Analisis De Perfume
Enviado por agus.mlg • 5 de Diciembre de 2013 • 3.033 Palabras (13 Páginas) • 293 Visitas
Dos ensayos acerca de la verdad – Dr. Emilio Komar
(A) La vitalidad intelectual
El curso completo esta dividido por cinco capítulos que hacen a las cinco reuniones en las que se expresó el mismo. A continuación expondremos los mismos aunque nosotros nos dedicaremos a los dos últimos tan sólo: 1. La paradoja del órgano como obstáculo; 2. Una enseñanza medieval: natura naturans, natura naturata; 3. Los hábitos y la formación intelectual; 4. El conocimiento apasionado; 5. Espíritu de verdad y espíritu de posesión.
El conocimiento apasionado:
Conocimiento y afectividad.
El alma en el hombre anima no solo las funciones espirituales, es decir, racionales, sino también funciones vegetativas y anímicas. No solamente emerge de manera consciente de todo el ser humano sino que queda sumergida en lo hondo del organismo. Decimos con toda el alma cuando el hombre vive de un modo pleno una realidad, un problema, una circunstancia y se compromete frente a ella.
Así también se puede hablar de un conocimiento apasionado, pues quien conoce es todo el hombre a través de la inteligencia y de los sentidos. Es el hombre total quien participa del conocimiento y el alma es la que vibra en todas sus dimensiones. Es imposible verdaderamente conocer, sin que el hombre sienta lo que conoce: cuanto más hondo es el conocimiento, más vibra toda la realidad humana en él. Por eso el auténtico conocimiento es necesariamenteapasionado.
Muchas veces se dice que es preferible orar con prescindencia de lo afectivo, con frialdad, y al decir esto se comete un gran error. Sin duda la pasionalidad puede perturbar el conocimiento, pero esto sucede cuando el objeto de la misma no coincide con el objeto de conocimiento, es decir, cuando el hombre se encuentra bajo el efecto de la ira o de otra emoción. Pero cuando la vibración pasional coincide con el objeto del conocimiento, no hay ninguna perturbación. Ejemplo de esto es la exclamación admirada y apasionada de Alfred North Whitehead, acerca de “la divina belleza de las ecuaciones de Lagrange”, mientras que estudiaba con gran interés un tema de su especialidad.
La voluntad apasionada.
Por otra parte, no todo lo que se llama pasional es estrictamente tal. Se llama pasional en sentido propio a la afectividad sensible, pero hay que tener en cuenta que también existe una conmoción espiritual, la voluntad racional vibra. La voluntad humana no es inconmovible sino esencialmente conmovible.
Antonio Rosmini distingue dos aspectos de esa potencia: la voluntad afectiva y la voluntad efectiva. La voluntad siempre recibe un primer impacto de la realidad, de lo que los modernos llaman valor, o en términos clásicos del bien. La vivencia valoral no es otra cosa que la reacción de la docilidad de voluntad afectiva, de la voluntad espiritual, racional, frente a los valores de lo real.
Algunos pensadores modernos han elaborado una teoría de los valores, en la que la voluntad tiene un lugar muy apartado, se halla fuera de la vivencia. Para ellos la voluntad es solamente voluntad efectiva: es la que domina al hombre y lo empuja a ejecutar una acción. Pero la voluntad también es capaz de vibrar ante los valores, es también voluntad afectiva. Y esta reacción primitiva de la voluntad anterior a toda decisión, es también un acto espiritual. En el hombre hay muchos actos espontáneos que son de naturaleza espiritual, pertenecen a lo que la antigua escolástica llamaba: voluntas ut natura, la voluntad como naturaleza, en contraposición con la voluntad deliberada, o voluntas ut ratio.
Las pasiones iluminadas por el conocimiento.
La apertura del hombre a lo real es el punto de partida para el desarrollo de una vida plenamente humana. Apertura y docilidad son actitudes insoslayables, que permiten la sensibilidad, tomando este término en sentido amplio, que incluye lo pasional y lo espiritual. Es imposible ser inconmovible frente a la realidad natural, pues, por ser creación, está llena de valores y logos, por lo tanto nunca nos deja indiferentes.
El despliegue de la propia esencia se consigue a través de los actos humanos rectos que, a su vez van formando hábitos buenos, es decir, virtudes. También hay en el trabajo de la vida ética, en los actos humanos, momentos de rectificación, y de autodominio. Este último aspecto fue el que figuró en primer lugar en algunos pensadores griegos, principalmente entre los estoicos: la encráteia. Para ellos el hombre debía ser dueño de sí mismo, de sus emociones, para ello no debí conmoverse por nada, no podía permitirse ninguna expresión sensible. En la edad moderna, el racionalismo que identifica al hombre con su razón, vuelve a desvalorizar la pasionalidad del hombre; esta constituye una capa inferior del ser humano que debe ser eliminada. En el campo de la ética renace el ideal estoico. Hay páginas acerca de la afectividad del gran racionalista alemán Cristian Wolff, que son tremendas, verdaderamente inhumanas. Lo óptimo es el hombre insensible, , la sensibilidad debe ser aplastada, eliminada, anulada. La única virtud para ese racionalismo ético, de raigambre estoica, era la del autodominio, la encráteia de los griegos.
El ideal al que hacemos penetró en la práctica cristiana a causa de la excesiva asimilación de la filosofía del momento, por algunos autores espirituales.
Santo Tomás siguiendo a Aristóteles, enseñaba que el puro autodominio significaba una percepción muy vaga, pues el puro freno de la espontaneidad afectiva, tiene algo de virtud y mucho de vicio. Tiene algo de virtud porque quien se domina no hace prevalecer sus impulsos pasionales acríticamente, hace prevalecer la razón. Pero a la vez tiene mucho en común con el vicio: comparte la vehemencia de las pasiones, es decir, las pasiones no han sido transformadas por la luz de la recta razón y por la voluntad ordenada, sino que simplemente han sido aplastadas. Se ha producido lo que modernamente se llama represión, refoulement. Sólo se alcanza un orden extrínseco, que en cualquier momento puede explotar por la presión de lo interiormente desordenado, y eso es lo que ocurre en los estados típicos de refoulement.
La virtud, en cambio, como la concebía la tradición clásica aristotélico-tomista, bernardina, tiene que ser hilemórfica, acorde a la naturaleza humana psico-física. Si el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, ninguna perfección humana puede ignorar este status fundamental del hombre. La verdadera virtud necesita comprometer o incluir todo el material pasional en el quéhacer ético. El virtuoso no es aquél que aplastó sus fuerzas pasionales, sino el que las ordenó. El pecado original desordenó
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