UNA CONSTITUCIÓN PARA EL CIBERESPACIO
Enviado por 79639912 • 11 de Febrero de 2014 • Tesina • 12.995 Palabras (52 Páginas) • 234 Visitas
UNA CONSTITUCIÓN PARA EL CIBERESPACIO
COMENTARIO GENERAL Y TEXTO ARTICULADO
Emilio Suñé Llinás
Doctor en Derecho y Catedrático con Acreditación Nacional
Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política I
Universidad Complutense de Madrid
1.- La idea de una Constitución para el Ciberespacio.
La idea de una Constitución del Ciberespacio surgió de forma inopinada cuando me hallaba escribiendo la conferencia de apertura de la Iª Ronda de la Convención Internacional de Derecho Informático (Convención de Bogotá), celebrada en la Universidad Externado de Colombia en el año 2006. Precisamente porque se trataba de una conferencia inaugural, abordé un tema muy general, que sin embargo no podía ni debía ser estrictamente tópico. De ahí su título: El Derecho Informático: De dónde viene y hacia dónde va.
En contraste con mi intención de abordar un estudio sobre el origen próximo del Derecho Informático y de un destino no lejano de dicha disciplina, centrado en las líneas evolutivas previsibles de su desarrollo a poco más de una década, comencé a escribir sobre ciclos históricos de largo recorrido, en los que se inserta la sociedad de la información y el conocimiento y en el diseño, a partir de tales ciclos, de unas líneas prospectivas que entran de lleno en el terreno de la utopía, con la propuesta de una Constitución del Ciberespacio. No en vano, con ese título se publicó la conferencia en la revista Iuris Tantum , de la Universidad Anáhuac de México, en el propio año 2006.
En nuestros tiempos se mira con desconfianza la utopía. Son tiempos supuestamente realistas, donde la gente del común -incluida la que se considera crème de la crème- piensa que la utopía ha perdido su sentido, si es que alguna vez lo tuvo. Nada más lejos de la realidad y hasta del realismo. Lo que hoy se considera como realismo es el peor de todos los conservadurismos posibles, aquél que consiste en la aceptación acrítica, por supuestamente inevitable, de lo establecido; es decir, el que no se cuestiona en absoluto el mantenimiento del status quo generado por el poder, que sin duda es lo que más desea el propio poder; pero no lo que más conviene a los ciudadanos, aunque el poder se haya ocupado y preocupado, por todos los medios a su alcance, de difundir la falsedad que más conviene a su mantenimiento; a saber, que no hay alternativa sistémica.
En nuestros tiempos, como en los de Tomás Moro , y en cualquier otra época de la Historia de la Humanidad, seguirá siendo necesaria la utopía, porque sin utopía, sin un diseño social sobre el que avanzar, la dinámica de la sociedad sería el resultado de la improvisación y del caos, sin que el recorrido temporal de la Historia pudiera merecer el nombre de progreso, salvo por azar, puesto que el progreso ha de derivar de las líneas definidas de la razón, de la capacidad humana para construir a conciencia un mundo mejor. Y se puede… sin caer en la soberbia de los falsos profetas… ¡se puede!.
Tomás Moro pintó la isla de Utopía como un lugar en el que estaba establecida una sociedad mejor, inspirándose en buena medida en el Nuevo Mundo que se acababa de descubrir; pero lo que en realidad pretendía no era fijar la utopía en el espacio, sino en el tiempo -lo que Karl Mannheim denominaría quiliasma-, dar pautas de renovación social, ofrecer líneas tendenciales racionales de futuro, a la sociedad presente. En consecuencia y conforme he repetido en diversas conferencias, si el nombre utopía tuviera que acuñarse hoy, seguramente se denominaría prospectiva. Porque la utópica Constitución del Ciberespacio es, ante todo y sobre todo, un ejercicio racional de prospectiva.
Aquéllos que estamos situados en emplazamientos privilegiados del observatorio de la sociedad de la información y del conocimiento y de su articulación jurídica, los especialistas del Derecho Informático, podemos tener la perspectiva intelectual suficiente para ver algo más que árboles aislados. A poco que nos lo propongamos estaremos en condiciones de divisar el bosque: una estructura coherente cuyos elementos son los árboles; pero que es cualitativamente distinta de un montón de leña; pero para eso hace falta saber ver y hasta querer ver. Darse cuenta de las grandes líneas tendenciales que afloran en la sociedad de la información; percibir la estructura e importancia de este nuevo espacio de convivencia metaterritorial que es el ciberespacio, e indagar acerca de qué manera se sitúan en él los grandes -y clásicos- subsistemas de interacción social, que en el nuevo medio habrán de adoptar otras formas, características de una nueva sociedad que sólo empieza. Como también he dicho en otras ocasiones, estamos sentados en la punta del iceberg de la sociedad de la información. Lo que queda por emerger es mucho más de lo que vemos; pero por lo menos ya tenemos los elementos suficientes para poder vislumbrarlo.
Esto es, precisamente, lo que hice en mi conferencia / artículo sobre El Derecho Informático… / La Constitución del Ciberespacio, que no reiteraré aquí y ahora. Corresponde solamente recordar que allí analizaba la ubicación en el ciberespacio de los grandes subsistemas que integran el sistema social general. Empezaba por aquél al que hoy se le da la máxima importancia y acapara todas las miradas, el subsistema económico. El resultado fue la constatación de que la economía comercial se halla en muy buena medida en el ciberespacio y en una parte importante también la economía industrial, a partir de la importante industria del software, en sentido amplio; pero el fenómeno más relevante de todos es que la economía financiera está ya sustancialmente en el ciberespacio, hasta el punto de que, en breve, se va a situar por entero en ese metaespacio. Por ello sorprende que en la actual crisis financiera se planteen mecanismos de internacionalización de las decisiones sobre el sistema financiero global, e incluso llega a producir estupefacción que se llegue a pedir por importantes mandatarios, que sea Estados Unidos quien asuma el papel protagonista. Sorprende que ni siquiera se atisbe que, para una economía financiera ya situada en el ciberespacio, los mecanismos reguladores debieran ser característicamente ciberespaciales y articularse a través de una entidad política que, en idéntico modo, sea característicamente ciberespacial… o no sorprende tanto, porque a la actual dinámica del poder, aparte de estar caracterizada por una insólita cortedad de miras, aunque pudiera tampoco le interesaría verlo. Su negocio -y nunca mejor dicho- es otro.
Este emplazamiento ciberespacial de los grandes subsistemas
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