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Abuelita Opalina


Enviado por   •  27 de Mayo de 2014  •  7.346 Palabras (30 Páginas)  •  440 Visitas

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Abuelliitta Opalliina

_________________

María Puncel

Premio Lazarillo 1971

Colección dirigida por Marinella Terzi

Primera edición: junio 1981

Segunda edición: octubre 1982

Tercera edición: abril 1983

Cuarta edición: junio 1984

Quinta edición: febrero 1985

Sexta edición: diciembre 1985

Séptima edición: julio 1986

Octava edición: febrero 1987

Novena edición: abril 1987

Décima edición: noviembre 1987

Undécima edición: noviembre 1988

Duodécima edición: julio 1989

Decimotercera edición: enero 1990

Decimocuarta edición: mayo 1990

Decimoquinta edición: febrero 1991

Ilustraciones y cubierta: Margarita Puncel

© María Puncel, 1981

Ediciones SM

Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

Comercializa: CESMA, SA - Aguacate, 25 - 28044 Madrid

ISBN: 84-348-0924-9

Depósito legal: M-3673-1991

Fotocomposición: Grafilia, SL

Impreso en España/Printed in Spain

Imprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

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geográfica o discapacidades físicas, no tienen acceso a la literatura, o a bibliotecas

públicas. Pagamos religiosamente todos los cánones impuestos por derechos de

autor de diferentes soportes. Por ello, no consideramos que nuestro acto sea de

piratería, ni la apoyamos en ningún caso. Además, realizamos la siguiente…

RECOMENDACIÓN

Si te ha gustado esta lectura, recuerda que un libro es siempre el mejor de los

regalos. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un

obsequio.

y la siguiente…

PETICIÓN

Libros digitales a precios razonables.

Al abuelo de Isa, con todo el cariño

con que él me enseñó a querer

EL PUEBLO se llama Brincalapiedra.

Todo el mundo está de acuerdo en que Brincalapiedra es un

nombre muy bonito y que suena muy bien: Brinca-la-piedra; pero

que basta con eso, con que suene bien cuando se pronuncia. No

tiene por qué hacerse verdad; ¿qué ocurriría si un día, de repente,

una de las losas de la plaza., el pilón de la fuente o un sillar de la

torre de la iglesia se pusiera a dar brincos? Seguro que la persona

que viera una cosa así se quedaba... de piedra. A veces puede resultar

un verdadero lío que se haga verdad lo que alguien se ha inventado

como un puro juego...

Eso es lo que le pasó a Isa. La cosa ocurrió en Brincalapiedra y

sucedió así:

¡Dong... dong… dong… dong…! ¡Las cuatro!

El reloj de la torre había dado las cuatro de la tarde.

Isa, escribiendo en su pupitre de la escuela, oyó sonar las

campanas y levantó la cabeza. Imaginó las campanadas como cuatro

inmensas pompas de jabón, gordas, retumbantes, bien rellenas de

sonido.

Cuatro inmensas pompas de jabón que caían desde la torre del

reloj flotando, resbalando, rodando, botando y rebotando sobre los

tejados; que chocaban luego contra el alero del soportal de la plaza y

se estrellaban sobre las losas del suelo. Al reventar, todo el sonido

que llevaban dentro se esparcía por la plaza y se colaba por las

ventanas entreabiertas de la clase.

—¡Ya son las cuatro! —comentaron varios niños a media voz.

Ya sólo quedaba otra media hora de clase.

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Algunos niños se removieron inquietos en sus asientos porque

estaban cansados de estar tanto tiempo trabajando sobre los

cuadernos.

Otros niños apresuraron lo que estaban haciendo porque

querían dejarlo terminado antes de que el reloj diese la campanada

de la media hora.

Isa releyó su lista de palabras esdrújulas:

Jícara, cántara, sábana,

áncora, zíngara, cántabra,

húngara, quíntuple, vértebra...

—Ya tengo nueve. Solamente me faltan otras dos y termino.

Leídas así, todas seguidas, casi suenan a verso —se dijo.

Pensando, pensando, para encontrar las dos esdrújulas que le

faltaban dejó correr su mirada por encima de las cabezas de sus

compañeros. Al otro lado de la ventana se veía la plaza llena de sol.

Un enorme abejorro golpeó un par de veces contra el cristal y luego

se coló en la clase. Revoloteó sobre los pupitres asustando a algunos

niños, divirtiendo a otros y distrayéndolos a todos.

—Es una abeja —dijo Teresa.

—Es más grande que una abeja —afirmó Juan.

—Será un «abejo» —bromeó Matilde.

La señorita Laura se levantó de su mesa y fue a abrir la ventana

de par en par para facilitar la salida al insecto.

Mirando al abejorro y escuchando los comentarios de sus

compañeros, Isa encontró una nueva palabra esdrújula para su lista:

húngara, quíntuple, vértebra,

zángano...

—Una más y termino —calculó. Y siguió rebuscando en su

memoria. La verdad es que no hubiera necesitado pensar tanto. La

señorita Laura había dicho que el que quisiera podía utilizar el

diccionario; pero Isa había preferido no hacerlo. Le parecía mucho

más divertido encontrar las palabras en su cabeza que buscarlas en el

libro. Lo primero era como jugar un juego «yo contra mí», lo

segundo era simplemente un trabajo de clase.

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—Seguiré pensando, tengo tiempo...

Pero no le quedaba tanto tiempo como creía.

La señorita Laura dio unos golpecitos con la regla sobre su mesa

para llamar la atención de los alumnos:

—Atendedme, que os quiero explicar una cosa.

Tuvo que repetir los golpecitos en la mesa y esperar unos

momentos hasta que consiguió

...

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