12 cuentos de chicos enamorados
Enviado por 382816 • 29 de Abril de 2014 • Ensayo • 2.181 Palabras (9 Páginas) • 367 Visitas
No somos irrompibles (12 cuentos de chicos enamorados)
Elsa Bornemann
Es una de las más destacadas escritoras de literatura infantil en lengua castellana.
Sus libros de cuentos, novelas y poesías la han convertido en la autora predilecta de
niños y jóvenes, y le han dado un notable reconocimiento internacional.
Doce cuentos para chicos y chicas, donde el amor se presenta con sus alegrías y
sus temores, con sus encuentros y sus pérdidas, con su maravilloso poder de transformar
la vida de los seres humanos. Protagonizados por niños como todos, de aquí o de lejos,
pero siempre reconocibles y capaces de descubrir los sentimientos que es esconden en el
corazón.
Alfaguara
Desde 10 años
Para todo el cielo
De
Roxana Carina Stiglich
-niñita de alas rubias que
hermoseó mi alma
durante el tiempo de sus años breves-
con la certeza
de un eterno reencuentro.
No somos irrompibles
Los cristales pueden quebrarse.
A veces, basta un leve golpe de abanico.
Las telas suelen desgarrarse al contacto de una diminuta astilla.
Se rasgan los papeles...
Se rompen los plásticos...
Se rajan las maderas...
Hasta las paredes se agrietan, tan firmes y sólidas como parecen.
¿Y nosotros?
Ah... Nosotros tampoco somos irrompibles.
Nuestros huesos corren el riesgo de fracturarse, nuestra piel puede herirse...
También nuestro corazón aunque siga funcionando como un reloj suizo y el
médico nos asegure que estamos sanos.
¡CUIDADO! ¡FRÁGIL! El corazón se daña muy fácilmente.
9
Cuando oye un “no” redondo o un “sí” desganado, una especie de “nnnnnsí” y
merecía un tintineante “sí”... Cuando lo engañan...
Cuando encuentra candados donde debía encontrar puertas abiertas.
Cuando es una rueda que gira solitaria día tras día... noche más noche...
Cuando...
Entonces, siente tirones desde arriba, por adelante, desde abajo, por detrás... o es
un potrillito huérfano galopando dentro del pecho.
¿Se arruga?
¿Se encoge?
¿Se estira?
No.
Late lastimado.
¿Y cómo se cura?
Solamente el amor de otro corazón alivia sus heridas.
Solamente el amor de otro corazón las cicatriza.
Mi amigo y yo lo sabemos.
Por eso somos amigos.
10
Con el sol entre los ojos
La única que se dio cuenta soy yo: Gustavo tiene un sol entre los ojos. Un
pequeño sol colorado, de rayos desparejos, como despeinado en los bordes...
Cuando Gustavo mira, enciende cada cosa que mira.
La primera vez que lo advertí fue cuando puso antorchas a lo largo de la escalera
de la escuela, una sobre cada peldaño, a medida que bajábamos.
Me asombré tanto, que no pude decir nada.
Otra vez, prendió las cortinas del salón de música. Yo estaba ubicada en la grada
junto al ventanal y sentí que las espaldas me ardían de repente. Inquieta, busqué a
Gustavo entre el grupo de chicos que cantaban al lado del piano. Lo sorprendía mirando
fijamente en dirección a mí.
11
Más tarde, cuando le pregunté cómo era posible que nadie más se diera cuenta,
me contestó con una larga sonrisa.
¡Pro una tercera vez encendió un mediodía a las once de la noche! Fue en el
mismo momento en que finalizaba la fiesta de mi cumpleaños y nos despedíamos con
un beso ligerito en la puerta de mi casa. Entonces ya no pude soportar su silencio ni un
minuto más. -¿Cómo explicártelo? –me dijo, medio avergonzado, cuando le exigí que
respondiera a mi por qué.
12
-Ni yo entiendo bien qué es lo que me está pasando... Parece que solamente
nosotros dos lo notamos... ¿Vas a ser capaz de guardar el secreto, no?
Le aseguré que sí sin pensarlo, porque lo cierto era que ya no podía desoír las
ganas que tenía de confiarles a todos mi maravilloso descubrimiento.
Contárselo a la maestra frente al grado, eso es lo que hice.
De puro tonta nomás, una mañana quebré lo prometido y me decidí. –Señorita...
–le dije- ¡Gustavo lleva un sol entre las cejas! ¿Usted no lo ve? La maestra se balanceó en su silla, divertida. Las risas de mis compañeros sacudieron el aula. Gustavo me miró
asombrado y la sala pareció quemarse. Allí estaba su sol, más brillante que otras veces,
abriendo un caminito rojo con sus rayos. Un caminito que empezaba en su cara y
terminaba en la mía. Un caminito vacío, completamente en llamas. Fulminante.
-¿Qué fantasía es esa? –exclamó la maestra-. ¡El único sol que existe es aquél! –
y la señorita señaló el disco de oro colgado de una esquina del cielo, justo de esa
esquina que se dobla sobre el patio de la escuela.
-Se burlaron, ¿viste? –me susurró Gustavo no bien salimos al patio. -¿Qué
necesidad tenías de divulgar el secreto? ¿Acaso no te basta con saber que es nuestro?
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Sí. Ahora me basta. Aprendí que es inútil pretender que todos sientan del mismo
modo. Aunque sean cosas muy hermosas las que uno quisiera compartir...
Desde entonces, no he vuelto a contárselo a nadie. Pero esta maravilla continúa
desbordándome y necesito volcarla, al menos, en mi cuaderno borrador. Por eso,
escribo.
En los recreos, casi siempre sigo siendo sólo yo la que juega con Gustavo. –Es
un pibe raro... –murmuran los demás chicos.
Y tienen razón. Sí. Gustavo es un muchacho diferente, pero por su sol, que
únicamente yo tengo el privilegio de ver. ¡Y es hermoso ser distinto por llevar un sol
entre los ojos!
Gustavo. Mi más querido amigo.
14
Pasamos las tardes de los domingos correteando por la plaza y él sigue
encendiendo cada cosa que mira, una por una:
El agua de la fuente se llena de fogatas.
La arena bajo el tobogán es una playita incendiada.
Los árboles lanzan llamas a su paso y hasta las mariposas, si las toca su mirada,
son fósforos voladores...
Ahora que lo escribí, el secreto ya no me pesa tanto...
...