos del alma, quedará, naturalmente, abierta la puerta a toda corrupción. En cuanto a la cosa pública, la facultad de mandar se separa del verdadero y natural principio, de donde toma toda su virtud para obrar el bien común, y la ley que establece lo que se ha de hacer y omitir se deja al arbitrio de la multitud más numerosa, lo cual es una pendiente que conduce a la tiranía. Rechazado el señorío de Dios en el hombre y en la sociedad, es consiguiente que no hay públicamente religión alguna, y se seguirá la mayor incuria en todo lo que se refiera a la Religión. Y asimismo, armada la multitud con la creencia de su propia soberanía, se precipitará fácilmente a promover turbulencias y sediciones; y quitados los frenos del deber y de la conciencia, sólo quedará la fuerza, que nunca es bastante a contener por sí sola los apetitos de las muchedumbres. De lo cual es suficiente testimonio la casi diaria lucha contra los socialistas y otras turbas de sediciosos, que tan porfiadamente maquinan por conmover hasta sus cimientos las naciones. Vean, pues, y decidan, los que bien juzgan, si tales doctrinas sirven de provecho a la libertad verdadera y digna del hombre, o sólo sirven para pervertirla y corromperla del todo” (Libertas 17-19, CEP pp. 192-194).
Este sistema liberal absoluto establece, pues, en el plano de la tesis, esto es, del orden ideal, la libertad absoluta de conciencia, y el deber del Estado de oponerse a toda tentativa que restrinja en algo esta absoluta libertad de conciencia. El Estado liberal será, por tanto, en principio un Estado arreligioso, prácticamente un Estado ateo, y además –paradoja curiosa para un sistema de la libertad– un Estado perseguidor de la Iglesia Católica, porque no admite ella el principio de la libertad absoluta de conciencia. Toda religión digna de este nombre, es una atadura de la conciencia a su Dios, a sus dogmas, a su moral.
De aquí se siguen la libertad de pensamiento, libertad de prensa, de propaganda, de enseñanza, salvo si se trata de la enseñanza católica que debe ser prohibida por ser contraria a la libertad absoluta. Toda doctrina debe poder expresarse libremente, pues no hay verdad absoluta; el error de hoy puede ser la verdad de mañana. Naturalmente este sistema está condenado por la Iglesia.
Este sistema arranca de Rousseau y de su doctrina del contrato social, fue difundido por los enciclopedistas franceses, llegó a nosotros en América Latina y tomó la forma de lo que Alberto Edwards24 llamó “la religión liberal”, tan de moda en el siglo XIX.
5.1.2 Liberalismo mitigado
Sus partidarios admiten “que la libertad degenera en vicio… que debe ser regida y gobernada por la recta razón y sujeta por tanto al derecho natural y a la eterna ley divina. Mas juzgando que no se ha de pasar más adelante, niegan que esta sujeción del hombre libre a las leyes que Dios quiere imponerle, haya de hacerse por otra vía que la de la razón natural” (Libertas 20, CEP p. 194). Esta restricción de la obediencia es una inconsecuencia al negar acatamiento a la revelación. “Aparentará reverencia a
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